El recuerdo de Don Goyo
El excelente documental Retiros (in)voluntarios dispara la evocación de un monólogo de Pepe Arias
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La conversación se oía a lo lejos: “Sí, señor jefe; cómo no, señor jefe; es la última vez, señor jefe; de acuerdo, señor jefe…”. Y luego del portazo, llegaba el descargo: “¡Jerarca! ¡Vampiro negro de Düsseldorf! ¡Introductor en el país de sangre, sudor y lágrimas…! El día que yo sea gerente de esta casa abro una sección de camas para faquires sólo para que él las pruebe”. La escena pertenece a un sketch de “Goyo, el supernumerario”, el personaje que encarnaba Pepe Arias en LR3, Radio Belgrano, a mediados de la década del 40 del siglo pasado. La recuerdo perfectamente no sólo porque tuve la suerte de escuchar una grabación, sino porque la leí en Queridos Filipipones, la bio-filmo-radiografía afectiva de Pepe Arias que mi padre escribió hace más de tres décadas, editada por Corregidor. Recuerdo, también, la respuesta de Don Goyo a la pregunta inocente de su amiga Betty, una empleada de la empresa: “¿Y qué va a pasar? Estábamos intercambiando opiniones con el jefe. Su intención era echarme, la mía de quedarme. Por ahora quedamos en tablas, la seguimos la semana que viene.”
Pero la recuerdo, sobre todo, porque cuando tenía once años, interpreté ese monólogo en, al menos, dos oportunidades. Una vez, en la radio, en el programa del recordado Esteban Peicovich. La otra, en la presentación del libro, en una sala pequeña del Teatro Nacional Cervantes, con Javier Torre, el legendario bandoneonista Marinero Montes, Vicente Larussa (“El Preso”, que encarnaba al mesero de Polémica en el Bar) y familiares varios como testigos. Esa escena derivaba en un largo soliloquio, donde Don Goyo recordaba la que acaso fuera su única (e infructuosa) aventura amorosa.
Como lo indica esta historia, las tensiones entre jefes y empleados existen desde siempre. En los tiempos de Don Goyo, las empresas todavía no tenían, sin embargo, departamentos de Recursos Humanos. En realidad, el término se utiliza desde mediados del siglo XIX, pero su protagonismo recién empezó hace treinta o cuarenta años.
La semana pasada se estrenó en el Gaumont Retiros (in)voluntarios, un documental de Sandra Gugliotta inspirado libremente en el libro La privatización de los cuerpos, de Damián Pierbattisti. Con una mirada sensible, Gugliotta viajó a Francia para indagar en el drama de los trabajadores de France Telecom que no pudieron resistir las presiones y los efectos de una reestructuración feroz, que los empujó en muchos casos a la depresión y el suicidio. Uno de los testimonios más impactantes es el de un ex empleado que, en una reunión laboral, decidió abrirse el estómago con un cuchillo. Un harakiri trunco que lo dejó, entre otras consecuencias, con una dieta a base de ansiolíticos y antidepresivos. ¿Otra imagen desgarradora? Un padre lee la nota de suicidio que le dejó su hija, antes de tirarse por la ventana de su oficina. “Por las dudas, llevo conmigo el carnet de donación de órganos. Por favor, no te olvides de buscar a mi gatos y alimentarlos”, le ruega.
“Este plan fue aplicado con cinismo y frialdad por los directivos. Fue enteramente aplicado como parte de un sistema casi militar. De hecho, podemos decir que la empresa le declaró la guerra a sus empleados. Declaró la guerra y la ganó de una manera terrible”, asegura el abogado Jean Paul Tessonièri.
“Esta película empezó para mí con una noticia, que tenía que ver con la historia de mi papá, y que contaba cómo una empresa estatal francesa, France Telecom, y una empresa española, Telefónica, compraron una empresa estatal argentina y aplicaron un plan para recuperar en poco tiempo su inversión”, explica Gugliotta. “Así, en pocos años se habían desprendido de 28 mil empleados, sin hacer un solo despido. Todo empezaba con una oferta: a cambio de que se fueran, les ofrecían una indemnización muchas veces superior a la indicada por la ley. Le decían «retiro voluntario»”.
En Francia, los directivos fueron condenados en 2019, pero apelaron. En la Argentina, el caso no llegó a instancias judiciales, pero el dolor sigue flotando en el aire.