El rey de las bestias
El libro de Giorgio Vasari sobre la vida de Leonardo Da Vinci contiene un pasaje que retrata al genio comprando jaulas llenas de pájaros con el solo propósito de abrirlas para devolverles su libertad.
Sabido es que Da Vinci fue un inquieto precursor en diversos campos. Con su reconocimiento de los animales como sujetos de derecho, también lo fue en esa rama de la ética que hoy se denomina ética animal. Se le atribuye haber dicho que "llegará un día en que dar muerte a un animal será castigado de la misma manera como es castigado el asesinato de un hombre".
Que haya sido suya la sentencia es debatible, pero lo que queda estampado en sus cuadernos es su definición del hombre como rey de las bestias, en vez de rey de los animales. Ciertamente un adelantado si pensamos que hoy la ciencia no justifica la superioridad de la especie humana en el reino animal. El que el hombre haya desarrollado una racionalidad superior no es indicativo de una superioridad existencial. Sucesivas observaciones van develando además aspectos admirables de la inteligencia y la emotividad de otras especies.
Lo que podemos afirmar sin temor a equivocarnos es que ninguna alcanza el nivel de crueldad que es capaz de ejercer el ser humano.
El reciente horror de la tortura a la que fue sometido Chocolate, el perro despellejado vivo, o el reciente hallazgo en Córdoba de un cementerio de gatos y perros que habían padecido martirio antes de morir son espejos que reflejan la brutal bestialidad propia de la condición humana.
Discriminatorios y crueles, segregamos a nuestro prójimo por color de piel, por religión, por género, por estatus económico o social. El especismo es la forma de discriminación por diferencia de especie. Por discriminación, negamos consideración moral al discriminado. Por sadismo, somos capaces de las peores atrocidades.
En nuestra época, felizmente caracterizada por la lucha en defensa de las minorías, la acción por los derechos de los animales no debe ser un tema secundario. Las noticias sobre los horrores perpetrados por individuos humanos contra criaturas desamparadas y sensibles de otras especies son un llamado a asumir nuestra responsabilidad moral.
Recientemente, la Corte Suprema de Colombia revocó una ley anterior que prohibía el martirio del animal en la tauromaquia. No tardaron en alzarse voces en repudio de la medida. Los devotos de las corridas de toros esgrimen su derecho a celebrarlas en todos los detalles de la tradición. Los detractores defienden el derecho del animal a no sufrir dolor. De la misma manera se manifiestan las jóvenes generaciones en España, que reclaman una reedición del espectáculo taurino sin el suplicio del animal.
No son gestos menores. Ni hay urgencias que justifiquen la prórroga del tratamiento de este tema de índole eminentemente ética. El someter a sufrimiento a un ser que siente dolor es abominable. "El hombre es lobo para el hombre." Lo dijo Plauto, lo repitió Thomas Hobbes, lo eternizó Rubén Darío en su poema "Los motivos del lobo". Pero para el lobo, o para el galgo abandonado al hambre y a la tristeza cuando ya no sirve para carreras, o para el toro de lidia bello como un mito viviente traspasado por banderillas, el hombre puede llegar a ser la más sanguinaria de las bestias.
Decía el científico Ilya Prigogine que el ser humano es individualmente siempre el mismo y que los grandes avances son logros sociales. El derecho de los animales es pues un tema que debemos abordar socialmente. No se trata tan sólo de no hacerles daño. Nuestro deber como especie que detenta el poder sobre la vida y la muerte de todas las especies es también el de velar por el bienestar y la felicidad de esos seres sintientes. Los legisladores deben legislar para la protección y el cuidado de los animales y para que el someterlos a suplicio sea castigado como debe ser castigado todo crimen. La familia y los educadores deben trabajar en el control de la tendencia intrínseca en la naturaleza humana a gozar con el dolor ajeno. Los medios de comunicación deben alzar sostenidamente la voz por los que no tienen voz humana.
Es tiempo de replanteos éticos en todas las relaciones del hombre con su prójimo y con sus semejantes en la existencia. Y digo semejantes porque algunos de nosotros sabemos del amor y de la ternura de las que son capaces estos compañeros de vida. En un poema de Ester de Izaguirre, la poeta recientemente fallecida dice: "Si los ojos del perro me devuelven confianza/ en el disfraz absurdo que me miente la vida/ no importa que anochezca..."
En la indiferencia o en la defensa de los derechos de estas criaturas indefensas se juega también nuestra humanidad.