El populismo y la Corte
En su ya célebre libro Cómo mueren las democracias, Daniel Ziblatt y Steven Levitsky analizan los procesos que hacen extinguir las democracias. El más directo, por supuesto, es el golpe de Estado. Pero el repertorio de recetas que los autoritarios pueden explorar es mucho más amplio.
Tal vez la erosión democrática más peligrosa sea la que surge desde el interior de la democracia misma. Como explica la prestigiosa politóloga Nadia Urbinati, el populismo no apuesta por la dictadura; más bien, intenta instaurar un "autoritarismo competitivo" o un régimen "semidemocrático", colonizando progresivamente el aparato formal republicano y su campo valorativo.
El manual populista de reversión incluye dos dispositivos de degradación. El primero es de carácter cultural y ataca las normas no escritas: la ficcionalización del pasado, la violencia simbólica, el desprecio por la evidencia y la construcción del disidente como enemigo perverso aniquilan el ethos que hace posible la democracia como forma de vida colectiva. El desprestigio sistemático de la prensa independiente y los apparatchiks a sueldo, siempre dispuestos a legitimar al poder, también se inscriben en este rubro.
Mediante maniobras legales, reformas "democratizadoras" y presiones varias, el populismo cercena el sistema de contrapesos, desnaturaliza la función del Parlamento y coopta los organismos de control
El segundo dispositivo populista arremete contra la estructura institucional democrática. Mediante maniobras legales, reformas "democratizadoras" y presiones varias, el populismo cercena el sistema de contrapesos, desnaturaliza la función del Parlamento y coopta los organismos de control. Eventualmente, el programa culmina con una reforma constitucional que eterniza su agenda y sustituye el gobierno de la mayoría por el gobierno de una mayoría.
Varios estudios recientes han indagado el impacto del populismo en América Latina. Así, Houle y Kenny (2018) comprueban que al cabo de cuatro años de gobierno populista, las cortes pierden en promedio un 34% de independencia, mientras las libertades individuales se vuelven 9% más inseguras. La calidad de la comunicación pública y los procesos electorales también se deterioran significativamente, aunque esta variable es más difícil de cuantificar.
Los tribunales constitucionales y las cortes supremas son siempre un objetivo clave en el plan de reversión populista. Así lo muestran los casos de Hungría, Polonia y Venezuela, donde la técnica de sometimiento consistió en ampliar los miembros para lograr una mayoría propia. En esa guerra de trincheras que el populismo entabla contra la democracia, las cortes son percibidas como el último foco de resistencia; no bien caen, la república, las libertades y la igualdad ante la ley quedan indemnes y permeables a la reconfiguración.
El problema es que cuando la democracia se desfigura por reversión interna, la propia estructura constitucional impide subsanar el daño rápidamente. El requerimiento de mayorías especiales, originalmente orientado a preservar el aparato republicano, se vuelve un escollo insalvable cuando el populismo conserva amplia representación electoral y predominio cultural. Un paso en falso puede ser irreparable. Los populistas lo tienen claro.
Doctor en teoría política y premio Konex a las humanidades