La excusa del crimen. El policial como mapa de los conflictos sociales
Con sus investigaciones y sus propios conflictos, los detectives protagonistas de novelas negras revelan lo más disfuncional de nuestras sociedades
¿Es posible diagnosticar, minuto a minuto, los males de nuestro tiempo? Así como Berni representó la lucha de los trabajadores en sus pinturas, los muralistas mexicanos la revolución y Lena Dunham -la acumulación es arbitraria- la vida de los millennials, la literatura policial siempre estuvo íntimamente ligada a aquello que, como morbo, como fricción, como carencia, se esconde en el corazón de las personas.
Sus ventajas para pintar la época son varias. En principio, podríamos decir que nada habla de los hombres más que sus conflictos, que son a su vez la mejor manera de pintar la actualidad. Un primer argumento es simple: los policiales hablan de la época porque los temas que tratan salen en la tapa de los diarios. Mucho antes de que surgiera el movimiento #NiUnaMenos en la Argentina, los libros de Stieg Larsson tomaban al maltrato y la trata como eje central de algunas de sus novelas. Por supuesto, la violencia contra las mujeres ya existía, pero no así su enunciación, enmarcada de Chandler a esta parte como crímenes pasionales, venganzas justas o simple devenir de la tragedia. Tal vez las novelas no cambien el nombre de lo que nombran, pero sí su valoración.
El escritor griego Petros Márkaris, autor de la serie del policía Kostas Jaritos, dice a La Nación: "El enorme éxito de la novela negra en las últimas décadas se debe a que es, prácticamente, la novela social y política de nuestro tiempo. No es solamente una novela para leer a la hora de dormir, es una novela que trata con la realidad social. Hay que decir que la globalización ayudó mucho a que esto suceda, porque creó como efecto secundario una globalización del crimen". Su personaje, Jaritos, es un ex policía malhumorado. Vive en Atenas y atiende a muchos de los problemas a los que atendemos acá: la crisis, el Estado ausente o corrupto, o ausente y corrupto a la vez. "Mi intención, desde mi primera novela, es hablar acerca de la realidad social de mi país y de mi tiempo. En este contexto, la ciudad en la que se desarrolla la historia es muy importante. No es sólo un medio que rodea la trama, sino también una protagonista en el sentido de que ofrece al novelista el trasfondo social en el que sucede la historia. Si yo hubiera elegido cualquier otra ciudad griega en lugar de Atenas, Jaritos habría sido un personaje diferente", dice.
La pertenencia de su detective a la fuerza policial es una de las diferencias principales con algunas de las novelas policiales que se pueden encontrar en la Argentina. En la serie de Verónica Rosenthal (No hay amores felices es la última entrega, del escritor Sergio Olguín), la protagonista es una periodista. En Betibú, de Piñeiro, una novelista. No es extraño después de todo: un héroe de la Argentina de hoy difícilmente pueda estar institucionalizado, lo cual, por otra parte, ya habla bastante de nuestra realidad.
Según Márkaris, la utilización de la figura del policía se explica de otra forma, más relacionada con el pragmatismo: son los oficiales quienes están en contacto directo con el crimen, quienes naturalmente deben encargarse de resolverlos.
"La novela negra en Europa ha experimentado en los últimos treinta años una evolución hacia el pasado. Se ha acercado más a la novela del siglo XIX. Muchos novelistas de ese siglo utilizaron los casos policiales como punto de partida para hacer frente a la realidad social de su país y de su tiempo. Muchos escritores de novelas contemporáneas en Europa siguen el mismo patrón. Esto se aplica tanto a la novela escandinava como a la novela negra mediterránea. La historia del crimen es sólo un pretexto o un punto de partida. Las novelas son básicamente novelas sociales con una historia criminal", dice.
El hombre roto
¿Por qué te hiciste policía y no pintor?, le preguntan a Kurt Wallander. "Supongo que no sé pintar", responde. Carga con la soledad, la depresión y la melancolía. Para colmo, se fue de vacaciones y se encontró, en su descanso, con el suicidio de una chica que lo obliga a ponerse a trabajar. Alguien lo cruza y le dice que es un hombre en crisis: usted es un hombre en crisis. Wallander lo sabe. No tiene idea de cómo querer a su hija, su padre tiene Alzheimer, todo a su alrededor se derrumba, o ya se derrumbó hace rato y él se dedica pacientemente a sobrevivir entre escombros, restos de piedra quebrada que tienen forma de mundo. Pero va. Wallanader va. Es algo así como el héroe del primer mundo: se da cuenta de la tragedia que trajo la evolución, y sólo gracias a que no puede superarlo sobrevive.
