El relato del arte, una experiencia estética
En su brevísimo libro Autorretrato (Etena Cadencia), Édouard Levé posó para sí mismo en palabras. En esa pintura, o mejor dicho toma, "del natural", el fotógrafo y escritor francés acumula manías, patologías, gustos, caprichos y, entre líneas, una teoría del arte que, por otro lado, el libro mismo se ocupa de poner en escena.
Vale la pena detenerse en una de las observaciones que conforman esa teoría. Después de confesar que es indiscreto y antes de declarar que no miente, Levé anota lo siguiente: "Prefiero que me cuenten una exposición a verla con mis propios ojos". Aunque no lo aclara (nada es claro en Autorretrato, y a la vez todo es transparente), se entiende que la frase no puede sino referirse al arte contemporáneo.
Nada, ninguna palabra, podría sustituir una Madonna de Rafael, la luz de Tintoretto o una superficie de Pissarro. Sin embargo, una invención duchampiana puede rendir más cuando se la pone en palabras, cuando es contada. Esto tiene una explicación muy simple: desde Duchamp, justamente, el arte empezó a alejarse de los objetos sensibles para entregarnos objetos intelectuales. Buena parte del arte contemporáneo está hecho de ideas y no de cosas.
Ya hacia fines del siglo XVIII, Novalis había llegado a la conclusión de que la lengua era el instrumento musical de las ideas. Por esta misma razón, el arte contemporáneo, cuyo nacimiento se remonta al romanticismo, se aproxima, desde la perspectiva de quien debe decir algo sobre él, a la música.
Las ideas necesitan que el lenguaje las cuente. El lenguaje puede interpretarse a sí mismo; la música, en cambio, como hizo notar el musicólogo Kofi Agawu, necesita del lenguaje para ser interpretado. Hablar de un "lenguaje musical" implica por eso situarse en el terreno de la metáfora. La semiología de la música nos enseñó hace mucho que no hay acto lingüístico que sustituya el acto musical.
Levé no cree tampoco que la exposición que le cuentan sustituya la visita a la exposición, sino más bien que aquello que vemos en la galería, el museo (o, digámoslo también, la sala de concierto) es sólo una parte de la experiencia estética actual, y no necesariamente la decisiva. Levé trata su propia vida como un objeto artístico contemporáneo. Por eso escribe sobre ella.
Los límites entre arte contemporáneo y música se volvieron lábiles también en la teoría. En los dos casos pasa lo mismo: se entiende y no se entiende. Arrancar un sentido, una experiencia, el "más" que está encerrado en ese vacío de lo inteligible, es la tarea de la escritura. Eso es lo único que puede de veras contarse.