El populismo, una barrera insalvable para superar la pobreza
La resolución del drama de nuestra pobreza es un proceso de una complejidad inédita en la historia social mundial, y es la mayor urgencia ética de la Argentina. Desde la perspectiva económica, la suma de crisis repetitivas, inflación e inversión misérrima no solo hundió a millones de personas en la miseria, sino que además les impidió el acceso a bienes básicos para el progreso y, por lo tanto, cronificó su infortunio. Para los jóvenes, sin activos patrimoniales, con un hábitat cada vez más degradado en el que la exclusión genera más exclusión, con deterioro educativo, las posibilidades de progreso solo pueden empeorar. El deterioro educativo se ha convertido en una de las causas más profundas de la transmisión intergeneracional de la pobreza, no solo por el deterioro en los saberes básicos –como lo demuestran las cifras de las pruebas PISA–, sino también por la carencia de herramientas elementales para acceder a empleos o para tomar decisiones claves para la construcción de la vida.
La pandemia ha acelerado estas tendencias, mucho más acentuadas para los más pobres. Esta descripción del drama argentino debería llevar a toda la dirigencia política a aumentar la complejidad del análisis y las acciones consecuentes y, en especial, a quienes, como el kirchnerismo, por su autoproclamada “raíz popular” deberían tenerlo como prioridad absoluta de sus propuestas. Sin embargo, resulta impactante la falta de referencias a las causas y soluciones para el drama de la pobreza en el discurso kirchnerista. La palabra “pobreza” prácticamente no existe en las expresiones de la señora Kirchner y los enunciados de dirigentes como Grabois; se limitan a demandar más recursos, sin hacer relación alguna con los factores que la experiencia demuestra de manera incontrastable que son las razones últimas de la pobreza.
Podríamos afirmar que esta carencia tan elemental en la cultura y la acción del kirchnerismo puede ser un problema que incumbe solo a sus dirigentes actuales. Pero por un tiempo el populismo seguirá siendo un actor de la política argentina y por lo tanto es relevante conocer si existen espacios de convergencia con ellos para poder resolver de manera sólida este problema. Para eso, proponemos analizar cuáles son las posiciones del kirchnerismo ante cada una de las causas y consecuencias de la pobreza.
En materia económica, inversión, estabilidad, productividad son fórmulas probadas en todo el mundo para reducir la pobreza a través del crecimiento y el empleo, y para dar bases sólidas a las estrategias de redistribución de ingresos e inversión social. Sin embargo, es muy difícil encontrar una referencia a este proceso virtuoso en el discurso y la práctica populistas, concentrados solo en los aspectos redistributivos y en el rol del Estado. Solo afirman que estabilidad e inversión se lograrán a partir del control y la acción estatal, mientras que asocian productividad con explotación y minimizan su importancia.
Lo mismo sucede con el empleo, donde no hay referencias consistentes a los incentivos económicos e institucionales que permitan aumentar la ocupación. Por eso no es extraño que su única propuesta sean los programas de empleo público o proyectos fantasiosos de baja productividad que requerirán por siempre del apoyo estatal.
En educación, el populismo ha incorporado al discurso y a la acción conceptos y prácticas sobre la educación que cristalizan la exclusión de los más pobres. Por un lado, reclaman más recursos para el sistema educativo, pero por otro proclaman la contradicción entre inclusión y calidad, y el rechazo a la evaluación, afirmando que se trata de un concepto “de la derecha” que debe evitarse, priorizando en cambio el acceso masivo como eje excluyente del valor transformador de la educación. Pero estas concepciones doctrinarias se complementan perversamente con la prioridad que se otorga a los gremios docentes en la definición de la politica educativa, cuya preeminencia en la historia educativa argentina ha resultado claramente perjudicial para los estudiantes, en especial los más pobres. Estudios académicos intachables demuestran los daños que han sufrido jóvenes y niños argentinos, víctimas de las repetidas huelgas docentes, no solo en su posibilidad de acceso al trabajo, sino también en dimensiones vitales como el embarazo adolescente y la integración familiar.
Asumiendo que se necesita una transformación radical en todo el funcionamiento del sistema educativo –incluyendo los criterios de capacitación y promoción de los docentes–, ¿será posible hacerlo si el populismo insiste en mantener la prioridad del gremialismo en la definición de las políticas y en rechazar totalmente la importancia de la calidad?
Además de los efectos más evidentes, como aquellos sobre el ingreso, la educación y el hábitat, la pobreza afecta el desarrollo personal en todas sus dimensiones. Combatir las adicciones, el embarazo adolescente; propiciar el buen funcionamiento de las familias son, entre varias otras, cuestiones esenciales para que se pueda frenar la reproducción intergeneracional de la pobreza. Pero para que estas acciones tengan éxito se necesitan, además de recursos, tecnologías sociales complejas que combinen la intervención del sector público en todos sus niveles y el trabajo personalizado de apoyo a las personas con las organizaciones comunitarias. Y, sobre todo, un cuidadoso seguimiento de los resultados, a través de la evaluación de impacto. Pero esta idea es también considerada “neoliberal”, ya que la alianza prioritaria con los movimientos sociales frena cualquier posibilidad de profesionalización y optimización de las acciones en ese campo, más allá de los esfuerzos del ministerio correspondiente. Cualquier acción políticamente aceptable debe pasar previamente por un filtro en el que el desarrollo de las capacidades de las personas figure lejos de las prioridades ideológicas, más cercanas al crecimiento del poder territorial.
Con todos estos antecedentes, cabe preguntarse si es posible entablar un diálogo constructivo y eficiente con el kirchnerismo, que reduzca de manera estructural la pobreza y sus efectos. De nuestro análisis surge una enorme dificultad, por al menos dos razones. Para el populismo, la dimensión político-ideológica es más relevante que la dimensión ética relacionada con la necesidad de resolver el drama de la pobreza. Por eso sus dirigentes nunca aceptarán “bajar las banderas” ante las propuestas económicas que consideran neoliberales ni romper sus alianzas políticas, aunque eso implique que millones de personas sigan en la pobreza, como lo demuestra el drama del conurbano bonaerense.
Si no se puede resolver la pobreza por medio de una mejor economía, una mejor educación y políticas focalizadas más eficientes, entonces el único camino que queda es el de la masificación eterna de las transferencias económicas, incluso cuando eso produzca daños aún mayores a quienes han caído en la pobreza.
Contra lo que se muestra como su declarada razón de ser, la hegemonía populista es una barrera insalvable para la superación de la pobreza en nuestro país. Por eso, una política sostenida y eficiente para resolver este drama no puede ser el resultado de la suma algebraica con las opciones perversas que plantea el populismo. Desde el punto de vista operativo, pero sobre todo ético, nos separa un abismo. El desafío es encontrar en el amplio espectro social y político a los muchos dirigentes para quienes el compromiso sobre la pobreza es más importante que las proclamas ideológicas.