El rey y el ingeniero en la Isla de las Rosas
Hace 52 años, en 1968, se fundó una micronación de tendencia anarquista, si es que algo así tiene sentido, en el mar Adriático, en aguas extraterritoriales, a 12 kilómetros de la costa de Rimini. En estos días, Netflix estrenó La isla de las rosas, una película inspirada en aquel acontecimiento histórico. Pero Netflix no lo cuenta todo.
En 1967, el ingeniero Giorgio Rosa estaba harto de las constricciones que debía soportar por ser un ciudadano italiano. No toleraba las reglas absurdas, el exceso de impuestos, de prohibiciones, de ordenanzas, de leyes que perseguían fines, por lo menos, dudosos. Para escapar de esas ataduras, se le ocurrió crear una nación fuera de las aguas territoriales italianas, a corta distancia de Rimini y de sus playas desbordantes de turismo nacional e internacional. Rosa cumplió su deseo y construyó una isla flotante de 400 metros cuadrados: "su" república, de la que sería presidente y único habitante.
Las complicaciones de todo orden, pero sobre todo internacionales, que produjo la micronación de Rosa, excedían largamente la modestia de su logro. El nuevo país era una despojada plataforma del tipo de las petroleras. Rosa no estaba seguro del nombre que debería tener ese nuevo país, pero tuvo la suerte de encontrarse con un maestro de las relaciones públicas y de la publicidad, el alemán Rudy Wolfgang Neumann. Éste convenció a Rosa de dar a la isla un apelativo acorde a esa formidable combinación de ensueño, técnica y anarquía que ya había entusiasmado a emprendedores codiciosos con la posibilidad de hacer de ella paraíso fiscal, discoteca acuática, expendedora de sustancias alucinatorias y novedosa meta de excursiones turísticas. El nombre elegido fue "Isola delle Rose" (Isla de las rosas). Entre los poderes que se atribuía el microestado estaba la impresión de estampillas. El idioma nativo sería el esperanto. El himno nacional no sería de Verdi sino de Wagner: "Steuermann! Lass Die Wacht!", coro de El holandés errante. Este es el punto donde Netflix empieza a no decirlo todo en voz alta.
El nombre Isla de las Rosa era, por supuesto, una alusión al apellido Rosa, pero también a la Isla de las Rosas del lago de Starnberg, en Baviera. Esa isla fue el refugio predilecto de Luis II, el desdichado protector de Richard Wagner. En sus bellísimos castillos, el rey huía de la grosera realidad. La villa, el Casinò, de la Isla de las Rosas era un pabellón de carácter privado, levantado por Maximiliano II, padre de Luis. Con el tiempo, llegó a convertirse en el espacio más íntimo del hijo. Al Casinò sólo iban las personas a las que Luis más quería o admiraba: Richard Wagner, la emperatriz Elizabeth, prima del rey y la gran duquesa María Alexandrovna. Pero quizá el compañero más querido de Luis en la Isla de las Rosas haya sido el príncipe Paul von Thurn und Taxis, su ayuda de campo, excelente cantante de la música de Wagner. Desde la adolescencia, la íntima amistad de los jóvenes príncipes dio origen al rumor de que eran amantes. Las cartas del príncipe a Luis, encontradas después de la muerte de éstos, podrían interpretarse como una confirmación de aquel vínculo; pero en aquella época era común la correspondencia apasionada entre amigos que no tenían relaciones sexuales.
Había en Luis II una fuerte tendencia a ir en contra de lo establecido y de los prejuicios. Quería ser un autócrata a la manera de Luis XIV, pero también lo atraía el espíritu libertario. La Isla de las Rosas del lago Starnberg es, de algún modo, el emblema de la fuga aristocrática o anárquica a un lugar concreto y utópico a la vez. En la versión completa de Ludwig, la película que Luchino Visconti le consagró al soberano, se muestra ese reino de fantasía de la Isla de las Rosas. En ella, un personaje destacado y, a la vez, invisibilizado en su carácter de servidor, es el apuesto jefe de la Caballeriza Real, Richard Hörnig, el ser en el que Ludwig más confiaba y al que más deseaba.
¿Las estampillas que lanzó Giorgio Rosa fueron una alusión sarcástica al príncipe Paul von Thurn und Taxis? Éste pertenecía a una familia que se hizo fabulosamente rica con la explotación y el monopolio del correo postal desde el siglo XV hasta mediados del XIX. Las estampillas sellaron el final de la compañía de correos de los Thurn und Taxi, que pasaron a ocuparse de la cerveza. Los miembros de la familia siguieron siendo ricos hasta hoy, salvo el desdichado Paul que murió de tuberculosis, en la pobreza, abandonado por su esposa plebeya, que lo dejó agonizante para escaparse con un oficial prusiano.
La historia se repite dos veces, dicen voces ilustres, la primera sucede como una gran tragedia; la segunda, como una farsa. Así ocurrió con la Isla de las Rosas de Ludwig y la de del ingeniero Rosa,