A través de él, de toda la serie de policiales del sueco Henning Mankell en verdad, vamos viendo un mapa de conflictos que nos pintan la época. No probablemente en el desarrollo o motivo de los crímenes -aunque en las tramas aparecen por ejemplo la trata de personas o la inmigración, asuntos controvertidos en Suecia-, sino en la manera en que los personajes se paran ante ellos. ¿Es realmente la desesperación por resolver el homicidio aquello que enfurece a Wallander? Difícilmente. ¿Son los crímenes representantes cabales de un conflicto o son sólo luces de artificio en una época plagada de problemas imposibles de resolver con la acción, problemas que no se representan en la violencia? Problemas, en última instancia, que tienen más que ver con estar vivos que muertos. El crimen, ahí, como una solución.
"El género policial es un género literario y, por lo tanto, tiene una función esencialmente estética. Pero a ésa puede unir otras responsabilidades, entre ellas la vocación de un examen social. Por ser una literatura que, por lo general, mira los lados oscuros de las sociedades, muchas veces sus argumentos están relacionados con temas mayores, como el miedo y la inseguridad, y con otros coyunturales, como la corrupción, el tráfico de drogas, etcétera. Su abanico es el de la sociedad y, pienso, ningún problema social le es ajeno, así como tampoco ninguno le es obligatorio. Ahora bien, pensar que los conflictos hablan más de la época que otra cosa es una mirada pesimista. La sociedad es una mezcla intrincada de incontables actitudes entre las que está, por supuesto, el crimen. Se dice, por ejemplo, que México es un 'narcoestado', pero ¿sólo hay que hablar de crímenes para hablar de México? Eso sería reducir la realidad y, sobre todo, por lo que estamos hablando, condenar a la literatura. La novela es, o debe ser, el reino de la libertad", dice a La Nación desde Cuba el escritor Leonardo Padura. Suya es la serie de libros sobre el inspector Mario Conde, un fumador empedernido, antiguo aspirante a escritor que se mueve por las calles de La Habana con la nostalgia de los hombres que quisieron ser otra cosa.
"Soy un escritor realista y mi medio es una realidad específica, la cubana, el presente cubano. Sobre él escribo. Entre otras cosas, porque soy incapaz de 'inventar' otras realidades. Además, porque creo que es importante que haya una identificación con la realidad específica. Pero más aún lo es que esa realidad reflejada esté vista no desde una perspectiva localista o doméstica, sino desde una proyección más universal. No sólo por la parte de la realidad que se refleja, o del modo en que se la refleja, sino también por lo que significa para los personajes y su condición humana es una concreción universal", agrega.
En sus novelas podemos ver cómo la añoranza por lo perdido va del personaje a la ciudad y de la ciudad al personaje, mientras resuelve crímenes en una Cuba que va quedándose sola en el sueño comunista. Pero la mirada no está puesta en la perspectiva histórica sino íntima. En ese aspecto, más que la representación de lo que está pasando, la literatura policial, o la literatura a secas, es la representación de lo que nos está pasando.
Así, podemos rastrear los conflictos internos de Salvo Montalbano, el detective siciliano de Andrea Camilleri, que se dedica a resolver crímenes en medio del Estado corrupto y mafioso en el sur de Italia. O ver en Kinsey Millhone, la detective creada por la estadounidense Sue Grafton, cómo sus divorcios y las cenas diarias en fast foods demasiado iluminados la van volviendo cada vez más escéptica. O seguir las cavilaciones de Armand Gamache, el personaje creado por la canadiense Louise Penny, que se detiene constantemente a indagar lo que sucedió en el pasado personal de los asesinos y no en los crímenes que realizaron, como si quisiera curarlos antes que encontrarlos. O pensar en Harry Hole, el gigantesco alcohólico que creó el escritor noruego Jo Nesbø, que intenta con tenacidad cambiar vodka por libros, pero pocas veces lo logra, y como buen noruego termina en un bar. Pero claro, ¿quién es quién para decir que ésos son conflictos de época y no, simplemente, la forma en que suceden las cosas?
