El retorno de la Justicia al centro de la escena
Inadvertidamente, acaso obedeciendo a esa indeleble pulsión justiciera con la que nació la Argentina en 1810, la Justicia vuelve a pugnar por recuperar el centro de la escena política, cual eco de un silencioso clamor popular mezcla de ira y hartazgo ante las injusticias que padecen los argentinos por tantas existencias frustradas, hijos emigrados y seres queridos muertos innecesariamente a causa del Covid, un sentimiento que vaga huérfano en busca de quien lo encarne en la contienda electoral.
Cuando el presidente Alfonsín, el fiscal Strassera, los miembros de la Conadep, el juez Ricardo Gil Lavedra y otros magistrados emprendieron aquel histórico y valiente Juicio a las Juntas –hito de la Justicia mundial–, corporizando aquella aspiración superior de justicia que anima a buena parte de los argentinos, dieron vuelta la página al autoritarismo y a las interrupciones a la democracia –los dos grandes males que aquejaban al país–, logrando así que la Justicia enjuiciara al pasado y salvara el futuro de la república.
Las multitudinarias manifestaciones populares llorando el martirio del fiscal Nisman, caído en esa lucha justiciera, no solo añadieron otra cicatriz en la piel de la república ulcerada de injusticias, sino que también constituyeron otra expresión acabada de esa avidez de Justicia de nuestra sociedad.
Ahora, a través de la Corte Suprema y de otros tribunales, jueces y fiscales, la Justicia argentina está dando muestras significativas y auspiciosas de abnegación, valentía, compromiso y celo de su papel como uno de los tres pilares de la república, vislumbrándose su intención de recuperar aquel rol de bisagra histórica que representó entonces el Juicio a las Juntas, enfrentando las principales calamidades que azotan hoy al país, como la corrupción, la inseguridad y las varias injusticias estructurales que padecen los argentinos.
Pero la Justicia se desenvuelve también en otro plano, no social, formal o técnico, como el que ocupa a los juzgados, sino más íntimo, espiritual o kantiano: el tribunal de la propia conciencia, el que los jueces de 1985 habrán buscado no en sus Códigos, sino en la mirada de los comandantes militares al escuchar los desgarradores testimonios de sus atroces crímenes, indagando cómo se juzgaban, defendían, condenaban o absolvían a sí mismos, ante sus propias conciencias, pues ninguna de las injusticias que nos aquejan hoy habría sido posible sin antes atravesar el tamiz de la conciencia, no solo de los responsables de haber arrasado con la república en estos últimos 20 años, sino también de aquellos que los apoyaron con sutil complicidad o indiferencia, como han sabido indagar los estudios sobre los comportamientos individuales durante el Holocausto. Esa clase de pulsión interna como la que aquejó a Marco Bruto, tan sensiblemente recreada por Oscar Barney Finn y Marcelo Zapata en su flamante y celebrada pieza teatral Brutus, donde se plantea con maestría cómo las tensiones entre la política, la corrupción ética y la salvación de la república desgarran la conciencia del individuo que anhela también salvar su alma.
Cualquiera que fuese el devenir de la actual Justicia, ¿tendría futuro nuestra frágil república si no existiese una mancomunada disposición a trabajar preventivamente, mediante la educación, la ejemplaridad y la espiritualidad en el temor, el respeto y la admiración a la majestad suprema de la Justicia, para contribuir al fortalecimiento de esa maltrecha sed de Justicia y a la formación de conciencias virtuosas, en especial de niños y jóvenes? ¿Qué república sería viable y no una mera farsa si sus ciudadanos vacilaran o despreciaran a la Justicia en su fuero interno?
No existe futuro venturoso para nuestra consternada sociedad sin la realización de esos dos planos de la Justicia, la que revela, juzga, condena y supera el pasado, y aquella que se aboca a impregnar hacia adelante, en el corazón de cada ciudadano aquella “constante y perpetua voluntad de dar a cada uno lo suyo”, que sabiamente prescribió el célebre jurista romano Ulpiano.
Diplomático de carrera, miembro del Club Político Argentino y de la Fundación Alem