El progresismo aspira a las mayorías
En 2011 se produjo el debut del mecanismo de primarias abiertas simultáneas y obligatorias, conocidas como PASO, y destinadas a que cada partido, o conglomerado, diese ocasión a la ciudadanía de elegir candidatos nacionales para disputar, a posteriori, en las elecciones generales. Su presentación en sociedad pasó sin pena ni gloria. Las diferentes alternativas ofrecieron listas propias y únicas, sin aprovechar la oportunidad de utilizar las PASO como herramienta de coalición. La centroizquierda no constituyó la excepción. Las prácticas facciosas triunfaron por sobre la voluntad de acordar un programa de coincidencias básicas entre quienes representaban un espacio político común.
En aquella oportunidad, el progresismo votó en torno a cuatro expresiones en la ciudad de Buenos Aires: el FAP, la UCR, la Coalición Cívica y el Proyecto Sur. Como resultado de esa estrategia sucedió lo previsible: el oficialismo nacional obtuvo una cómoda victoria en la elección a diputados, seguido por la centroderecha (oficialismo local), relegando al FAP al tercer lugar con un escaso 16,8% de los votos en la ciudad que vio nacer al Frepaso. La dura derrota dejó una lección y hoy las fuerzas progresistas se disponen a concurrir a las primarias para elegir sus candidatos a senadores y diputados nacionales en un solo frente, el Unen.
Desde la perspectiva del reequilibrio político a nivel nacional entre el oficialismo y la oposición, la coalición de centroizquierda configura un importante avance. Este sector de la oposición advirtió que su fragmentación resultaba funcional a las posibilidades del oficialismo de concentrar poder y perpetuarse en el gobierno. Por lo tanto, la coalición progresista, formada ahora en la ciudad, pero también en la provincia de Buenos Aires, se encuentra en condiciones de contribuir a la recuperación de la competitividad de esta tendencia del espectro político. Desde ahí puede aportar al fortalecimiento de dos componentes sustantivos, fuertemente deteriorados, de la democracia republicana: la competencia política y su consecuencia, la alternancia en el poder. Sin embargo, el desafío para que ambos componentes se revitalicen radica en la capacidad de Unen para consolidarse en el tiempo.
Sin descartar otras, tres razones motorizaron, según mi perspectiva, la unidad de las fuerzas de centroizquierda para superar la facciosidad y darle un marco de sensatez a la disputa por los cargos.
La primera priorizó el espíritu de supervivencia; ésta ha sido quizás una de las causas más prevalecientes. Ante la amenaza de quedar sumido en la insignificancia electoral, por el embate del oficialismo nacional y el afianzamiento del oficialismo porteño (que desde el gobierno de la ciudad aspira a extenderse nacionalmente), en el conglomerado progresista se encendieron las luces de alarma y su dirigencia decidió ponerse a la altura de aquello que estaba en juego.
La segunda razón hay que buscarla en las masivas movilizaciones del 13-S, 8-N y 18-A; en ellas, buena parte de la ciudadanía demandó unidad a las fuerzas opositoras en defensa de los valores republicanos y de la transparencia en la gestión gubernamental. En la última, no pocos dirigentes políticos adhirieron a la convocatoria e incluso muchos de ellos participaron en la misma. Aquí también reside un factor determinante a la hora de tomar la decisión de aliarse.
Y la tercera razón que tal vez impulsó la unidad del progresismo, particularmente en la ciudad de Buenos Aires, fue la percepción de cierto agotamiento del modelo kirchnerista. Semejante desgaste estaría provocando un reflujo electoral de quienes en un primer momento apoyaron al kirchnerismo desde una posición de centroizquierda, para luego comenzar a desencantarse. Esa fuga de votos puede ser capturada por una coalición progresista con aspiraciones de convertirse en la expresión política de una franja numerosa de la ciudadanía porteña. El caudal electoral hacia al progresismo también podría verse incrementado por otro fragmento de votantes, menor pero importante, que optaron por Pro en el pasado, al verlo como la única posibilidad de una derrota contundente del kirchnerismo en la ciudad.
Sean estas u otras las razones por las que se conformó el frente de centroizquierda, éste enfrenta dos grandes desafíos: su perdurabilidad en el tiempo y la construcción de una alternativa programática que sea percibida como una opción de gobierno. Para superar ambos retos resulta crucial cómo sus candidatos transiten las PASO. Si la campaña electoral transcurre en el marco de un debate de ideas, respetuoso y propositivo, alejado de las descalificaciones mutuas y capaz de asegurar, a posteriori, la movilización de vencedores y vencidos para las elecciones legislativas de octubre –más allá del resultado–, las fuerzas de centroizquierda tendrán mayores oportunidades de consolidar una coalición de carácter permanente. En este punto la responsabilidad de sus liderazgos para disciplinar al conjunto es central.
Si el resultado electoral es auspicioso en las primarias, Unen quedará en una situación inmejorable para disputar, palmo a palmo, las elecciones nacionales a senadores y diputados. Desde este punto de vista las primarias abiertas simultáneas obligatorias constituyen una herramienta de importancia estratégica para el afianzamiento del conglomerado de centroizquierda en la ciudad de Buenos Aires.
La lenta restauración de un sistema político que sustituya a aquel que fue arrasado por la crisis de 2001 es un proceso que tal vez haya comenzado y, al mismo tiempo, haya encontrado en las PASO una herramienta fundamental de recomposición.
Las primarias de agosto ofrecen una ocasión para dar nacimiento a una reorganización del sistema político sobre la base de un diseño tripolar: el nacionalismo popular, expresado por el FPV; la centroderecha, representado o bien por Pro o bien por la conjunción Pro-PJ disidente, y la centroizquierda encarnada en Unen.
Al analizar las provincias de Buenos Aires y de Santa Fe, observamos un escenario similar: tres grandes conglomerados disputarán la elección de agosto.
Cabe preguntarse si este esbozo de establecimiento de un sistema político coalicional más o menos estable, con tres grandes conglomerados que representan las vertientes ideológicas mayoritarias, se extenderá a toda la geografía nacional y, lo que es más difícil, si las coaliciones podrán resolver en unidad las tensiones propias de su composición diversa.
Teniendo en cuenta que las transformaciones políticas emergen en primera instancia en los grandes conglomerados urbanos para luego ir trasladándose a las localidades más pequeñas, todo apunta a señalar que la tripolaridad puede constituir la forma en que se organice el sistema político argentino en el futuro.
En ese contexto, las PASO posibilitan la estabilidad del sistema coalicional, ya que permiten resolver, a través del voto ciudadano, la confección de las listas, despejando así una de las causas principales de la fragmentación política: la facciosidad en la disputa por los cargos.
La posible recomposición de un sistema político tripolar implicaría un avance notable en relación con la actual fragmentación; ello puede permitir que las propuestas a la sociedad se formulen no sólo en torno a los liderazgos, sino que también expresen un núcleo de ideas, donde el campo nacional y popular, el progresismo y la centroderecha democrática resulten los grandes ordenadores "ideológicos" de las coaliciones.
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