El presente argentino que desconocemos
Transitamos un momento en donde “lo viejo está muriendo y lo nuevo está por nacer”; esto podría ser la antesala de un ajuste coyuntural que llevaría al reforzamiento de la democracia
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El presente está en crisis. Transitamos un momento en donde “lo viejo está muriendo y lo nuevo está por nacer”. A nivel mundial, el debilitamiento del sistema de partidos, el surgimiento de una derecha radicalizada y el declive en la cultura democrática que reflejan múltiples encuestas (Foa y Mounk; Armingeon y Guthman; Weakliem) son indicadores de una posible crisis de la democracia liberal. La Argentina transcurre también un momento de vicisitud. Un cambio que no encontraría modelos normativos estables en un mundo también en crisis.
Esta descripción, no obstante, podría ser la antesala, no del fin de la democracia tal como la conocemos, sino de un ajuste coyuntural que llevaría a su reforzamiento. El presente –y el futuro de este presente– son radicalmente inciertos. Sabemos que las viejas estructuras políticas están debilitándose pero las nuevas pautas e instituciones no se han consolidado aún. Eso suele ocurrir con las crisis de gran magnitud: nos sumergen en un presente brumoso sin un lenguaje adecuado para aclararlo. Quedamos atrapados en un tiempo que no entendemos y en un futuro que desconocemos. Por ello, la labor que nos toca en momentos de cambios críticos es forjar un nuevo lenguaje, un entramado conceptual, un nuevo esquema interpretativo que nos permita entender y accionar sobre esta realidad cambiante y oscura para no quedar a la deriva en el futuro. ¿Conocemos nuestro presente?
La realidad socioeconómica argentina ha cambiado significativamente con el transcurrir de sus crisis cíclicas. Luego de que el modelo de economía cerrada de sustitución de importaciones perdiera su impulso desarrollista, el país se sumergió, según Portantiero, en una lógica de “empate hegemónico” (una situación en la que ni el poder empresarial ni el sindical lograban imponer sus preferencias aunque ambos contaban con poder de veto). En la versión de O’Donnell, fue un juego imposible de coaliciones entre sectores productivos al vaivén del péndulo económico expansivo/contractivo. La economía tendió a estancarse y los conflictos distributivos se procesaron a través de una inflación estructural que devino inercial y eventualmente hiperinflacionaria a finales de los ochenta e inicios de los noventa. Progresivamente, como señala Cavarozzi, el “empate hegemónico” devino “empate catastrófico.
Desde entonces, el país busca infructuosamente su nuevo esquema de alianza entre Estado y clases sociales que le permita crecer económicamente. Menem implementó un plan de “modernización concertada” (Etchemendy, 1998) ), de apertura basada en el endeudamiento externo en el marco de un rígido programa de estabilización monetaria basado en el régimen de Convertibilidad. El plan funcionó como un corset coyuntural entre sectores sociales que se sostuvo tanto como lo permitió la disponibilidad de financiamiento. Los gobiernos de los Kirchner implementaron la vieja alianza del modelo sustitutivo y estatista que logró sostenerse gracias al boom de las commodities pero mostró su anacronismo una vez que el contexto internacional se tornó adverso. El Gobierno de Macri, por su parte, intentó volver a los mercados internacionales de capitales para financiar los desequilibrios internos pero la estrategia volvió a fracasar prolongando el estancamiento y llevando a un nuevo default.
