El que gana, pierde
Mis precarias nociones de lógica matemática se consolidaron entre los diez y los doce años, mientras tomábamos té en vaso con bombilla y nos trenzábamos en interminables sesiones de escoba de 15 con mi abuela Ema en Pergamino. Mi abuela era una de las jugadoras más sucias y competitivas que me tocó enfrentar en mi vida. Tenía, y sabía cómo usarlo, el don de sacar de quicio a su ocasional rival, aunque se tratara, como en este caso, de su único y adorado nieto varón. Cuando era mano y en la mesa quedaba un seis, apenas yo tomaba el mazo para repartir las cartas, comenzaba a chasquear la lengua e imitaba el sonido del trote del caballo que, indefectiblemente, recibía para montar su escoba.
- Esto es más fácil que robarle los chorizos a Fidanza –decía entonces en homenaje a un carnicero del pueblo famoso por su fragilidad mental. Pero no era esto lo que más me molestaba. Las pocas veces en que conseguía derrotarla, en un alarde de incontrolable crueldad, se levantaba de la mesa y se iba a dormir, no sin antes con triunfal sonrisa pronunciar la siguiente frase:
- El que gana, pierde, dijo Doña Orosia.
- García Márquez decía –dice Ferretti para no quedarse afuera de la columna- que a nadie le deseaba el éxito. Y tomaba como ejemplo al escalador que llega a la cima de la montaña. ¿Qué le queda entonces sino sólo bajar con la mayor dignidad posible?
- Hasta la Presidenta ha confesado que sus aspiraciones han tocado un techo que nunca soñó alcanzar.
- Me imaginé que venía con el cuchillo bajo el poncho. ¿Y entonces sólo queda rodar cuesta abajo?
- No empiece a inventarme declaraciones, Ferretti. Lo que quiero decir es que ganar exige estrategias bien diferentes de las que impone la humana tentación del bronce. Para ganar hay que pelear, convencer, delimitar campos, levantar banderas, definir enemigos.
- Veo por dónde va. Para entrar en la Historia grande, en cambio, hay que conciliar, conceder y hasta aceptar, debatir las ideas y los estilos que nos llevaron a la cumbre.
- Y, antes de empezar, pagar facturas acumuladas, repartir territorios entre la propia tropa, arbitrar los combates mezquinos que saltan como gatos enfurecidos apenas se abre la bolsa.
- ¡Ni Carlos Pedro Blaquier se hubiese atrevido a tan audaz metáfora!
- Déjese de embromar Ferretti. ¿Usted podía imaginar que a un mes de las elecciones los brigadieres retornarían a Aerolíneas para custodiar a los chicos de La Cámpora?
- ¿Una remake light del Operativo Dorrego?
Al final, Ferretti, los peronistas sólo se juntan a la hora de la batalla. Pero, obtenida la victoria, como pregonaba nuestro ciego ilustre, son incorregibles.
- Exagera, mi amigo, exagera. Es mejor lavar ahora los trapos sucios y asumir en diciembre con la casa en orden, como decía don Raúl. Después, para seguir citando, los melones al andar van a ir acomodándose en el carro.
- Tal vez, Ferretti, pero yo no quiero hacerme amigo de Macri.
- No sabe cómo lo comprendo. El día que Menem fue a visitarlo a Rojas, tuve un pico de presión de 36.
¿Usted vio al ministro de Economía con la melena al viento a bordo de su Harley, que anda explicándole a cuanto empresario se le cruza en el camino que él no está de acuerdo con las medidas del gobierno?
- Al menos parece que Máximo le bajó el pulgar.
- Me quedo más tranquilo.
- No apure al caballo rengo, que va a perder la herradura. Hay que evitar conflictos inútiles. La oposición sigue sin rumbo y no dude que más de uno va a pegar el salto . ¿A ver si todavía no ganamos la próxima con el 70 por ciento?
- ¿Quién le dice? Hasta con la Iglesia nos sentamos a tomar el té.
- Arancedo no es Bergoglio.
- No, es un poco más gordito. Colón campeón, la Virgen de Guadalupe al frente de la barra brava, el aborto al descenso. ¿Y nosotros qué hacemos, Ferretti?
- Yo ya estoy viejo para cambiar, mi amigo: los que sean de Perón, que se suban al camión.