El poder y la libertad en un puño
Si la Internet ha logrado cubrir cada mínimo rincón de la faz de la Tierra revolucionando absolutamente el hábitat humano, entonces el debate no debería acotarse a la superficial hojarasca entre sus ecuménicas virtudes y sus alarmantes defectos, sino también a las raíces profundas que alimentan esta abigarrada jungla virtual por donde se abre paso el hombre contemporáneo.
Como suele ocurrir con todo asunto grave, los filósofos y los poetas se disputan la atribución de dilucidar la esencia de esas cuestiones trascendentes, a menudo incursionando unos en el territorio de los otros, ora formulando rigurosas reflexiones mediante preciosas literaturas, ora descifrando complejos trances mediante agudas intuiciones poéticas.
Cuando en 1949 Borges descendió a un sótano de Barracas y descubrió el Aleph, ese punto donde se halla todo el conocimiento humano –germen conceptual de las redes contemporáneas– concibió la hazaña inaugural más icónica del carácter de nuestro tiempo, en la escala de la irrupción de Prometeo en la forja de Vulcano para hurtarle el fuego sagrado, metáfora del audaz acceso humano al saber de los dioses o, expresado de otro modo, el descubrimiento del poder a través del conocimiento.
Así como Prometeo concedió al hombre el fuego, Borges nos proporcionó la fantástica idea de poder disponer de un Aleph en la palma de la mano, que es el rasgo más emblemático del hombre ordinario actual. Pero al igual que en el mito prometeico, el poeta nos dejó planteado, además, el más idiosincrático dilema del ser humano: la libertad para hacer uso de ese saber o, para formularlo en los términos más descarnados del célebre axioma baconiano, del conocimiento como poder.
Con ese extraordinario potencial entre los dedos, para ira de dioses y tiranos, todo hombre ha cobrado un poderío y una libertad inusitados para decidir entre el bien y el mal como nunca antes lo había logrado, alcanzando un punto sin retorno para la humanidad.
El hecho de que desde entonces todos los bienes y todos los males concebibles estén reunidos en cada puño humano, al arbitrio de su libertad, define ese lugar de riesgo en el que otro poeta, Hölderlin, vislumbró que el peligro se funde con la solución, el sitio donde cada uno de nosotros se halla parado y solo, sosteniendo en la mano esta suerte de manzana mordida por Adán, frente a la más grandiosa aventura jamás concebida por el ser humano, como es reunir en un puño tanto poder y tanta libertad, el más abrumador y a la vez estimulante desafío no sólo técnico, sino sobre todo moral, del hombre contemporáneo de ser responsable de su frágil destino.
En consecuencia, el acuciante debate sobre las implicancias de las redes virtuales en el futuro de la humanidad no debería excluir esa triple dimensión que involucra el escalofriante dominio técnico de un poder cuasi infinito, la perturbadora vacilación ética ante semejante facultad, así como el derecho y la responsabilidad política de allanar la eterna epopeya humana para asumir el oneroso costo de la libertad.
Diplomático y miembro del Club Político Argentino