El perro de Pavlov y el reflejo condicionado de las cacerolas
De tanto repetir el experimento del hueso y la campana, Pavlov finalmente logró que su perro se babeara entusiasmado cada vez que escuchaba la campana (un metrónomo en realidad, pero para el caso da lo mismo) de su dueño. Era un perro bueno el de Pavlov. Y dócil. Su capacidad para incorporar un comportamiento de respuesta automática -su reflejo condicionado- es algo que todo dueño que sabe de perros bien llevados aprecia. Un perro obediente, previsible, que una vez entrenado invariablemente responde de la manera que se espera a los estímulos de su amo. Un perro ideal, también: ¿quién querría un animal con espíritu crítico, que ponga en duda la calidad del hueso que le tira su amo o, peor, que cuestione con ladridos las razones de su dueño para darle un hueso?
Los experimentos de Pavlov tuvieron lugar más o menos por el 1900. Unos años después, entre las guerras mundiales, las primeras teorías de la comunicación de masas coincidieron en asignarles a los medios un poder de manipulación casi absoluto, ejercido sobre una sociedad incauta. Un poder bastante parecido, en realidad, al que la campana de Pavlov ejercía sobre su perro, tan influenciable como la sociedad de aquella época. La teoría de la aguja hipodérmica suponía que cada persona era "inoculada" individualmente por el mensaje de la propaganda, y que su respuesta pavloviana a ese estímulo lo convertía en algo así como un animal domesticado, que saliva una respuesta ideológica -una secreción psíquica, diría Pavlov- frente al poderoso mensaje de los medios.
Tiene casi cien años la teoría de la aguja hipodérmica. Ya nadie la utiliza en la actualidad, sobre todo porque el contexto de la comunicación de masas es radicalmente otro y porque, a diferencia de los perros, bestias nobles pero impresionables todavía hoy frente a la coincidencia reiterada de una campana y un hueso, las personas y las audiencias evolucionaron. Ya no salivan de manera automática y descontrolada frente al hueso informativo. Es más probable que, hiperdesconfiadas, hiperinformadas e hipercríticas, ladren, o muevan la cola. La docilidad y la fidelidad perruna de las audiencias son cosa del pasado.
Y, sin embargo, el kirchnerismo parece haber sacado esta vieja teoría del baúl de los recuerdos para explicar -y simplificar- el nudo que ata todos los problemas de la Argentina: quienes critican al Gobierno están inoculados con el mensaje destituyente de la cadena del desánimo y el suyo no es más que un reflejo condicionado con secreciones psíquicas de antikirchnerismo automático y descontrolado. La contraofensiva respeta esa misma lógica pavloviana: sólo es cuestión de lograr que la campana oficial suene con más fuerza y voilà . Lo demás (la gestión, los desequilibrios sociales, el bienestar general) importa, claro, pero menos.
Cabe preguntarse, sin embargo, si el énfasis propagandístico del Gobierno y su obsesión mediática no son otra cosa que la expresión de un deseo. Desde la perspectiva simplista del reflejo condicionado, derrotados los medios opositores, ya nadie cuestionará nada. La sociedad entera, como el perro obediente de Pavlov, escuchará la campana oficial y salivará entusiasmada ante la perspectiva de un hueso. Y cabe preguntarse también si no es en realidad el Gobierno el que desarrolló un condicionamiento perruno, porque apenas suenan las cacerolas ladra con ganas, descontroladamente.
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