El regreso de los dinosaurios a la política argentina
La superstición de la novedad domina y atonta a la opinión pública. Se nos asegura con énfasis que estamos en presencia de un fenómeno nuevo y original, pero como en “Jurasic Park” solo el desarrollo tecnológico y la intervención personal e interesada de los tecno-ricos representan de verdad algo moderno e innovador; el resultado, por el contrario, no es precisamente un viaje al futuro, sino un inquietante regreso a la prehistoria y un resurgir no de criaturas de gran originalidad, sino de los rancios y trillados dinosaurios. Que están de vuelta, a pesar de que Charly García en los albores de nuestra democracia sugería que iban a desaparecer porque supuestamente serían derrotados por el progreso colectivo y la libertad individual. Se equivocaba, y lo que hoy se presenta como nuevo no es otra cosa que lo más viejo del mundo: tiranosaurios, velocirraptores, darwinismo salvaje y un pensamiento jurásico con packaging de época. Tenía razón Michael Crichton, que poseía una cabeza científica y especulativa como Verne, pero que era un lector muy atento de Conan Doyle: “La historia siempre se repite; la gente cae en las mismas trampas y comete los mismos errores una y otra vez”.
Amparado en su indudable éxito macroeconómico (chapeau de nuevo) y en un optimismo social que es provisorio y que únicamente se referencia en ese factor puntual y decisivo, el gobierno libertario –corresponsal argento de una liga internacional de populistas de derecha– ha resuelto avanzar aquí con una agenda reaccionaria recalcitrante. Esto le permite generar nuevos enemigos a quienes “domar” y mantener por un tiempo la iniciativa política, eso sí: con el riesgo de confundir una estrategia de salón con el sentido común de la calle, y un microclima ultramontano con la conciencia de una sociedad abierta y sensata que no está a la derecha de Milei (allí solo se levanta una pared) sino mayormente cerca del centro, con perdón de esta última palabra que tanto repugna al señor Presidente.
La nueva Orga libertaria, después de una tenebrosa retórica bélica, bajó un cambio: una cosa es el juego y otra la realidad, donde los talibanes y las promesas violentas pueden ser piantavotos a la luz del día
Jóvenes oscurantistas con ideas antiguas, que son admiradores indisimulables de Pinochet y justifican el macartismo, se han lanzado con entusiasmo a esta cruzada; el imperio romano es su inspiración y la necesidad de entronizar un emperador, su máxima aspiración inconfesa. Es en este contexto triunfalista donde irrumpió la Organización Fuerzas del Cielo, que se presenta como “el brazo armado” del León. El episodio no resultó muy afortunado y hubo que retroceder en chancletas. Sucedió hace unos años algo similar con La Cámpora, que ebria de poder y fanatismo, jugaba puertas adentro con el folclore setentista. Cuando este articulista narró en detalle esa trastienda de épica frívola, tuvieron a bien enviar a un ministro a esta redacción para explicar, muy preocupados, que ellos solo eran “herederos simbólicos” de Montoneros, pero que repudiaban sus crímenes. La nueva Orga libertaria, después de una tenebrosa retórica bélica, bajó también un cambio: una cosa es el juego y otra la realidad, donde los talibanes y las promesas violentas pueden ser piantavotos a la luz del día. Anida en ese universo de falsos “militantes sacrificiales”, por otra parte, la idea de que experimentamos “un cambio cultural irreversible”. Hemos escuchado varias veces esta prematura aseveración: la pronunció en su momento con grandilocuencia el kirchnerismo y luego la replicaron equivocadamente los republicanos de Cambiemos. En cada caso, la gente los bajó a bofetadas de esos sucesivos pedestales: el electorado cambia cada vez más rápido de opinión, y convierte a los victimarios de las redes sociales en víctimas acorraladas, y viceversa. Los nuevos tiempos son electrizantes, pendulares y de doble vía, compañeros, y hay que tener mucho cuidado con que el tren no te sorprenda en el carril incorrecto y te lleve por delante.
El electorado cambia cada vez más rápido de opinión, y convierte a los victimarios de las redes sociales en víctimas acorraladas, y viceversa
Los jurásicos de esta hora son alegres inquisidores por vocación, y usan un lenguaje sexualizado y sodomizador mientras claman por cancelaciones al sexo en la literatura: esta semana se escandalizaron por dos párrafos eróticos en una novela a la que convirtieron involuntariamente en un mega best seller. Puede que desde el punto de vista pedagógico Cometierra no sea adecuada para un secundario –lo ignoro–, pero la campaña que le armaron a su autora fue infame y preanuncia una vocación censuradora: recordemos que sus primos hermanos de España, los dinosaurios de Vox, intentaron algo parecido con Orlando, obra maestra de Virginia Woolf. Es necesario que el periodismo realice “alertas tempranas” acerca de estos hábitos y compulsiones: estaría renunciando a una de sus obligaciones centrales si se dejara acobardar por las amenazas públicas y si se sintiera intimidado por el clima de época: si es necesario resultará imperioso contrariar incluso a las propias audiencias. A veces se gana y a veces se pierde. Tocó enfrentarse a la tiranía woke y tocan ahora estas advertencias, más cuando en el poder han elegido a la prensa como enemigo fácil. Con el mismo lenguaje burdo con que se denomina “comunista” a cualquier disidente –volvemos a las modulaciones zafias de la Triple A y de Videla–, se intenta desacreditar al periodismo, olvidando que fue gracias a ese “oficio maldito” que los corruptos desfilaron por tribunales mientras el líder hacía campaña electoral para Scioli y luego limaba a Macri. Adicto al autobombo y a la obediencia boba, el general Ancap quiere bajarle el precio a quienes pueden denunciar los enjuagues de sus muchachos y triturar a los que cuestionan el relato escrito cada día por el Triángulo de Hierro y difundido con ferocidad por sus guerrilleros digitales, y solo tolera chupamedias y propagandistas en los medios de comunicación. Los demás son “torturadores profesionales”, a quienes perseguir y lastimar: “el respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo” te lo debo. Porque su libertad, como dice Loris Zanatta, “es la libertad de pensar como él”. Nada sorprendente: los emperadores sueñan con un mundo sin objetores y los dinosaurios son inseguros, siempre temen extinguirse. Y toda esa aprensión íntima, ese pánico congénito y secreto, se conjura de una sola manera: impartiendo miedo. Eso ya era viejo en el salvaje período jurásico.