El poder de la infelicidad
No hace falta citar Más allá del principio del placer, de Freud, para percibir que a menudo lo que nos guía en la vida es la búsqueda del dolor y del desencuentro. Alguien dirá que hombres y mujeres buscan el placer por encima de cualquier otra cosa. La experiencia humana ha demostrado lo contrario. Los personajes de La gaviota, de Chejov, son una prueba contundente de que las elecciones amorosas fallidas abren los caminos más certeros hacia la infelicidad. Ninguno de los personajes de la genial obra del dramaturgo ruso está contento con lo que le ha deparado el amor. Es decir, con lo que ha elegido. El ejemplo más claro es el que ofrece Masha cuando le cuenta a Boris, uno de los personajes centrales, que va a casarse con el maestro Medvedenko, a quien no ama. Y le pide que escriba una dedicatoria para ella con el siguiente texto: "A María, que no sabe de dónde viene ni para qué está en este mundo".
Basado en La gaviota, de Chejov, y en El cuaderno de Trigorin, de Tennessee Williams, el director Marcelo Savignone ha construido Ensayo sobre la gaviota, un excelente espectáculo que se ofrece en La Carpintería. A puro teatro, Savignone alumbra zonas del texto que adquieren admirables matices. Recordemos que los clásicos siempre nos hablan del presente. Boris sostiene: "La libertad es peligrosa, exaltante como la vida misma". ¿Quién se atreve a vivir la experiencia amorosa con esa libertad de la que habla Chejov? Salvo Nina, que en La gaviota arrasa con todos los prejuicios de la época y se anima a amar al hombre que desea, aunque el desenlace no sea el que buscaba, los demás viven en la medianía y en la resignación. Para Chejov el problema amoroso es central a lo largo de toda su obra. Sus personajes suelen vivir sin deseos genuinos, salvo algunos, que son los que quieren cambiar el mundo y que están presentes en casi todas sus piezas. Ahora bien, ¿puede expresarse solo con palabras la insatisfacción amorosa? Por lo que puede verse en la puesta en escena de Savignone la respuesta es negativa. De pronto los cuerpos se agitan frente al espectador dando cuenta de esa desesperación que los sacude cuando son conscientes de la endeblez de sus vidas. Se trata de cuerpos tristes, mustios. Porque un cuerpo deseante no tiene edad y sus formas son siempre atractivas. El deseo es una marca que trasciende a primera vista. Es difícil que alguien pueda amarse a sí mismo si no ha amado a los demás. Los personajes de Chejov rumian la desdicha, que es la mejor manera de quedarse en el mismo lugar. Y de esa forma, aunque ellos no lo sepan, disfrutan y gozan con la propia infelicidad.
La gaviota, como todas las obras de Chejov, es de una contemporaneidad asombrosa. Porque aun cuando el mundo que describe puede parecer lejano -Chejov murió en 1904-, el amor sigue causando el mismo desasosiego, el mismo miedo y la misma extrañeza. Los personajes de Chejov, como los de Shakespeare, saben que el amante busca en el otro algo que le falta. Como es lógico, ninguno de ellos lo encuentra completamente, pero los que se animan a buscarlo lo que hallan es mucho más de lo que esperaban. En el mundo de nuestros días hay una idea de felicidad que se parece más a un manual de autoayuda que al devenir de la existencia. Hay cierta obligación de ser feliz que atenta contra la posibilidad real de lograrlo. Los paraísos artificiales de la droga, el consumismo desenfrenado, la no aceptación del paso de los años, la falta de tolerancia, la fascinación por la banalidad, la ausencia de diálogo y el descrédito de la palabra pueden producir universos de insatisfacción similares a los que describe el maestro ruso.
Tal vez por esa idea de dialogar desde el presente con un texto escrito hace ya más de un siglo, el talentoso Marcelo Savignone y su equipo de admirables intérpretes se cruzan con Lou Reed, con el pop y con la danza. "No se puede vivir sin teatro", dice Sorin. Y Tréplev responde: "Hacen falta formas nuevas. Hacen falta formas nuevas, y si no las hay, más vale que no haya nada". A partir de este diálogo podríamos reescribir la historia del teatro. Pero también decir que en este espectáculo se toma el camino que las criaturas de Chejov reclaman. ¿Cómo podría hablarse de amor en el arte si no es a partir de renovados caminos expresivos? Cuando Tréplev le regala a Nina una gaviota muerta está hablando de su propia desdicha. Y en los momentos en que los cuerpos de los actores se agitan con movimientos que parecen no tener sentido es, precisamente, cuando más se están expresando. Tanto el amor como el teatro se dirimen en el lenguaje de los cuerpos. El teatro, al intensificar la presencia de los cuerpos, viene a mostrarnos que los que están en escena son proyecciones de nosotros mismos, y que, como todos, alguna vez dejaremos el escenario saciados de vida o de desdichas.
El autor es profesor de teoría política