El presidente Milei, el antagonista
Cuando alguien se opone al protagonista en un conflicto esencial, es un antagonista, y el Presidente encastra perfecto en esta definición, ya que ha ingresado en una sociedad que está en conflicto. Su aparición mediática en la vida pública lo ha llevado a escalar posiciones en su conocimiento, primero, en la vida nacional, y ahora, a ritmo apresurado, en la internacional.
Como en una carrera de velocidad sin postas, busca que su alineamiento sea lo suficientemente visible como para obtener ese respaldo que no lo haga dependiente de las observaciones de la que él califica como casta mediática local.
Su presencia en el Foro de Davos, su abrazo con el papa Francisco, su llanto en el Muro de los Lamentos, sus decisiones sobre trasladar la embajada argentina a Jerusalén, su vínculo con la colectividad y su aspiración a convertirse al judaísmo, su presencia en Washington, su abrazo con Donald Trump no hacen más que contribuir a su conocimiento internacional.
Su irreverencia frente a los consejos del que aspira a que sea su principal socio, Estados Unidos, lo hace mostrarse como el rebelde al que todos observan sin poder quitarle los ojos de encima.
La gente, ese grupo grande, heterogéneo y anónimo al que le habla en forma directa, de espaldas a las instituciones, como lo hizo el día de su asunción en el Congreso, lo sigue como en una saga televisiva, tal vez preguntándose: ¿con que aparecerá hoy?
Lo particular en la figura de Milei es su alternancia entre su llegada como antagonista y su presencia como protagonista de esta obra que es nuestra realidad nacional.
Hay días en que sus obligaciones lo llevan a ser protagonista de la historia. Como titular del Ejecutivo, debe serlo, pero hay otros en los que se corre de esa posición y como antagonista vitupera e insulta a todo lo que considera que obstruye la ejecución de su proyecto.
¿Cuál es la principal falta en esta trama nacional? La presencia de lo que en el teatro griego ejecutaba el deuteragonista, el segundo personaje principal.
Nuestro sistema hiperpresidencialista carece de esa flexibilidad que tienen los sistemas parlamentarios europeos y esa, como en el drama griego, es nuestra principal falencia, porque cuando el deuteragonista no está, todo el peso de las resoluciones cae en un único personaje.
Cuando observamos la debilidad que frente a las disidencias manifiesta nuestro Parlamento nos preguntamos, en primer lugar, ¿por qué nos pasa esto? Y en segundo lugar, ¿se puede corregir?
Milei ha elegido conformar un gabinete de tritagonistas, es decir, con personalidades, personajes en el teatro griego, que no tienen trama propia, no participan de las luchas internas y cuando se revelan son eliminados de la historia.
Como un acercamiento a algunas conclusiones podríamos decir que lo único que puede equilibrar aquellas decisiones que puedan no ser apropiadas para la gente tomadas por el protagonista de esta trama son las que adopten aquellos capaces de usar los coturnos, que de acuerdo con su altura le daban relevancia a la historia y que les permitirá dejar de ser coro.
Desde esta estructura, el teatro griego ha dejado obras memorables. ¿Podremos nosotros?ß