El poder de la sombra
En 1999 se publicó el libro El poder y su sombra. Los vicepresidentes, del recordado politólogo Mario Daniel Serrafero. En aquella publicación se abordaba un fenómeno poco explorado hasta ese entonces como era el de la vicepresidencia, inmerso en ciertos clichés respecto de su rol sea este como conspirador o de un actor limitado a cumplimentar el trámite de apertura y cierre de las sesiones en el Senado de la Nación (“tocar la campanita”, como expresara Domingo Faustino Sarmiento).
Examinando la Constitución de diferentes países en la región, encontramos algunos atributos en común respecto de la definición de la estructura del Poder Ejecutivo, así como del vicepresidente de la nación:
Un Poder Ejecutivo de carácter unipersonal.
La ausencia o ambigua definición del papel institucional de un vicepresidente que no forma parte del Ejecutivo unipersonal ni integra el cuerpo que preside.
La elección del presidente y del vicepresidente como fórmula electoral y por lo tanto con similar legitimidad de origen.
La ausencia de mecanismos procedimentales para resolver posibles controversias entre dos figuras con igual legitimidad de origen.
Resultado de estas lagunas desde el punto de vista formal (o por lo menos esa era la interpretación predominante) es que los vicepresidentes habían oscilado entre desplegar estrategias de cooperación (activa o pasiva) o conspiración (activa o pasiva): esas eran las alternativas esperadas hasta la mañana del 18 de mayo de 2019.
Aquel sábado, mediante un mensaje transmitido en video, la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner comunicó el ofrecimiento de la candidatura presidencial al exjefe de Gabinete Alberto Fernández, proponiéndose para acompañarlo como su compañera de fórmula con el propósito de garantizar la unidad de un fragmentado peronismo y su victoria en las elecciones presidenciales de 2019, en un procedimiento sin precedente en la política argentina.
Múltiples especulaciones se tejieron tanto en torno del papel de la expresidenta en un futuro gobierno así como del rol de Alberto Fernández; el lema “Alberto al gobierno, Cristina al poder” era una de las metáforas más utilizadas para dar cuenta de una posible relación futura entre la referente más poderosa del peronismo y un dirigente de dilatada trayectoria pública, aunque con escaso volumen territorial. Así también, el recuerdo de la breve experiencia de 49 días de Héctor J. Cámpora en 1973 era evocado de manera recurrente.
Transcurrido poco más de un año de la experiencia del Frente de Todos en el poder se advierte desde hace un tiempo tanto el creciente protagonismo de Cristina Fernández, en su condición de mentora de la fórmula y socia principal del Frente de Todos, como un paulatino desgaste del designado Alberto Fernández en un contexto de crisis económica, social, sanitaria y no pocas tensiones en el interior de la coalición de gobierno.
Esta inédita situación en el contexto argentino –definida como decisionismo vicepresidencial por parte de algunos colegas o hipervicepresidencialismo por otros– nos lleva nuevamente a reflexionar sobre el papel de los vicepresidentes. Así es que podríamos hablar hoy, más que del poder y su sombra, del poder de la sombra.
En un artículo publicado en 2018, el politólogo Leiv Marsteintredet señalaba tres problemas del sistema de sucesión presidencial bajo condiciones de crisis institucional: en primer término el problema de la lealtad, o cómo evitar que el sucesor designado se convierta en un arma de la oposición; segundo, el problema de la legitimidad o cómo asegurar legitimidad al sucesor presidencial, y en tercer lugar el de la sucesión o cómo asegurar que la sustitución de un presidente por otro resuelva la crisis que ocasionó la caída del presidente.
La fórmula de elección, destacaba el autor, no puede resolver los problemas de lealtad y legitimidad al mismo tiempo; así cuanto más independiente sea la elección del sucesor más legitimidad tendrá el candidato, pero más propensa será la relación entre presidente y vicepresidente a conflictos y traición, mientras que cuanto más control tenga el presidente en la elección del vicepresidente más lealtad puede esperar el presidente pero menos legitimidad tendrá el vicepresidente para ejercer la presidencia dado que ha sido elegido por su lealtad o su habilidad para atraer votos.
¿Podrá el original “decisionismo vicepresidencial” criollo resolver los problemas de lealtad y legitimidad señalados?.