El retorno de las recetas oscurantistas
El peronismo es el gran protagonista de la política argentina. Su gran ventaja es que puede albergar expresiones opuestas sin perder su identidad. Mientras los peronistas "racionales" claman por mayor institucionalidad republicana, los peronistas kirchneristas abogan por una reforma constitucional que garantice mayor "control popular". Pero en la foto hay lugar para todos; y, por lo visto, también hay lugar para fórmulas de unidad que sinteticen reclamos incompatibles.
En su intervención en el Foro de Pensamiento Crítico realizado el año pasado, Cristina Kirchner planteó la necesidad de repensar el ideal democrático, bajo el argumento de que ya nadie se saca las muelas con técnicas del siglo XVIII. Es cierto que en el siglo XVIII no había organismos financieros internacionales, corporaciones transnacionales ni medios masivos de comunicación. Pero el XVIII fue el siglo que alumbró la democracia republicana, el constitucionalismo y los derechos humanos. Superarlo no será tan simple.
El rechazo de la democracia liberal no es una novedad. Ya durante la crisis de 1930 autores como Giovanni Gentile y Carl Schmitt señalaban la necesidad de un giro radical. En esencia, proponían priorizar lo nacional por sobre el atomismo burgués, y reemplazar el obsoleto entramado del parlamentarismo por relaciones directas pueblo-líder, canalizadas mediante un aparato de propaganda oficial montado sobre el par conceptual amigo/enemigo. También sostenían que la política no era un campo racional: el diálogo, la negociación y el consenso eran un remanente del Iluminismo que aniquilaba la vitalidad y llevaba a Occidente a la ruina. Solo el carisma de un conductor extraordinario podría devolverle al pueblo la soberanía usurpada.
Esta corriente incluía además una receta económica que completaba su programa: abogaba por una mayor intervención estatal, enfatizando la importancia de alcanzar la plena autosuficiencia. Y si bien la propiedad privada era mayormente respetada, su uso quedaba restringido por varios dispositivos, especialmente un sistema sindical entroncado en el Estado, que pondría coto al mercantilismo y el afán de lucro del capital. La aplicación de este nuevo modelo adquirió las dimensiones de una verdadera catástrofe signada por la violencia y la bancarrota. En su famoso ensayo sobre el modernismo reaccionario, Jeffrey Herf resumió el espíritu de la época como una brutal reacción del mundo medieval contra la modernidad.
La expresidenta tiene razón en que la democracia republicana debe encontrar soluciones para desafíos como la pobreza, la desigualdad y la globalización financiera. Teóricos como Jurgen Habermas confían en su capacidad de reinventarse mediante intercambios argumentativos que liberen todo el potencial emancipatorio de una acción comunicativa orientada al entendimiento entre iguales. También apuestan por la consolidación de estructuras de gobernanza transnacional bajo el paradigma kantiano de la "paz perpetua". Tal vez sean demasiado optimistas. La otra opción es experimentar con las recetas de una era que soñaba con volver al oscurantismo.
Doctor en Teoría Política por University College London. Premio Konex a las Humanidades 2017