El placer de que las penas sean ajenas
No hay momento más feliz que ese en que podemos contradecir a Yupanqui y sentir (por un ratito) que las vaquitas son de nosotros y las penas son ajenas. Qué importa si es efímero, transitorio o aparente. Con la peste en baja, después de meses de curvas empecinadas en empinarse siempre, en vez de aplanarse, sacamos la cabeza del agua y disfrutamos un ratito de desgracias de otros. Más si lideran el club de los envidiados siempre. Para confirmar que nos da menos placer ganar que ver fallar a los demás. Algún día tenía que tocarnos.
El imperio, al final, nos hizo un regalo. Gracias EE.UU. por el escandoloso proceso electoral y por los escándalos de un presidente impresentable que insiste en no aceptar su derrota. No está mal. Pero… y si escuchamos a Eladia Blázquez cuando nos dice: "Miremos este espejo bruñido y relucientes sin el engrupe falso de una mentira más.../Y vamos a encontrarnos con toda nuestra gente/mirándonos de frente sin ropa y sin disfraz../Con toda nuestra carga pesada de problemas". ¡¿Qué necesidad?! La evasión es una pasión argentina. Ya vendrá el tiempo del ajuste