Una pregunta por otra
Chen Cao, el detective del chino Qiu Xiaolong, es el jefe de la policía de Shanghái. A diferencia de otros detectives, estudió literatura inglesa en la universidad y es poeta. Aunque su autor está radicado en Estados Unidos, los casos de Chen Cao representan siempre los conflictos de China: a veces la de hoy, en ocasiones la de Mao o incluso la de los años 90. Ese vaivén es, en sí mismo, otra manera de contar el conflicto de la identidad china. "Si bien es posible imaginar una historia ambientada en China en la que las circunstancias y apremios sean completamente inventados sin usar de referencia la realidad, creo que no tendría sentido", dice a La Nación. "Para mí, la novela policial no es sólo un ?quien lo ha hecho', o por lo menos no es solamente eso. Es una entrada a la circunstancia social y cultural en donde ocurren los crímenes y se llevan a cabo las investigaciones, y donde los personajes se mueven en medio de conflictos y contradicciones. Y entonces, ¿qué puede funcionar mejor para el propósito sociológico que un detective que deambula por la ciudad constantemente, toca puertas y genera todo tipo de preguntas? Creo que los policiales tratan más con los problemas de su época que el resto, y para muchos escritores lo interesante es ver cómo los hombres se manejan en medio de esos problemas. Me parece que, mientras los crímenes no necesariamente son los que mejor nos representan como sociedad, los conflictos sí son los que mejor pintan la época", agrega.
El crimen, sea cual sea, en parte representa la violencia, la posibilidad de perder la vida en sociedades descontroladas; pero es también, al final del túnel, lo que puede venir a resolver ese problema. Es la última violencia posible. En ese aspecto, si el policial representa los males de época no es por los crímenes que resuelve, que son tan sólo la hipérbole del problema, sino por la exploración de la intimidad que los precede. Al respecto, dice Márkaris: "El gran cambio en la novela negra es un cambio en las preguntas que se hace. El 'qué' ya no es 'quién lo hizo', sino 'por qué esta persona se convirtió en asesino'. Muchos novelistas encuentran la respuesta en las conductas sociales y políticas de la época. En este sentido, la novela negra contemporánea revela los aspectos disfuncionales de la sociedad moderna. Sin embargo, esto no debería ser aceptado como una regla. Todavía hay muchos novelistas que utilizan la vieja pregunta '¿quién lo hizo?'".
Tal vez ahí se acabaría el problema. Si todos supiéramos quién lo hizo, ¿qué nos estaríamos preguntando? Al final, si los policiales sirven como mapa de los conflictos debe ser porque después de todo alguien lo hizo, porque alguien debe haberle puesto play a la cinta equivocada. Y encima, ingenuos a pesar de todo, seguimos creyendo que va a venir Wallander a decirnos quién fue.
Algunos personajes
KURT WALLANDER. Depresivo y melancólico, es policía en Ystad, ciudad pequeña del sur de Suecia. La gran creación de Henning Mankell es protagonista de 11 libros y tiene serie propia en Netflix.
KOSTAS JARITOS. Policía ateniense, vive de malhumor y está casado con una adicta a la televisión. Creado por Petros Márkaris, resuelve crímenes de una sociedad en crisis.
CHEN CAO. Es jefe de la policía en la ciudad de Shangai. Estudió literatura inglesa y es poeta. Es protagonista de 9 novelas de Qiu Xiaolong. La última: El dragón de Shangai (Tusquets).
MARIO CONDE. Otro caso de policía que quiso ser escritor. Nació y vive en La Habana, fuma constantemente, vive triste y agobiado. Es el protagonista de 8 libros de Leonardo Padura.
SALVO MONTALBANO. El detective de Andrea Camilleri trabaja en un pueblo inventado de Sicilia, que es en verdad Puerto Empedocle, ciudad natal del autor, entre corrupción y mafias.
HARRY HOLE. Alcohólico que pretende no serlo, el policía creado por Jo Nesbo es especialista en crímenes violentos en Oslo. Aparece en 10 libros: el primero es El murciélago (1997), y el último, Policía (Penguin).
KINSEY MILLHONE. Huérfana, divorciada y cliente de McDonald's, la detective creada por Sue Grafton es la protagonista de "El abecedario del crimen", una serie de ya 24 libros. El último, X de Rayos X (Tusquets)