El regreso al hogar de Nicanor Aráoz
El artista exhibe en la Universidad Torcuato Di Tella su producción de la última década
Se suele usar la palabra “engendro” para referirse a una creación que orilla la monstruosidad, el experimento fallido o aquello que está mal concebido. Sin embargo, a nadie se le escapa que engendrar alude también a la fecundación y el nacimiento. En ese sentido, se puede afirmar que Antología genética, la muestra de doce esculturas de Nicanor Aráoz (Buenos Aires, 1981) en la sede Alcorta de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT), es una exploración sobre lo que nace y sobre los alcances de lo informe.
Un imaginario se construye a lo largo del tiempo. De eso parecen haber sido conscientes los tres curadores de la antología de Aráoz -Inés Katzenstein, Lucrecia Palacios y Alejo Ponce de León-, quienes eligieron obras de un período de diez años en la producción del artista. De alguna manera, la exposición, que cierra este viernes, es un regreso al hogar de Aráoz, que integró el primer programa de artistas de la UTDT y participó de la Beca Kuitca en esa universidad. Aunque, como todo, la muestra es mucho más que eso.
“Con Antología genética aspiramos a crear un espacio, no sólo físico, sino también intelectual, para conocer e interpretar la obra de Nicanor –dice Katzenstein-. Nos interesaba, además de ofrecer un grupo de obras que son muy heterogéneas desde el punto de vista del lenguaje y de las técnicas, acercar al público un espectro muy amplio de saberes, desde la historia de la escultura argentina de los años 70, pasando por el espiritismo, hasta la genealogía del monstruo, de Frankenstein a Moria Casán que, creemos, rondan la obra de Aráoz.”
Ya lo dijo Omar Calabrese en La era neobarroca: el monstruo es un artificio retórico que permite sondear la desmesura. En las esculturas de Aráoz, conviven fragmentos de la cultura pop, de la Internet profunda, de la violencia política en la historia argentina, de su autobiografía de artista y de la ideología punk.
Una obra de 2010, inspirada por una noticia que Aráoz leyó en Internet sobre la condena a muerte de una elefanta que había matado a su cuidador, sintetiza sus procedimientos. Con aves embalsamadas, botas, un walkman incrustado en el cuerpo de la obra, zapatillas y una campera, Aráoz diseña el espectro de un animal sacrificado con un terror tierno.
A la vez, sentimientos oscuros sobrevuelan el sentido de su obra. En otras piezas, que se mostraron en la galería Barro en 2015, Aráoz trabaja una serie de crucifixiones de torsos con materiales arcaicos y ultramodernos: mármol, neón, cerámica, espuma de poliuretano. Esas esculturas reclaman la nocturnidad. Otras, en cambio, más ingenuas, provienen de los dibujos animados, la historieta y el gag visual, como la que hizo con pelotas de tenis y una liebre embalsamada (Aráoz ofició de taxidermista en sus primeros trabajos).
Para la muestra concibió una decimotercera obra: una instalación que amalgama un esqueleto de madera, plástico rosado agujereado con una pistola de calor y luces. Así, convirtió el espacio de exhibición en el útero gigantesco de un alien, al que los curadores denominaron “teatro anatómico”.
“¿Por qué Aráoz? –se pregunta Katzenstein-. Porque es, gracias a la originalidad, a la audacia y al impacto emocional de sus obras, uno de los artistas de su generación que creemos merecen una atención crítica y cultural que permita generar nuevas interpretaciones sobre su trabajo.”
Para ello, los curadores organizaron encuentros con el artista, el público e invitados como Nicolás Cuello, Paola Cortes-Rocca, Roque Larraquy y Mariana Marchesi. Juntos reflexionaron sobre la máquina genética de la obra del artista. El viernes próximo, a las 19, será el encuentro final, en el que participarán Guillermo Kuitca, Cora Gamarnik, Daniela Lucena y Gisela Laboureau.