Así, desde mediados de los setenta el país relativamente homogéneo fue desapareciendo. Esta transformación económica tuvo su correlato en una atomización de las bases sociales del peronismo, como lo describe Juan Carlos Torre. Hoy, la heterogeneidad y la fragmentación son la nueva cara de una “sociedad-archipiélago”. Según Pablo Gerchunoff, la nueva configuración social la protagonizan tres tipos de actores que prácticamente no interactúan entre sí: una franja internacionalizada y privilegiada; una de empresarios y trabajadores cuyos ingresos dependen de los vaivenes del mercado interno; y finalmente los pobres que sobreviven en la periferia de las grandes ciudades o en las regiones rurales aisladas del interior. Este nuevo entramado social conlleva, a su vez, una nueva dinámica de cooperación y defección que Gerchunoff describe en los términos de Albert Hirschman. Los primeros, gracias a su autonomía, pueden escapar de los condicionamientos nacionales expatriando sus capitales, es decir, optando por el exit. Los segundos, sin posibilidad de defección, se hacen oír con menos fuerza y unanimidad que en el pasado. El creciente grupo de excluidos, por último, desarrolló una voz propia fuerte e intensa, pero que no se procesa a través de los canales tradicionales más o menos institucionalizados. Cada una de estas conductas implican un distinto nivel de lealtad y apego al país El desarrollo económico no es posible, según Gerchunoff, sin un “tratado de paz” entre estos nuevos actores sociales.
A pesar de todo esto, junto a la exclusión generada por las políticas fallidas de ingreso, desarrollo y educación, la democracia argentina también se hizo, paradójicamente, más inclusiva. Se arraigó, como nunca antes, una cultura política democrática de cambio de gobiernos a través de elecciones a la vez que se consagraron valiosos derechos civiles. La democracia nos dio simbólicamente lo que no pudo darnos materialmente, reconocimiento y respeto social de actores antes ignorados y relegados. Una transformación con más reconocimiento social pero mucho más inequitativa.
Todo esto nos coloca ante un nuevo escenario. Por un lado, la recurrencia cíclica de debacles económicas ha menguado los recursos para revertir un problema de desarrollo que, a cada paso, se ha ido agravando. Por otro lado, la Argentina transcurre una crisis interna singular al mismo tiempo que se deslegitiman los parámetros valorativos mundiales que rigieron hasta hoy. El mundo industrializado también busca una nueva articulación entre democracia y capitalismo que permita, no simplemente un acuerdo partidario, sino un nuevo equilibrio entre clases sociales. La peculiar convergencia histórica de una crisis idiosincrática argentina con una de orden mundial hace inescapable la tarea de comprender el presente para poder adueñarnos del futuro.
En un artículo reciente, Levy Yeyati sostiene que la Argentina está sobrediagnosticada pero subejecutada. Es decir, existe un consenso alrededor de las políticas públicas necesarias pero carecemos del músculo político para implementarlas. Nuestro argumento indicaría que esa sobreabundancia de diagnóstico convive con un desconocimiento de los nuevos actores sociales y las alianzas posibles y necesarias para la cooperación social. La parálisis respondería no a la falta de voluntad ni a un mero problema de estrategia política. Responde, más bien, al desconocimiento y a la orfandad.
Por un lado, desconocimiento de la morfología sociopolítica compleja que dejó el péndulo entre exclusión económica y expansión de derechos desde el retorno a la democracia que impide visualizar la nueva alianza productiva entre clases sociales y Estado que nos permita crecer económicamente.
Orfandad, por otro lado, con respecto a un proyecto de país que plantee un equilibrio entre democracia, Estado y capitalismo para los desafíos contemporáneos que presionan sin antecedentes históricos sobre los sistemas políticos en el mundo. En el 83 nos reconocíamos colectivamente en la conquista democrática que hoy menguó en su intensidad inspiradora. Debemos reconocernos y repensarnos en un nuevo ideal de justicia social en un contexto histórico de eventos que no sabemos cómo nombrar y ante un mundo que no nos ofrece respuestas. Ambas crisis –la argentina y la del mundo occidental– suponen la erosión de la creencia en el progreso material que ha sido la promesa inalterable del capitalismo moderno. Esto conlleva profundas consecuencias políticas y culturales que debemos aprehender. Solo entendiendo el “espíritu de nuestro tiempo” destrabaremos la parálisis política.
Carla Yumatle y Guillermo Rozenwurcel
Yumatle es filosofa política, PhD en Ciencia Política por la Universidad de California, Berkeley; Rozenwurcel, economista, Conicet/UBA/Unsam