Reseñas: No soy así, de Kjell Askildsen
El pesimista que hace reír y llorar
Basta leer tres o cuatro de los 36 relatos de No soy así, del noruego Kjell Askildsen (Mandal, 1929), para entrar en otro mundo. Podría decirse que el contacto con su narrativa modifica la percepción. Hay pocos narradores con esa capacidad: Antón Chejov, Thomas Bernhard, Raymond Carver, Stephen King, Alice Munro. Al escritor le bastan tres brochazos para describir un clima, un lugar, un personaje. El trabajo formal es muy preciso (como el de los cuentistas nombrados). Eso sí: se nota después de salir del cuento. Porque entretanto Askildsen va al hueso, y arrastra al lector en un impulso implacable de lucidez, y feroz decisión de señalar con arte lo negativo o frustrante de la condición humana.
La sensación engañosa es que el mundo narrativo del noruego –un semisecreto clásico europeo– está habitado solo por viejos insoportables, cascarrabias, peleadores y laberínticos en sus relaciones con sus parientes, amigos o simples transeúntes. O que abundan las muertes y los entierros. En realidad hay unos cuantos relatos de parejas (también insoportables, peleadoras y laberínticas) o de jóvenes (ensimismados e imprevisibles). Lo que une todo es el estilo, principal responsable de que uno empiece a percibir el mundo con el ritmo y, sobre todo, la vigorosa mala onda de Askildsen, que reconoce antecedentes en Ernest Hemingway y –sus lecturas favoritas– el teatro de Samuel Beckett y la obra de August Strindberg.
De todos modos se resiste a aceptar lugares comunes para definir su obra. En una antigua entrevista, el escritor aclaraba su fastidio ante un adjetivo: "No soy minimalista, […] no soy para nada minimalista, si lo dicen protesto. Nunca escribo menos de lo que tengo que decir". Y agregó: "Lo mío es conseguir que el lector muerda el anzuelo y eso es un proyecto artístico. El cometido del autor es hacer leer al lector. […] Mi intención es que el lector en cierta manera sea sinónimo del pez que llega a tierra y se queda coleando y que no necesariamente lo pase bien. Yo deseo crear desasosiego. No me gusta un relato que no crea desasosiego".
En "María", un cuento muy breve, se reencuentra en la calle después de un tiempo con su hija. De inmediato el diálogo va sirviendo para aumentar sin cesar la distancia entre los dos, en un proceso ante el cual el lector no sabe si reírse a carcajadas o llorar.
Leer esta recopilación es un festín ambiguo. La voluntad de pesimismo suele ser tan marcada que, justamente, resulta cómica. Describe cualquier edad o sexo con economía y puntería al mismo tiempo. Sobre todo la ancianidad. Expone la grieta entre lo masculino y lo femenino sin pelos en la lengua: "Cuando mi mujer todavía vivía, creía que cuando ella muriera yo tendría más espacio para mí. Solo su ropa interior ocupa tres cajones de la cómoda, pensaba. Cuando muriera, podría ocuparlos yo, uno con mis monedas de cobre, otro con las cajas de cerillas, y el tercero con los corchos. Tal y como está ahora, pensaba, es un caos total".
Askildsen está decidido con firmeza a un grado cero de pintoresquismo o color nacional. "El rostro de mi hermana", "No soy así, no soy así", "Un vasto y desierto paisaje" o "Los invisibles" son complejas obras maestras, tan misteriosas y esquivas como auténticos recuerdos personales.
Una de las varias viñetas con ancianos termina así: "Eché a andar los muchos miles de pasitos hasta casa. Ay, el mundo cambia, pensé. Y se extiende el silencio. Es hora ya de morirse" ("En la peluquería").
Por ahora, con 89 años, Askildsen sigue vivo. Puede llamar la atención que las recopilaciones de sus cuentos se interrumpan en el año 1996. Fue dejando de escribir a medida que se fue quedando ciego. Alguno de sus personas comentaría internamente: "Bueno, estaba visto".
No soy así
Por Kjell Askildsen
Nórdica. Trad.: K. Baggethun y A. Lorenzo. 310 págs./ $1090