El progresismo tóxico
Inflación, pobreza, una clase media que desparece. Esa es la realidad argentina. Mientras tanto, la región crece de manera sostenida y buena parte del mundo también. La mitad del problema es el populismo. La otra mitad es un progresismo tóxico que cancela las alternativas.
El término “progresismo” es tan familiar como vago. Usando las categorías del Michael Freeden podríamos caracterizarlo como una proto-ideología: un mapa mental poco articulado que se alimenta de distintas tradiciones e ideologías. A grandes rasgos, hay dos clases de progresismo. El primero de ellos romaniza la pobreza, odia el capitalismo y quiere “superar” la democracia burguesa. Como dice Loris Zanatta, este progresismo tiene mucho de jesuita y nada de progreso. Del otro lado, hay un progresismo democrático que quiere realizar plenamente el programa de la Ilustración mediante una síntesis entre dos grandes corrientes: el socialismo no marxista y la democracia liberal. Esta es la agenda que Alfonsín encarnó en la Argentina de manera admirable.
En Europa, especialmente después de la caída del Muro, este progresismo democrático se volvió cada vez menos socialista por sensibilidad a los hechos: ya en la década del 80, el Estado socialdemócrata tradicional se había convertido en una maquinaria costosa e ineficiente que obstruía el desarrollo. Capitalismo competitivo con buenos servicios públicos y seguro de desempleo fue la nueva fórmula de las democracias sociales modernas. No olvidemos que fue un socialdemócrata, Felipe González, el que modernizó el Estado español y que los países escandinavos figuran entre las economías más libres de mundo.
En la Argentina, sin embargo, el progresismo democrático no se siente cómodo con este camino. Abraza una agenda que mira a los años 60, moraliza las herramientas y antepone los medios a los fines. Así, reivindica el Estado presente, el proteccionismo y los impuestos altos aun si conspiran contra la reducción de la pobreza y una mejor calidad de vida para todos.
La diversidad de posiciones y perspectivas siempre es enriquecedora en política. De hecho, un problema de los argentinos es que vemos nuestras opciones en clave binaria: o Estado omnipresente o el neoliberalismo de los 90. Lo interesante para el resto del mundo es lo que está en el medio.
Pero más allá del inmenso valor del pluralismo, los sesgos del progresismo liberal nos impiden construir un consenso sobre las reformas de fondo que el país necesita. Las pulsiones antimercado y la corrección política llevan a muchos a declararse no alienados o a cerrar filas con un populismo que reduce el progreso a repartir planes. Los que quedan se desmarcan, aclaran que no son neoliberales y recelan de los reformistas. En nombre de cerrar la grieta trazan trincheras ideológicas puertas adentro. Mientras ellos claman por líderes de otro tiempo, la Argentina de las clases medias está al borde de la extinción. El coraje es una parte integral del ideario del progreso.
Filósofo, politólogo y premio Konex a las humanidades