¿El primero en la aldea o el segundo en Roma?
Cuando Julio César marchaba con sus legiones a la conquista de Roma, pasó por una pequeña aldea. Los miembros de su comitiva empezaron a burlarse de ella hasta que César los sorprendió con esta frase: "Preferiría ser el primero en esta aldea que el segundo en Roma".
Julio César no tuvo que concretar su polémica preferencia porque, después de vencer a Pompeyo, se convirtió en el primero en Roma. Pero el episodio que lo tuvo por protagonista ha llegado hasta nosotros porque exhibe el clásico dilema que han enfrentado los hombres de poder: dominar sin rivales un espacio más pequeño o compartir con otros, quizá como "segundo", un espacio más grande.
He aquí un dilema que han enfrentado tanto las naciones como las personas. Una vez que se formó la Unión Europea, naciones líderes como Alemania, Francia e Inglaterra optaron, contra César, por ser segundas en una confederación continental antes que aspirar como antes a la corona imperial.
Cuando ésas y otras naciones decidieron abandonar la monarquía absoluta en favor de la república democrática, sus líderes también optaron contra César al preferir la división de los poderes que compartirían con otros antes que pretender el cetro, tan abusivo como esquivo, del poder total.
Para seguir el rastro de una carrera política hay que preguntarse entonces cuál es la ambición de su portador. ¿Se resigna a compartir el poder con otros para sumarse a un gran proyecto, o su sed de poder es tanta que estaría dispuesto a reducir el espacio de su supremacía con tal de no compartirla con nadie?
Mientras no podamos contestar a esta pregunta, nos quedaremos sin conocer el argumento central de una determinada vida política. Del norteamericano Barack Obama al ruso Vladimir Putin, de la chilena Bachelet al venezolano Chávez, del brasileño Lula al argentino Kirchner, tenemos que saber primero lo que en realidad pretenden para concluir después si tuvieron éxito o fracasaron.
Señales
Pero ¿es posible descifrar las intenciones de un hombre de poder cuando el arte político consiste en ocultarlas? Para lograrlo, por lo pronto, no hay que leer sus discursos sino observar sus acciones. "Por sus hechos los conoceréis." El comportamiento concreto de un hombre de poder, ¿encaja entonces en la hipótesis de máxima , la ambición de una dominación sin concesiones aunque sea a costa del espacio, o en la hipótesis de mínima , la ambición de compartir para sumar?
Tomemos como ejemplo a Néstor Kirchner. En el campo económico, ¿persigue el desarrollo del país al precio de admitir grandes inversiones que no podría controlar del todo, por ejemplo, las inversiones extranjeras, o sólo quiere aquellas inversiones vinculadas a sus empresarios de confianza o al Estado bajo su control?
Basta recorrer la acción del Estado argentino en campos tan variados como la producción de gas y petróleo, la generación de energía eléctrica, las obras públicas, la política de precios, los índices de precios o la producción agropecuaria para advertir que lo que más le importa a Kirchner no es tanto la expansión de las inversiones como la posibilidad de controlarlas.
El resultado es que la Argentina se está quedando muy atrás de otros países como Brasil, México y Chile en materia de inversiones. Las pocas que vienen y las muchas que no se pueden ir contrastan por completo con el aluvión de inversiones que se precipita hoy sobre aquellos otros países. Lo que distancia después de todo a uno de los otros es el dilema de César porque, si se acepta crear las condiciones necesarias para un aluvión de inversiones, en el acto se renuncia a monopolizarlas y, si se quiere monopolizarlas, se renuncia en el acto al aluvión.
Son dos Argentinas entonces las que habría que tener en cuenta: la primera, una Argentina atractiva para las inversiones que quiere aprovechar al máximo este momento internacional que la favorece como nunca; la segunda, una Argentina que se aparta de esta extraordinaria coyuntura con tal de evitar la libertad de los capitales que se expandirían en ella si no se pretendiera controlarlos por completo.
El ideal sería, quizás, obtener el máximo aluvión y el máximo control al mismo tiempo. Pero esta opción no puede entrar en la cuenta por la sencilla razón de que es utópica. La aldea propia o Roma con otros. No hay salida. El Brasil, el Chile y el México de un Lula, un Calderón y una Bachelet que no pretenden monopolizarlo todo, o una Argentina más chica, menos atractiva pero más controlada. Kirchner ensaya esta última opción. De aquí a algunos años, cuando haga su balance, quizás advierta junto con Chávez y Morales que el tren del acelerado desarrollo latinoamericano nos ha dejado en el andén.
El "ministro" Moreno
El dilema de Kirchner proviene, en el campo de las ideas, de una errada noción de la independencia. La independencia es una noción en sí misma negativa porque consiste en "no depender". Pero ¿es apropiada esta consigna en el siglo de la globalización? Todos los Estados, incluso los más poderosos, son hoy interdependientes . ¿Quiere decir ello que no tienen opciones? No, porque si bien ninguno de ellos puede escapar de la red de la interdependencia, todos ellos pueden obtener en ella una posición más o menos favorable. El ideal de un país moderno no debiera ser por lo tanto la independencia, sino una interdependencia favorable.
El ideal de la independencia que movió a nuestros próceres era lógico porque se remitía a la independencia política, a que cada país fuera el dueño de sus grandes decisiones. ¿Para qué? No para apartarse del mundo, sino para potenciar dentro de él sus enormes posibilidades.
El "independentismo" de líderes como Kirchner, Chávez y Morales consiste en cambio en controlarlo todo aunque sea a costa del desarrollo. Se dice que hace pocos días, cuando llamó a Guillermo Moreno "ministro", la Presidenta cometió un acto fallido. Nominalmente lo fue, pero no en la realidad porque, para controlar el país como lo quiere controlar, Kirchner necesita un comisario político como Moreno. Y es difícil que se desprenda de él porque, sin él, el control total de la economía sería inviable.
Cuando el ministro Lousteau quiso confrontar sin éxito con Moreno, no levantó una bandera técnica, sino una bandera moral contra las mentiras del Indec, pero al plantear esta demanda quizás ilusoria no advirtió que no estaba confrontando con un "ministro" sino con un "superministro", situado por ello en una posición que desborda la antigua subordinación de los secretarios a los ministros. Mientras siga Moreno, señal será de que el intento de su mandante de controlarlo todo sigue vigente.
Cuando Duhalde dijo que a la Presidenta le falta experiencia para gobernar, lo que vino a decir es que hacen falta experiencias ejecutivas, no parlamentarias. Se refería, más que nada, a los gobernadores. A un gobernador como Menem, que abrió el juego económico al llegar a la presidencia, se le fue la mano en esta dirección porque renunció al mínimo control que debe tener todo Estado. Menem, al llegar, abandonó con exceso el control económico que había ensayado en La Rioja. Kirchner, al llegar, no se olvidó en cambio del control absoluto que había ejercido en Santa Cruz. Lo que no debería pretender ahora es hacer de la Argentina una nueva Santa Cruz.