El principio del fin de toda una época
El 28 de julio de 1914, con el asesinato del archiduque Francisco Fernando en Sarajevo,se encendía la mecha de un conflicto bélico en el que la humanidad perdió las ilusiones de un progreso ineluctable
BERLÍN
La foto, incluida en una muestra organizada por la Staatsbibliothek de Berlín, es una de las tantas que se exhiben por toda Europa en exposiciones conmemorativas de los cien años del estallido de la Primera Guerra Mundial: un soldado muy joven, con el típico casco prusiano, posa sentado, con gesto adusto, sosteniendo con su mano izquierda el fusil. La inocencia del rostro, la pulcritud del uniforme, el correaje ajustado con precisión geométrica, evocan un mundo ordenado y previsible que la tragedia enterró a sangre y fuego. Ninguna otra guerra puso fin a toda una época de una manera tan abrupta y profunda.
En la primavera de 1914, la mayoría de los líderes políticos de Europa buscaron de manera deliberada o se resignaron a una solución militar que pusiera fin a la tensión acumulada por las sucesivas crisis internacionales que se habían sucedido de modo intermitente desde fines del siglo XIX. Ninguno, sin embargo, supo prever las repercusiones de las decisiones fatídicas tomadas en las semanas que siguieron al atentado de Sarajevo. Todos daban por descontada una guerra entre el imperio austro-húngaro y el reino de Serbia, lugar donde se concibió el plan y organizó la logística para asesinar al archiduque Francisco Fernando. Pero habida cuenta del sistema de alianzas y de la voluntad expresada por algunos líderes de honrar los compromisos adquiridos con sus respectivos aliados -la garantía del presidente francés Poincaré al zar Nicolás II, el "cheque en blanco" del emperador alemán Guillermo II a su par austríaco- pocos se hacían ilusiones de que el conflicto quedaría limitado a su órbita regional.
Churchill dijo una vez que los Balcanes producían más historia de la que podían consumir. Tras dos cruentas guerras (1912-1913), esta región montañosa (ése es el significado del término balkan en turco) arrastró al resto del continente a una conflagración sin precedentes. Cuando las armas se silenciaron a las 11 de la mañana del 11 de noviembre de 1918, Europa era apenas reconocible: los imperios ruso, austro-húngaro y otomano -los Estados más antiguos de la época- se habían derrumbado como castillos de naipes. En su lugar había surgido una madeja de Estados sostenidos por los vencedores como un "cordón sanitario" capaz de contener el revanchismo alemán y el comunismo ruso. Sin embargo, el nuevo orden mundial que resultó del intento de conciliar las consideraciones estratégicas de las potencias y el principio de autodeterminación nacional de los nuevos Estados llevaba las semillas de su propia destrucción. Los tratados de paz impusieron condiciones severas -aunque no irrazonables- a los vencidos, pero no previeron los mecanismos para que éstos las cumplieran. En Medio Oriente, el reparto de las antiguas posesiones otomanas entre Francia y Gran Bretaña abonó el terreno para las discordias étnicas que asolarían la región hasta el día de hoy. Lejos de apaciguar los nacionalismos, la guerra los exacerbó. En los países vencidos, como Alemania -y en los vencedores que se consideraron injustamente tratados, como Italia y Japón- el resentimiento alimentó un espíritu de desquite que socavó las frágiles democracias y condujo a una nueva guerra.
En 1914 se inició una "era de los extremos", para usar la expresión de Eric Hobsbawm. Los beligerantes se lanzaron a una guerra total e ilimitada cuyo único resultado posible era la sumisión del adversario. Al fracasar todos los intentos de poner fin a la guerra asestándole al enemigo un golpe devastador, el equilibrio militar obligó a sustituir la doctrina suicida de la ofensiva (la guerra de movimiento) por la estrategia del desgaste (la guerra de posiciones y la asfixia económica). Esta estrategia prolongó la contienda e hizo necesaria la movilización de toda la sociedad. Estado e industria forjaron una alianza que ya no se disolvería y que más tarde se conocería como el "complejo militar-industrial".
La "guerra total" fue una innovación alemana, hija de la necesidad. Aunque el concepto fue acuñado por el general Eric Ludendorff después del conflicto, la idea de coordinar la producción y suministro de recursos estratégicos ya se había puesta en práctica con la creación de la Oficina de Materiales de Guerra (1916), a cuyo frente fue designado el sagaz director de la Sociedad General de Electricidad (AEG), Walther Rathenau. Fue el primer experimento moderno de dirección centralizada de la economía.
