El Presi y la vice, juntos: nada tan conmovedor
La sociedad venía pidiendo con tanto ardor un renunciamiento de los políticos, es decir, que se olvidaran de sus mezquindades y pensaran en el país, que finalmente nos hicieron caso. Alberto renunció a ser presidente, incluso antes de asumir. Cristina primero renunció a entenderlo y, después, a acompañarlo en la gestión (ella se burla: habla de indigestión). Buena parte del Gobierno hizo causa común con la vice y siguió sus pasos, un estatus rarísimo: lo boicotean desde sus puestos de ministros, secretarios de Estado, directores, interventores… También en el Congreso. Estos movimientos telúricos remiten a la falla geológica original: a Cristina le salió el presidente por la culata.
Alberto está peor: no le sale nada. Después de más de tres meses en los que se juraron odio eterno, el reencuentro de ayer durante la festichola por el siglo de vida de YPF es interpretado como el último intento de la vice de domesticarlo. Parado frente a dos abismos, el del aislamiento y el del sometimiento, el profesor elige los dos. Según el día y la hora, toma para el norte o para el sur. ¿Un juego estratégico? No, despiste existencial, dicen en el kirchnerismo. Dicen cosas aún más graves, porque en esta dinámica se van perdiendo las normas de urbanidad. Asistimos a una alarmante degradación de usos y costumbres. Tengo unos cuantos ejemplos, pero mencionarlos resultaría mortificante; no quiero hacerlo. OK, OK, me convencieron. Allá voy.
La que inauguró la movida de #SinPelosEnLaLengua fue, en septiembre del año pasado, la entonces diputada kirchnerista Fernanda Vallejos, en aquel audio en el que trató al Presidente de “enfermo”, “mequetrefe”, “okupa”, “atrincherado”... Después se disculpó: su caracterización había sido incompleta. Esas consideraciones tan desconsideradas por parte de una joven cercana a Cristina fueron fundadoras de un estilo y de un rumbo: por ahí había que ir. Un legislador del Frente de Todos contra el Presidente me contó que desde hace rato circulan chistes crueles sobre él. Como este. En una comida en Olivos, alguien se dirige a Alberto: “Qué rico está el pollo, ¿cómo lo prepararon?”. Alberto contesta: “No sé, ni idea… Simplemente le habrán dicho que iba a morir”.
Por suerte, las cosas más denigrantes tenían lugar puertas adentro. Hasta que la semana pasada irrumpió Berni en televisión: “El que trajo al borracho que se lo lleve”. Pasaron los días… ¡y no pasó nada! Berni sigue siendo ministro de Seguridad de Buenos Aires; en cualquier momento, el profesor le pide una selfie. Leyendo una nota de Jorge Liotti me enteré de que el Presidente suele decir, cuando se junta con los tres o cuatro fieles que le quedan, que Cristina “está loca”. Macri aporta: el que está “fuera de quicio” es Alberto. Guzmán va a una reunión de Gabinete y acusa al Gobierno de no comprometerse en la lucha contra la inflación. Massa llama a un mayor compromiso en la lucha contra Guzmán. La diputada Cecilia Moreau, que responde a Massa, dice que se necesita “un ministro más humano” y “con más barrio”, y un presidente que se deje de hablar y haga algo. Probablemente fue este clima de confraternidad, con revoleo de borrachos, locos, animales, garcas e inútiles, el que propició el reencuentro de ayer. Doble celebración: los cien 100 años de YPF y 100 días sin haberse visto las caras.
Cristina empezó pidiendo la cabeza de Guzmán; ahora va también por el torso y las extremidades
Si se trata de una reconciliación, el momento no puede ser más oportuno. Sobran temas por resolver. Falta gas en 350 escuelas de la provincia de Buenos Aires, falta gasoil en medio país, faltan dólares en el Banco Central, no falta nada para que se hayan incumplido las metas pautadas con el Fondo Monetario. Alberto piensa que lo del gas en las escuelas es una gran noticia, porque este es el mes del tarifazo: habrá un ahorro importante en el presupuesto bonaerense; además, la compra de camperas, buzos, bufandas y guantes para abrigar a los chicos reactivará la industria textil. Cristina salta en una pata con lo del Fondo y promete plena colaboración para que el acuerdo se caiga definitivamente. Es decir, no todo son disidencias. A Alberto le gustaría poder consultarla sobre la Cumbre de las Américas convocada por Biden, tema en el que le queda una duda: no sabe si ir a prenderle fuego o a abrazarse con Biden; o abrazarlo en medio de las llamas.
El principal conflicto entre el Presi y la vice sigue siendo Guzmán. Cristina empezó pidiendo su cabeza, y ahora va también por el torso y las extremidades. Alberto sabe que entregarlo es entregarse, una suerte de inmolación pública, ceder la última colina. “Yo tengo mi orgullo y mis convicciones –les dice a sus lugartenientes–. No sé dónde están, pero los tengo”.
Mirado desde afuera, el espectáculo es atrapante. Un mundo de intrigas, desprecios, zancadillas. Que se peleen como perro y gato es inconcebible, y que nos quieran vender la foto de ayer, conmovedor.
Me encantó verlos juntos. Nunca se sabe si será la última vez.