El problema filosófico de los argentinos y su educación
“La filosofía es simplemente el intento de responder a los problemas, no de un modo negligente y dogmático, como lo hacemos en la vida ordinaria y aun en el dominio de las ciencias, sino de una manera crítica, después de haber examinado lo que hay de embrollado en ellos, y suprimido la vaguedad y la confusión que hay en el fondo de nuestras ideas habituales” (Bertrand Russell).
Los últimos dos años han mostrado a la sociedad argentina, con más crudeza que engaño, la crisis educativa nacional. Esta no se originó con el Covid-19, pero su impacto supuso “sentar” el problema en la falda de los argentinos. Pese a ello, la realidad sigue sin ser aceptada.
“Nada es tan difícil como no engañarse”, decía Wittgenstein.
Hace más de veinte años que, pese a enormes esfuerzos, los resultados de aprendizaje de nuestros alumnos y alumnas de todas las clases sociales de nuestro país, tanto de secundaria como de primaria, muestran falencias graves. Las pruebas nacionales e internacionales y otros datos estadísticos confirman periódicamente que más de la mitad no termina su educación obligatoria en tiempo y forma y que, de los que si la logran terminar, más de un 70 por ciento no logra resolver un ejercicio simple de matemáticas y más del 50 por ciento no logra comprender lo que lee. A esta información estremecedora se le ha sumado ahora datos de la Unesco sobre la primaria argentina antes del Covid: las pruebas ERCE 2019, hechas públicas el mes pasado, cierran el año con una afirmación devastadora: casi un 90% de nuestros niños y niñas de sexto grado no alcanzaba el nivel de saberes mínimos en matemáticas y casi un 70% en lectura. Lo más grave es que lo que no sabemos pero intuimos: la totalidad de estos datos serán peores una vez evaluados los resultados pospandemia.
¿Puede ser que pese a la contundencia de este desafío neguemos su dimensión? ¿Por qué lo hacemos? ¿Y si comenzamos por aceptar nuestros errores y la verdad como punto de partida de una solución? Los argentinos tenemos un enorme problema filosófico (y psicológico) con la educación: negamos la realidad y le restamos importancia. En las encuestas respondemos: “la educación en el país está muy mal. La educación de mis hijos está muy bien”. Clásico ejemplo de autoengaño. Negar la realidad no resuelve los problemas ni los hace desaparecer, por el contrario, los agiganta. Ignorar los hechos y no aceptarlos es un paso adelante al precipicio. Confundir el deseo con los resultados y las buenas intenciones (que las hay y muchas) con la rigurosidad, en un mecanismo defensivo de reacción que puede ser letal para orientarse y actuar. Los argentinos no queremos reconocernos. El “conócete a ti mismo” esgrimido por Sócrates como enseñanza central parece ser rechazado por nuestra sociedad. Nos asimilamos a los personajes encadenados a la ficción en la caverna de Platón. Ni la frase célebre de Ortega “soy yo y mis circunstancias y si no las salvo a ellas no me salvo yo” nos salva (valga la redundancia), porque no nos hacemos cargo de nuestra realidad y no queremos aceptar ni examinar a fondo las “circunstancias” que debemos modificar para salvarnos.
Para definir un plan estratégico que revierta la crisis educativa en que estamos hoy necesitamos, en primer lugar, un gran acto de humildad y hacernos cargo, todos y todas, que hemos fallado en aspectos cruciales de la enseñanza y el aprendizaje de nuestros niños/as y jóvenes. Esto es crítico para definir un cambio. Requiere de una convocatoria amplia a un gran acuerdo educativo nacional en el que participen y se escuche a todos y todas: autoridades, académicos, sindicatos, organizaciones de la sociedad civil, políticos y referentes de la comunidad educativa (madres y padres, docentes, estudiantes y quien corresponda), para lograr un consenso en los ejes principales de política pública a seguir que contemple y cumpla muchas disposiciones de nuestras leyes educativas que aún no se cumplen y que agregue otras pautas centrales a alcanzar. Esta línea a trazar es urgente para nuestros niños y niñas y debería quedar absolutamente afuera de la patética grieta ideológica para cumplir con aquel precepto que establece: “La educación es una prioridad nacional y se constituye en política de Estado para construir una sociedad justa…” (Artículo 3 Ley de Educación Nacional).
Al final la frase de Sófocles debería ser nuestra guía: “cuando se ha errado, no es falta de voluntad, ni brío, tratar de corregir el error y no obstinarse en él. La obstinación es el otro nombre de la estupidez”.
El autor es presidente de Educar2050