El Presidente que se olvidó de la moderación
La batalla entre radicalizados y moderados dentro del Gobierno está siendo ganada con amplitud por los primeros. Lo demuestran los recurrentes enfados del presidente Alberto Fernández con quienes se manifiestan en las calles, con la oposición, con el gobierno porteño y con ciertos medios de comunicación. Es sabido que en política –aunque no solo en política– quien se enoja pierde, ya que difícilmente un líder político enojado despierte simpatías; más bien, provocará desconfianza, cuando no miedo. El peor enojo presidencial de los últimos días fue el que lo enfrentó con la Corte Suprema de Justicia en general y con su titular, Carlos Rosenkrantz, en particular, en vísperas de que el máximo tribunal se pronuncie sobre la posibilidad de encarar ahora o más tarde el caso de tres jueces removidos de sus cargos por el Senado de la Nación.
A través de su ácida pregunta retórica "¿Qué está buscando el presidente de la Corte?", la embestida verbal del primer mandatario sobre Rosenkrantz colocó a Alberto Fernández en la primera línea de presión sobre el Poder Judicial. La imagen del profesor de Derecho de la UBA quedó desdibujada al poner de manifiesto que está dispuesto a ejercer todo su poder para marcarles a los jueces la cancha y transmitirles públicamente lo que, según su criterio o sus intereses partidarios, no deberían hacer. El principio republicano de división de poderes sufrió un nuevo golpe, aunque esta vez vino de la propia mano del titular del Poder Ejecutivo.
El jefe del Estado les dio así más argumentos a quienes perciben que está cada vez más mimetizado con la vicepresidenta Cristina Kirchner. Ambos parecen cada vez más unidos tanto por la defensa de los intereses particulares de la expresidenta como por su estilo.
Si el Frente de Todos fue exitoso como herramienta electoral el año último, ahora está demostrando que no es exitoso para gobernar. La radicalización solo provoca mayor desconfianza en los actores económicos y hasta en un porcentaje no menor de votantes de Alberto Fernández que hoy se muestran desencantados y empiezan a alejarse velozmente del oficialismo.
En tal sentido, según la última encuesta nacional de la consultora Synopsis (1674 consultados entre el 10 y el 14 de septiembre), el 16,9% de quienes votaron en las elecciones presidenciales de octubre de 2019 al Frente de Todos hoy admite que votaría por otra fuerza política. Y dentro de este particular segmento de desencantados con el oficialismo, nueve de cada diez personas tienen una imagen negativa de Cristina Kirchner. Un dato que le plantea a la coalición gobernante un problema de cara al próximo año electoral, al margen de los problemas económicos y sanitarios que ya enfrenta.
Un elevado porcentaje dentro de esos votantes del Frente de Todos que se manifiestan hoy alejados del oficialismo, cercano al 78%, expresa además su desacuerdo con la gestión de la pandemia por el gobierno nacional. ¿Cuánto de ese porcentaje se explica por la tan elevada exposición de un Presidente que, con sus recordadas filminas, intentó durante meses convertir las estadísticas de casos de coronavirus en una suerte de competencia internacional para demostrar que la Argentina estaba haciendo las cosas mucho mejor que cualquier otro país? Las victorias por goleada frente a Chile, Suecia o el País Vasco se transformaron con el tiempo en pírricas y hoy deben ser reinterpretadas como claras derrotas, si nos guiamos por el mismo criterio competitivo que equivocadamente quiso imponer el jefe del Estado argentino. Hoy la Argentina está entre los 15 países con mayor número de muertos por Covid-19.
La oposición ha encontrado en la verborragia del Presidente un motivo para desgastarlo. Son ejemplificadoras algunas expresiones del diputado nacional Luis Juez, quien le recomendó a Fernández:"Si no tiene nada ingenioso ni motivador para decir, no diga nada. Porque para todo lo que dice se le encuentra un archivo de contradicciones en media hora. Todo político puede tener un cadáver en el armario, pero Alberto tiene una morgue. Es una máquina de hablar al pedo".
En los últimos días, a partir de las divergencias que dentro del Gobierno desataron los problemas cambiarios derivados de la demanda de dólares por el público, surgieron rumores de cambios en el gabinete presidencial. Aunque no pocos operadores financieros comienzan a descontar algún tipo de renovación ministerial, la duda radica en el sentido que tomarían esos eventuales cambios. ¿Irán en la dirección que aguardan los potenciales inversores o en la que esperaría el Instituto Patria?
Los discursos de Alberto Fernández en las últimas semanas no ofrecen mayores expectativas a los primeros. Hablan de igualar para abajo, desacreditan la meritocracia y les echan la culpa de muchos males a los porteños y su aparente opulencia.
Ayer, enfadado una vez más, el Presidente se refirió a las informaciones que dan cuenta de compatriotas que cruzan la orilla para radicarse en Uruguay o que planean irse del país. Terminó pidiendo a los argentinos "que no se vayan" y se "arremanguen" porque "hay un país que construir".
La pregunta que debería hacerse el primer mandatario es por qué esos argentinos piensan irse y qué puede hacer su gobierno para lograr que no se vayan. Ni la retórica anticapitalista, ni la cada vez mayor presión impositiva, ni los ataques a la Justicia lo ayudarán a crear el clima necesario para persuadir a tantos argentinos de quedarse y a tantos inversores extranjeros de que arriesguen sus capitales en la Argentina.