Todos los gobiernos recurrieron a la desinformación y el engaño a fin de mantener una moral que la prolongación de la guerra comenzaba a minar. La demonización del adversario transformó la guerra en una cruzada ideológica del bien contra el mal, la civilización -o la cultura- contra la barbarie. Las consecuencias de la propaganda antialemana se hicieron sentir de manera perversa durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los servicios de espionaje angloamericanos descartaron las primeras informaciones sobre los asesinatos en masa de judíos como puras fabricaciones de la resistencia antinazi. Al mismo tiempo se introdujeron mecanismos de censura que dieron a los gobiernos facultades ilimitadas para controlar la información y las ideas, y cuyas repercusiones se harían sentir hasta la actualidad: el año pasado el gobierno norteamericano sacó a relucir una antigua ley de 1917 para justificar su política en los casos de Chelsea Manning y Edward Snowden.
La guerra total alteró el carácter cuasi artesanal que hasta entonces había tenido la tecnología bélica. Hizo a las armas convencionales (la artillería) más devastadoras, y estimuló el desarrollo de otras nuevas. Algunas fueron inicialmente recibidas con escepticismo (el tanque), otras con curiosidad (el aeroplano). Hubo una cuya sola mención generaba terror. La tarde del 22 de abril de 1915 los alemanes escribieron una nueva página en la historia de la guerra al lanzar sobre las tropas enemigas, desplegadas en el frente belga de Langemark , 170 toneladas de cloro gaseoso. Esta sustancia actuaba como un poderoso irritante de los ojos y las vías respiratorias, y en altas concentraciones provocaba la muerte por asfixia. El ataque dejó un saldo de 1200 muertos y 3000 heridos, pero su efecto principal fue psicológico: al ser más pesado que el aire, el gas se depositó en las trincheras y los soldados las abandonaron presas del pánico, exponiéndose al fuego enemigo. Aunque sólo el 4% de las bajas de toda la guerra fue obra de las armas químicas, la ciencia (el Instituto Kaiser-Wilhelm, antecesor del actual Max Planck) y la industria (las empresas BASF, Bayer y Hoetsch) habían dado un salto cualitativo al desarrollar un agente químico que atacaba la atmósfera -en lugar de los cuerpos, como las armas convencionales- privando al adversario del medio esencial para la vida. El filósofo Peter Sloterdijk llamó a esta nueva metodología bélica "atmoterrorismo". La movilización de todos los estratos de la sociedad aceleró cambios que se venían anunciando desde fines del siglo anterior, muchos de ellos auspiciosos. Con el colapso de los imperios continentales -alemán, austro-húngaro, ruso y otomano- los pueblos de Europa central y suroriental iniciaron su primera experiencia democratizadora. Éste es uno de los motivos que hicieron difícil una conmemoración colectiva que reuniese a todos los miembros de la Unión Europea: en algunos de ellos -especialmente en el Este y Sudeste- la contienda es recordada como el acontecimiento que hizo posible la autodeterminación nacional; en cambio, en otros, como Francia y Gran Bretaña, la contienda es sinónimo de un gran trauma colectivo. El efecto emancipador de la guerra también se hizo sentir en otras esferas: la extensión del sufragio a las mujeres en los países donde ya existía un movimiento sufragista de importancia y la erosión del orden colonial en el mundo árabe y Asia.
Pero en 1914 también murieron las ilusiones sobre el progreso como destino ineluctable de la especie humana. Las grandes matanzas en los campos de batalla y las atrocidades contra poblaciones civiles, aun cuando fueron una pálida muestra de catástrofes por venir, revirtieron una tendenciahacia la generalización de pautas asociadas con lo que llamamos una sociedad "civilizada". Los "cañones de agosto", para citar la ya clásica obra de la historiadora norteamericana Barbara Tuchman, marcaron el retorno de la barbarie, es decir, de la ruptura de los sistemas de normas y conducta moral a través de los cuales las sociedades regulan las relaciones entre sus miembros, y entre éstos y los de otras sociedades. En 1914, Europa cruzó un Rubicón, un umbral del cual ya no habría retorno, porque el fin de la guerra en 1918 no trajo la paz, sino una larga tregua tras la cual aguardaban desgracias aún peores.
lanacionar