El "pituto", símbolo de un crimen
Por Orlando Barone
Pitufo le llamó el noticiero de Crónica a aquel duendecillo fantasma que aparecía y desaparecía de los montes norteños.
Pituso se le puede llamar a un niño gracioso. Pitito es un pito chiquito. Pituto es la voz de entrecasa con la que alguien le dio nombre a una bala creyéndola un sostenedor de repisas. Esa nimiedad de ferretería acabó siendo el símbolo de un crimen escandaloso. Arrojado al inodoro y a la cámara séptica junto a los excrementos de familia, fue recuperado en una ceremonia judicial seguramente hedionda y escatológica. Puede imaginarse el proceso de la manguera succionadora absorbiendo ruidosamente aquella materia innombrable y, rodeando la escena, una coreografía de juristas de saco y corbata y de vecinos en bermudas sudados por la clase de aerobics. Ese es el corto espacio en que una tragedia puede volverse desopilante y absurda como una obra de Ionesco. O como la película Borat, sólo tolerable si uno asume que el aparato digestivo y sus consecuencias responden a la naturaleza.
Sorprende aquella distraída rapidez con la que una familia demostrativamente conservadora se desprendió tan ligeramente del "pituto" hallado en el piso en medio de un reguero de sangre.
Pero una reacción inesperada la tiene cualquiera y, en ese momento, a alguien se le antojó tirarlo al agujero.
También se podría argüir que, en lugar de "pituto", quien lo encontró podría haber dicho "cosito", "cuchuflito" o "pendorcho". Lo cierto es que una bala calibre 32 concluye privada de su esencia mortal para ser renacida como un inocuo adminículo de bricolage.
En otro mercado más sensible a la subasta de símbolos famosos, el "pituto" de El Carmel tendría una cotización más fundadamente interesante que la valija de Amira Yoma, que la servilleta de los jueces de Corach o que el maletín de Pontaquarto con las coimas del Senado.
Naturalmente ya el "pituto" higienizado y pulcramente ensobrado en plástico luce ahora acompañado por abultados folios en los que se describe su historia, su origen, su fabricación y la embrollada aventura en que se vio envuelto. El rótulo forense podría registrarlo de esta manera: "Pituto/bala. (En ese orden) Tantos gramos. Metal con plomo. Procedencia original: revólver. Procedencia final: el pozo ciego. Prueba actualmente inodora".
Por eso no sería raro que el "pituto" padeciera ahora conflictos de identidad igual que un travestido. No se explica por qué, si nunca aspiró a dejar de ser bala, fue confundido con algo tan subalterno.
Bueno, también la grifería de una bañera aspiró a suplir las consecuencias de un cargador vaciado en una cabeza. Y un manatial de sangre tapizando las paredes de una casa se desvaneció como si hubieran esterilizado un quirófano.
Es curioso, pero hace unos años, en Chile, el grupo musical "Sexual democracia" hizo famosa una canción llamada "Pituto". El significado popular de allá es distinto: lo define como un acomodo, como un recurso para eludir las leyes o las normas. No como un apéndice de carpintería. En fin: un significado más realista.
La cantaba Miguel Barriga y decía más o menos así: "Si usted busca a un amigo influyente/ a un buen pariente./ Para no pagar una multa/ para no sacar número en el hospital,/ que busque un pituto, un pituto, un pituto." Se supone -aunque la canción no lo dice- que por extensión el pituto permite eludir la burocracia de la justicia y la burocracia moral.
Lo cierto es que aquí ya han formado un dúo inolvidable. Se complementan: el pituto hace reír; la bala delata.