El riesgo de Milei cuando todos caen
Una sociedad fatigada de sufrir y de contemplar a una dirigencia política impotente o indiferente está buscando nuevas puertas para salir de su laberinto
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Las dos grandes familias políticas argentinas (el peronismo y el no peronismo atenuado) que se turnaron en el poder entre 1983 y 2019 corren el riesgo de perder la hegemonía electoral en este año. Una sociedad fatigada de sufrir y de contemplar a una dirigencia política impotente o indiferente está buscando nuevas puertas para salir de su laberinto. Varias encuestas que se conocieron en estos días señalan que cierta mejora en los números del Gobierno durante enero no fue más que una fugaz primavera. Consecuencia, tal vez, del campeonato mundial de fútbol, del aguinaldo y de las vacaciones. Por lo general, la clemencia social del verano suele concluir en marzo, pero este año el cambio se adelantó un mes. Todos los números del Gobierno se cayeron en las mediciones más independientes de febrero: la imagen del Presidente y de su gobierno, la percepción de la economía y la esperanza de un futuro distinto. Ningún dirigente del Frente de Todos está hoy en condiciones de enfrentar una elección nacional con una mínima expectativa de victoria. Pero también cayeron los números de la oposición más institucional que tiene el Gobierno: Juntos por el Cambio y sus dirigentes. Los líderes políticos, sea cual fuere su extracción, que más miden (Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta) solo arañan el 32 por ciento de imagen positiva. Poco, aunque el resto está peor.
La novedad consiste en que Javier Milei es el único que cayó un poco, pero conserva su potencial electoral. La caída de los otros coloca al líder libertario casi en igualdad de condiciones con el peronismo y Juntos por el Cambio. Milei era hace solo diez meses una irrupción excéntrica de la política por la que nadie apostaba nada. Algunos encuestadores señalan ahora que no debería descartarse que Milei termine participando de un eventual ballottage, con Juntos por el Cambio o con el Frente de Todos. “Cualquiera de las dos grandes coaliciones corre el riesgo de salir primera o tercera en la primera vuelta electoral”, dijo un conocedor del estado de la opinión pública. Las sociedades hartas buscan siempre la salida de emergencia.
Pero ¿es Milei la ilusión al menos de esa puerta mágica? Milei sabe algo de economía, aunque el extremismo de sus posiciones convierte sus propuestas en inviables. En tiempos recientes, varios dirigentes de su partido (La Libertad Avanza) lo abandonaron denunciando que usa un método autoritario y abusivo para liderar su organización política. Según coinciden esas denuncias, Milei toma las decisiones partidarias solo acompañado por su hermana y algún dirigente más. Ha hecho planteos inconstitucionales, como la dolarización de la economía (que significaría, además, un embrollo económico y financiero), o anticipa saltos al vacío en política, como la convocatoria permanente a plebiscitos para eludir la probable renuencia del Congreso. Si tales propuestas se concretaran algún día, la Argentina podría ingresar en un estado de crisis perpetua de su política, como sucede en Perú. Milei denunció ya a cinco periodistas porque estos lo criticaron; es, según estimaron varias organizaciones defensoras del derecho de expresión, un intento de condicionar el discurso del periodismo cuando alude a él. Es un riesgo político y social, por lo tanto, que Juntos por el Cambio esté perdiendo votos en el corredor central del país (Córdoba, Entre Ríos, Santa Fe y Mendoza, entre otras provincias) que se fugan hacia el líder libertario. Llama la atención que, en tales condiciones, Milei reciba la adhesión de economistas e intelectuales liberales o el silencio de líderes de Juntos por el Cambio. Unos porque consideran que él está resucitando las ideas liberales y los otros porque suponen que lo necesitarán en un eventual ballottage o en un Congreso probable. No miran más allá.
