El “planeta kirchnerista” es el conurbano
A simple vista podría parecer que los últimos votos diplomáticos de la Argentina, como el de anteayer para abrir una investigación contra Israel y Hamas en el Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas –algo que la dejó en el mismo lote que México, Bolivia, China, Cuba, Rusia y Venezuela–, entorpecen la relación con Estados Unidos justo cuando Joe Biden se apresta a tomar una decisión cara a las urgencias de la Casa Rosada: la donación de vacunas para países a los que les esté costando controlar la pandemia.
Pero la Argentina es menos gravitante que nunca en la discusión global y tampoco los demócratas tienen tan desarrollado ese reflejo transaccional que caracterizaba a Trump: exigir una contraparte ante cada gesto. O al menos no durante una epidemia, cuando los riesgos biológicos superan los de la geopolítica. A Estados Unidos le preocupa mucho más la posibilidad de que aparezcan acá y en Brasil nuevas variantes del Covid, algo que amenazaría su estrategia regional contra el virus, que el alineamiento de una nación que considera cada vez más lejana e inocua a sus intereses. Es el mensaje que transmiten funcionarios norteamericanos.
Quien empezó a plantear el tema fue el almirante Craig Faller, jefe del Comando Sur, luego de su viaje al país el mes pasado. El Comando Sur, uno de los diez del Ministerio de Defensa de Estados Unidos, tiene asignadas en esta parte del mundo vigilar el narcotráfico, la seguridad y los conflictos migratorios, además de atender la asistencia sanitaria y los desastres naturales. Faller, que había venido preocupado por la posibilidad de que China invirtiera en un puerto en Ushuaia, le vendiera al Ministerio de Defensa sistemas de armamento, edificara centrales nucleares o firmara acuerdos con Arsat para la provisión de tecnología 5G, volvió en realidad con otro desvelo: ¿y si la Argentina y Brasil generan nuevas cepas? Es lo que pasa con los países con un elevado ritmo de contagios. Hoy, según explicó a LA NACION el infectólogo Roberto Debbag, de la originada en Wuhan queda solo el 5%. El resto se lo reparten, en proporciones cercanas al 30% cada una, la del Reino Unido, la Andina y la de Manaos –la más efectiva para saltarse la inmunidad de las vacunas que trajo el Gobierno–. La Casa Blanca incluyó entonces a la Argentina, con la India y Brasil, en el grupo de beneficiados por vacunas que, por diplomacia o política sanitaria regional, empezará a facilitar. Los laboratorios elegidos son Pfizer, Moderna, Johnson & Johnson y AstraZeneca, y los envíos podrían anunciarse el 4 de julio y concretarse de tres modos posibles: donación, préstamo o mediante el fondo Covax. Durante su última visita a Buenos Aires, Juan González, asesor especial de Biden para América Latina, les dio a empresarios y miembros del gobierno argentino el contacto de Gayle E. Smith, coordinadora del Departamento de Estado para la Respuesta Global al Covid y la Seguridad Sanitaria. Desde entonces siguen el tema con ella.
Hasta ahí, todos desvelos sanitarios. Ya habrá tiempo para debatir afinidades ideológicas y votos multilaterales. Si es que, con los efectos que dejará esta crisis, Estados Unidos decide volver a prestarles atención a la Argentina o a las elucubraciones de sus dirigentes. “Quién diría que las únicas vacunas con las que contamos hoy son rusas y chinas. ¿Qué cosa, no?”, razonó el 24 de marzo Cristina Kirchner.
Pero Alberto Fernández no solo necesita vacunas. Requiere, por lo pronto, el respaldo de la Casa Blanca para acordar con el FMI. Por eso hay diplomáticos que suponen que la postergación de su viaje a China, donde pensaba reunirse con Xi Jinping, obedece a que está esperando una respuesta de Biden para visitarlo antes. En el Gobierno lo niegan: dicen que si fuera a Pekín debería cumplir una cuarentena y que en el encuentro con el líder demócrata se está trabajando, pero que no hay una lógica que conecte ambas decisiones.
