El que opina, no constata
Las palabras no solamente designan y tampoco se limitan al significado del diccionario. Apenas empiezan a usarse, es como si cobraran vida. Se visten de distintos tonos; algunas lucen atuendos exclamativos, otras prefieren la liviandad del susurro o el contoneo de una pregunta. Por lo general, el imperativo las desgasta y terminan desvaneciéndose sin interacción que las auxilie. Algunas palabras se mantienen intactas durante siglos, otras amanecen amputadas, o se contraen por afán de síntesis. Los poetas se han hecho cargo de sus significados vivientes. Uno de ellos les prestó especial cuidado, escuchando también el silencio de las cosas para hacerlas hablar.
Esto que parece un secreto o un complot semántico, es en realidad un método creativo. Un método concreto y material: “Hablar las cosas” y no “hablar sobre las cosas”. O dicho de otro modo, “materializar las palabras”. Su inventor: Francis Ponge. Poeta francés nacido en 1899 (mismo año que Borges y Nabokov) que irrumpió a fines de los años cuarenta con un librito que alteró el orden de las atribuciones: El partido tomado de las cosas. Allí plantea algo así como “escuchemos lo que no habla para inventar un lenguaje”. En su libro nos encontramos entonces con un jabón, una puerta, una vela, una naranja o el agua, que expresan sus dilemas, más allá de las cualidades que las caracterizan. ¡Al fin y al cabo, son palabras, y tienen una larga vida de uso! Por ejemplo del agua, Ponge escribe: “Casi podría decirse que el agua está loca, a causa de la necesidad histérica de obedecer solo a su pesantez, que la posee como una idea fija… Líquido es por definición aquello que pierde toda compostura a causa de esta idea fija.”
El libro apareció mucho antes de que Georges Perec publicara su novela Las cosas (1965) y Michel Foucault, Las palabras y las cosas (1966).
Ahora, muchas de las cosas por las que Ponge tomó partido, integran una reciente y cuidada Antología crítica de Francis Ponge (editada por Gog & Magog), con introducción, traducción y notas de Waldo Rojas, poeta e historiador chileno residente en Francia.
Se trata de un delicioso paseo por el lenguaje, donde las palabras dan cuenta de su propia naturaleza, absueltas de tener que representar al mundo.
Como escribió Ponge: “En un sentido podría decirse que la naturaleza entera, comprendidos en ellas los hombres, es una escritura, pero una escritura de cierto género, una escritura no significativa, porque no se refiere a ningún sistema de significación, por el hecho de que se trata de un universo infinito, y hablando propiamente, inmenso, sin límites.” El hombre es el que significa y las palabras se ponen en movimiento.
Francis Ponge inventó este método creativo durante su estadía de tres meses como artista residente en la localidad argelina de Sidi-Madani, región montañosa al sur de Argel donde estuvo con Michel Leiris y otros artistas; allí completó un cuaderno de notas con veintitrés escritos breves, fechados a la manera de diario íntimo, donde dispuso sus ideas teóricas y creativas sobre el trabajo poético.
Si bien destaca las definiciones y la materialidad de las palabras, Ponge advierte también su quantum afectivo. Por eso desconfía de las ideas. A menudo son construcciones a las que se aferran las personas exhibiéndolas como trofeos. Escribe: “El valor de las ideas me parece lo más a menudo en razón inversa del ardor puesto en emitirlas. El tono de la convicción (e incluso de la sinceridad) se adopta, me parece, tanto para convencerse uno mismo como para convencer al interlocutor, y tal vez aún más para reemplazar la convicción. Visto así, las ideas en tanto que tales me parecen aquello de lo que soy menos capaz, y para nada me interesan.”
Por su parte, se muestra completamente endeble a manifestar alguna opinión. “Se me convence, se me desmonta fácilmente. Y cuando digo que se me convence, se trata si no de alguna verdad, por lo menos de la fragilidad de mi propia opinión. No comprendo mucho que alguien pueda vanagloriarse de unas ideas. Yo encontraría insoportable que se pretenda imponerlas. Querer dar su opinión me parce a veces tan absurdo como afirmar, por ejemplo, que los cabellos rubios rizados son más verdaderos que los negros lisos, que el canto del ruiseñor está más cerca de la verdad que el relincho del caballo.”
Distingue igualmente las “ideas experimentales”, que estarían más de lado de las “constataciones”. Constatar no es lo mismo que convencer, aunque resulte irrevocable…
A Ponge le gusta jugar con las ideas establecidas, tanto provenientes de la filosofía como del arte. Es como si discutiera poéticamente. Considera, por ejemplo que el infinito o la búsqueda del horizonte es un pretexto para fugarse por los ojos: “La necesidad o la nostalgia de infinito responde al deseo de ver borroso.”
Pero no todo habla; ni quiere o puede hablar. Y allí ubica (o encuentra) Ponge la definición de las cosas que ama: “Son aquellas de las que no hablo, de las que tengo ganas de hablar, pero no lo consigo.”
A buen amador, pocas palabras.