Las elecciones se ganan el domingo de elecciones. Nunca antes
Los votos de Milei no son, para desgracia de sus admiradores, votos del liberalismo. Es el típico voto protesta de una sociedad agobiada de una estirpe política que condujo el país a la recesión o el estancamiento desde noviembre de 2011. Más de 11 años de penuria. Hace poco, una crónica de LA NACIÓN consignó la respuesta del hijo de un líder piquetero sobre a quién votará en las próximas elecciones: al Partido Obrero o a Milei, contestó. Sucede algo parecido con jóvenes marginales del conurbano bonaerense que están mirando con simpatía al líder libertario. No son liberales ni de derecha ni conservadores. Semejante confusión política e intelectual significa que solo coinciden con su discurso ofuscado y disruptivo. Milei es lo que queda después del default del resto de la dirigencia política.
El problema de Juntos por el Cambio es más grave que su internismo: carece de un liderazgo cierto (aunque fuere colegiado), de una entidad, de una bandera, de un eslogan y de un discurso común. Tuvo un 2021 brillante cuando barrió al oficialismo en las elecciones de mitad de mandato, pero entonces creyó que solo debía seleccionar al futuro candidato presidencial para elegir al próximo presidente de la Nación. Error. Las elecciones se ganan el domingo de elecciones, nunca antes. El hecho de que esté en discusión la unidad de la coalición opositora en un distrito tan importante como Mendoza señala la impotencia y el internismo que aqueja a Juntos por el Cambio. El internismo es una eterna obsesión del radicalismo, pero la enfermedad se contagió ahora a Pro. Mauricio Macri creció en los últimos tiempos, pero no lo suficiente como para ser un árbitro decisivo de las peleas internas o un candidato con la victoria asegurada. Falta tiempo para las elecciones, dicen, pero es la sociedad la que está perdiendo la paciencia, ya sin mucho tiempo.
Carlos Melconian diseñó desde Ieral, el think tank de la Fundación Mediterránea, un amplio programa económico, con sus técnicos incluidos, que necesitará, en caso de un gobierno de Juntos por el Cambio, algo más que lo que hoy es la coalición opositora. Melconian lo llama “Juntos por el Cambio Plus”, aunque lo construyó para cualquier fuerza política que le toque gobernar. La idea de una coalición más grande no deja de ser seductora, pero el problema es dónde conseguirá esa ampliación. Cristina Kirchner es una lideresa de izquierda; Alberto Fernández se apresta a regresar a casa, y Sergio Massa solo aspira a ser el jefe de la futura oposición. Pidió una condición imposible: ser candidato de Cristina y de Alberto Fernández al mismo tiempo. Eso y decir que no será candidato es lo mismo. Melconian podría encontrar algunos aliados coyunturales para aplicar su plan en el espacio que están construyendo Juan Schiaretti, Juan Manuel Urtubey y Florencio Randazzo, pero todavía es demasiado pronto para conocer qué tamaño tendrá esa excursión del peronismo no kirchnerista.
En la orilla del Gobierno, Alberto Fernández consiguió que el kirchnerismo le habilitara las primarias obligatorias justo cuando él es el presidente con la peor imagen que haya tenido un jefe del Estado desde la restauración democrática. No está en condiciones de ganar nada. Cristina Kirchner es la dirigente que más votos arrastra en la coalición gobernante, pero siempre que se hable de una derrota digna, nunca de una victoria. Ella nunca se someterá a la certeza de una derrota, porque además es la única que expresa en la intimidad el peor de los pesimismos para las elecciones de este año. Ella solo aspira a retener poder parlamentario en el próximo período porque es también la única a quien la derrota la aguardará sentada en los pasillos de los tribunales para rendir cuentas por actos de corrupción. La fantasía de la proscripción no es creíble para nadie más que su círculo de fanáticos. Ella necesita desesperadamente retener algo de poder. Su problema fundamental no consiste en esperar con ansiedad la decisión de los jueces. Tiene otra sustancia: como todos los autoritarios, Cristina Kirchner vive en una esfera en la que el poder equivale a la ley.