El radicalismo debe salir de la nostalgia
Es un acto de justicia reconocer los esfuerzos que lleva adelante la conducción del radicalismo a nivel nacional para recomponer el partido de manera que vuelva a ser lo que ha sido desde su origen: garantía de calidad democrática y respeto de la Constitución, tanto para los gobernantes como para los gobernados, único camino para construir una sociedad más justa que permita una amplia movilidad social. Sin embargo, es imposible ignorar que en este momento conviven en el partido diferentes tendencias y proyectos que se concretan en distintas propuestas de alianzas (algunas de ellas aparentemente incompatibles entre sí), y en grupos de radicales que van en apoyo de eventuales candidatos que no pertenecen al partido. Esta nueva y potencial diáspora se debe en realidad a la falta de una definición clara acerca del rol que, desde la conducción y de los principales dirigentes, se le otorga al radicalismo en las próximas elecciones de 2013 y, sobre todo, en las presidenciales de 2015.
Existe coincidencia en que la prioridad para 2013 es constituir, junto con otras fuerzas, un sólido bloque que impida la reforma constitucional que pretende el oficialismo. Esta coincidencia es positiva siempre que se tenga en cuenta que es necesaria para 2013, pero insuficiente para 2015, cuando el electorado no sólo va a exigir los muchos no que se merece la política de este gobierno, sino también visualizar caminos que sirvan para que quien resulte elegido pueda gobernar luego a una sociedad extraordinariamente enfrentada en facciones, tal como se ha encargado de fogonear el actual gobierno (y según todas las perspectivas, lo seguirá haciendo).
Es necesario asumir que en las actuales condiciones políticas del partido y del país, es imposible pensar que se pueda llegar al gobierno, primero, y gobernar después, solamente con lo que se cuenta actualmente o con los aliados que tienen una postura ideológica cercana. Por eso muchos radicales, sin negar su condición de tales, buscan formas de entendimiento con otras fuerzas políticas que, aparentemente, no están tan cercanas programáticamente. ¿Armonía ideológica insuficiente o inestable heterogeneidad?
Creo que es posible resolver este dilema. Se trata de intentar un primer acercamiento con quienes conciben que el país puede progresar en términos de equidad social sin necesidad de violentar las normas constitucionales y el ordenamiento legal. Se ha instalado en la Argentina la idea de que el respeto por el orden jurídico se corresponde con estructuras conservadoras (cuando no reaccionarias) que tienden a perpetuar los privilegios de una sociedad injusta. Pero es ilógico pensar que las mejoras puedan provenir de la destrucción forzada de derechos que en todas las democracias del mundo se consideran inalienables y que tantos siglos de luchas democráticas costó conseguir. Resulta sospechoso entonces que un gobierno que se dice progresista encuentre su base de sustentación en estructuras de corte feudal como en varios partidos del conurbano bonaerense y algunas provincias donde un sistema de subsidios arbitrario perpetúa y estratifica las desigualdades de una sociedad injusta. De esta manera, el primer consenso a obtener es con aquellas fuerzas políticas que coloquen como primera prioridad compromisos que en su aplicación práctica signifiquen el respeto por la vigencia de la Constitución; la independencia de la Justicia; la defensa de las libertades públicas frente a los avances autoritarios del Gobierno; el combate contra la corrupción, que está minando las estructuras de convivencia de la sociedad, y el reconocimiento firme de un mínimo de garantías de seguridad a las personas, actualmente vulnerada por la difusión de la delincuencia organizada.
Si se logra una coincidencia en estas primeras cuestiones de fondo, es posible avanzar en la búsqueda de consensos mínimos en otros problemas que por su gravedad y envergadura requieren urgentes acuerdos, dado que sólo podrán ser superados por medio del diseño de políticas de Estado: seguridad, inflación, corrupción, defensa, educación, salud, y energía. ¿No es más sensato, antes de descalificar a priori, explorar la posibilidad de acordar estas políticas con otros sectores? ¿No es más racional explorar la posibilidad de realizar acuerdos programáticos y luego, si ellos aparecen, exteriorizar la decisión de avanzar en conjunto? Es el momento oportuno para comenzar a construir los ámbitos para explorar sobre estos principales acuerdos. Y la iniciativa debe ser del radicalismo, que por su experiencia, su estructura nacional y su arraigo en la sociedad es el único partido que puede encabezar una alternativa al peronismo gobernante. No vamos a recuperar la seguridad perdida, eliminar la corrupción, combatir la inflación, reconstruir la escuela y la salud públicas, volver a nuestro autoabastecimiento energético, sacar del estado de postración a nuestras Fuerzas Armadas, recuperar la red ferroviaria desquiciada y las rutas destruidas, ni recomponer la convivencia entre los argentinos, con un gobierno que alcance apenas una exigua mayoría sin tener un sólido respaldo político.
La pretensión de "volver a ser gobierno como en el 83" no se agota con su solo anuncio ni con un partido refugiado en la nostalgia. Se concreta recordando que Alfonsín, que tenía clara conciencia de la envergadura de los desafíos que había que vencer para instalar en la Argentina una democracia de calidad, convocaba "a los socialistas de Palacios, a los conservadores de Pellegrini y a los peronistas que quieran sumarse" a la maravillosa aventura de construir la democracia con que soñaron nuestros antepasados.
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