El Presidente vuelve a caminar entonces entre el equilibrio y la ambigüedad. Está obligado a una diplomacia acorde con sus urgencias externas dentro de una coalición que no controla y que suele utilizar el escenario global para hablarle a su militancia. El kirchnerismo se mueve en los foros multilaterales pensando en su propia identidad. ¿Cómo aceptar, por ejemplo, el equilibrio fiscal que exige el Fondo si eso implica aumentos de tarifas? La cohesión interna es además insostenible si fracasa en el conurbano, el distrito en donde más se expone.
Parte de la pelea con Rodríguez Larreta por la presencialidad en las escuelas obedece a estas prioridades. Kicillof no puede permitirse el contraste de tener las propias cerradas si cruzando la General Paz están abiertas. La semana pasada, durante un Zoom con intendentes, y horas antes de que se anunciaran las restricciones que terminan pasado mañana, reaccionó ante una intervención de Jaime Méndez, líder de San Miguel, que había propuesto pensar en conjunto una solución para la pérdida de clases. “Entiendo la situación, no hablo de volver a la normalidad, pero no podemos dejar de lado lo que está pasando”, empezó Méndez, que dijo tener constatado que un porcentaje importante de alumnos iba caminando a la escuela. Quien le respondió primero fue Agustina Vila, ministra de Educación bonaerense, que habló de lo que el Gobierno llama “continuidad pedagógica”: dijo que las aulas en realidad estaban abiertas, que se podía entrar para recibir alimentos o que chicos de zonas alejadas se vincularan con docentes. “Estamos pensando en que vuelvan con intensidad cuando lo permita la situación epidemiológica”, siguió, y argumentó que el problema de un eventual regreso no era solo el transporte: “Vuelven los pools, los recreos, los cumpleaños”. El intendente volvió a su postura: “Vos me estás contestando como si yo estuviera pidiendo la normalidad y no es así. Veo los números que está dando el Gobierno y me hace pensar que vamos a llegar a dos años con escuelas cerradas”.
Kicillof percibió en el párrafo un planteo político y decidió intervenir. “Eso lo piden por CABA –dijo–. Es mítica la presencialidad porteña. Van pocos chicos, muchos padres no los quieren mandar. Ahora van a salir a decir que los intendentes de la oposición me pidieron el regreso a la normalidad: yo me como el costo, pero sé que esto tiene ribetes políticos. Es mentira que no se contagian los chicos”. Méndez volvió a pedir la palabra, pero Kicillof se había envalentonado. “Ya termino, ahí te dejo”, se extendió. “No hablé de CABA –insistió el intendente–. Si alguien habló de CABA fueron ustedes. Si hay política, no es de mi lado. Y no sé lo que pasa en CABA ni tampoco si la presencialidad es mítica: lo que sí es mítica es la continuidad pedagógica en el conurbano”.
No hubo acuerdo y será difícil lograrlo. La cuestión es demasiado sensible, y el momento, explosivo. Los infectólogos afirman que el Gobierno se juega gran parte del combate contra el Covid en las próximas cinco semanas. De hecho, el propio gobernador había empezado el Zoom admitiendo que la Argentina estaba “entre los países con más contagios y muertes del mundo”. Su preocupación, agregó, no solo reside en los casos, sino en una gravedad cualitativamente mayor a la del año pasado: “Las cepas de hoy no son tan manejables”. Sorpresas de la epidemia: es lo que piensa el almirante Faller. Aunque al Comando Sur lo perturben más las contingencias de la naturaleza que las decisiones del Instituto Patria. La Argentina, que dejó pasar la oportunidad de convertirse en líder de América Latina vacunando primero que nadie con dosis de la vacuna más requerida del mundo, es ahora relevante por lo opuesto: sus propios contagios conspiran contra la solución general.