El presidente que pagó la deuda
Por Roberto Azaretto Para LA NACION
El próximo sábado se cumplen ciento diez años del final de la presidencia, ejercida durante veintiséis meses, de Carlos Pellegrini. "Ha cumplido con su deber", le dirá Mitre cuando lo salude en la Casa Rosada, antes de la escena que describe Paul Groussac en estos términos: "Terminada la función oficial, el ex presidente emprendió la vuelta a pie, erguido, sereno, impávido, por entre la muchedumbre hostil, apiñada en la Plaza de Mayo. No hubo rechifla. La plebe se sintió dominada por la actitud tranquila del varón fuerte, la calidad de la comitiva y también por el noble ademán del general Mitre, que tomó del brazo a Pellegrini, acompañándolo así por la calle Florida hasta su casa. Sólo sentimos cortos ladridos de la jauría en algún punto de ese mismo trayecto, que dos años antes, cuando nada había hecho, el jefe de Estado recorría como triunfador".
Fue Pellegrini uno de esos fascinantes personajes polifacéticos de la Argentina de la segunda mitad del siglo XIX, capaces de construir en una generación un país moderno en el desierto. Llegó a la presidencia con el bagaje de una formación intelectual sólida, culto, con experiencia demostrada en distintas posiciones legislativas y ministeriales, los largos años de las trincheras del Paraguay en su juventud, sus viajes por el mundo y el esfuerzo por ganarse la vida. Todo eso forjó un carácter de conductor nato, de hombre que afronta y resuelve los problemas. Es uno de esos hombres refinados y cultos, pero de acción incansable. Como vicepresidente, asume la primera magistratura luego de la renuncia de Juárez Celman, semanas después de la Revolución del 90.
El presidente Pellegrini hereda una difícil situación política, económica y social. Después de diez años de estabilidad, una revuelta en la ciudad de Buenos Aires intenta la ruptura del orden constitucional. Mitre, que era opositor al gobierno, desaprueba desde Europa la intentona. La situación financiera es difícil, agravada por la crisis del sistema bancario británico. En quince días vence un servicio de la deuda por 500.000 libras. Reúne el vicepresidente, en su casa, a sus amigos de la política y de la banca, encabezados por Ernesto Tornquist, y obtiene la suscripción de un empréstito que permite cumplir con creces con esa obligación. Entonces se hace cargo de la presidencia y nombra a Roca ministro del Interior.
Pellegrini enfrentará, según sus propias palabras, pronunciadas años después, a "los elementos de anarquía y desorden, funestos, de siempre, que se guían por la ley de sus pasiones, de sus aspiraciones y hasta de sus odios personales", y dirá en 1901 como senador: "Aquellos que no tienen más programa que la demolición, que no tienen más objetivos que el derrocamiento de las autoridades sin saber con qué las reemplazarán al día siguiente".
Al mismo tiempo que busca una solución política, encara los problemas de la crisis económica pidiendo a Victorino de la Plaza que negocie el problema de la deuda. El país evita el default , pues consigue pagar los servicios de los siguientes tres años con nuevos bonos emitidos por la banca J. P. Morgan y de acuerdo con el arreglo convenido por el comité argentino encabezado por Lord Rothschild. Además, soluciona los problemas fiscales y funda el Banco Nación.
La política del acuerdo
La deuda se reestructura porque el presidente demuestra que la Argentina está intacta, que es -en palabras de nuestro tiempo- "viable y sustentable", pues las inversiones de 145 millones de libras de los ferrocarriles de capital británico y la casi totalidad de la deuda pública de 30 millones de libras se han invertido en obras que convertirán el país en un gran productor de alimentos. En 1893, con la firma del "Arreglo Romero", se obtiene la solución definitiva, que se acelera con el incremento de las exportaciones y de los ingresos fiscales. El éxito se logra no con actitudes mendicantes, sino demostrando que tendremos un país serio y pujante.
El otro gran elemento de la rápida reconstitución nacional fue la política del acuerdo que trata de evitar la anarquía. Cuando Mitre regresa de su gira europea, lo recibe Roca en el puerto y días después le pide que encabece la próxima fórmula presidencial bajo el signo de la unidad nacional. El militar que traduce La divina comedia , el político que funda diarios y la historiografía nacional, que fue adversario militar y político del general Roca, acepta, sabiendo que es un servicio más que presta a la Nación, tan importante como cuando acordó con Urquiza.
Los dos ex presidentes y el presidente Pellegrini tienen en claro que el país progresará dentro del orden, la seguridad jurídica y la paz, y que se deben terminar "los motines y los pronunciamientos a que nuestra América da el nombre pomposo de revoluciones, las que condeno y rechazo en todos los casos", como dirá el propio Pellegrini años después. Era la hora de los hacedores.
No todos estaban a la altura de esos estadistas, y Mitre debió renunciar a su candidatura, pero no renunció al acuerdo fecundo que inauguró veinte años del crecimiento económico más impresionante de nuestra historia, que duró hasta 1914, período en el que la Argentina duplicó la tasa anual de incremento del PBI de los Estados Unidos y del imperio británico.
Pellegrini logró el reconocimiento en vida y pudo ser presidente nuevamente en 1898, pero el conflicto con Chile lo llevó a proponer una nueva postulación de Roca, porque, sostuvo, "es el único hombre capaz de lograr una buena paz o de llevarnos a la victoria si no se puede evitar la guerra".
Mucho se puede hacer en dos años de gobierno cuando se afrontan los problemas, hace falta nada más que un Pellegrini, y contar con ex presidentes como Mitre y Roca.