El peronismo y su capacidad de aprendizaje
¿En qué consiste la plasticidad y la aptitud adaptativa del PJ, instalado como partido eje del sistema político?
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El escándalo de las vacunas VIP, sumado a la muerte de Carlos Menem, la condena impuesta a Lázaro Báez y sus hijos por el lavado del dinero presuntamente procedente del manejo corrupto de la obra pública en tiempos de los Kirchner, la lógica autoritaria y de atropello a los derechos humanos básicos de regímenes como los de Formosa, Santiago del Estero, San Luis y Santa Cruz, y la ofensiva en contra del Poder Judicial han puesto nuevamente en el tapete tanto la extendida vigencia del fenómeno peronista como los interrogantes acerca de su naturaleza. ¿En qué consiste la plasticidad y capacidad adaptativa señaladas por Juan Carlos Torre, Liliana De Riz, Silvia Sigal y Emilio De Ípola?
Más allá de la experiencia fundacional conducida por Perón durante tres décadas, interesa reflexionar porque el peronismo a partir de la transición democrática de 1983 no sólo se ha reinstalado como partido-eje del sistema político, sino que también ha devenido uno de los escasísimos partidos de América Latina que ha sobrevivido las crisis económicas y políticas de las últimas décadas.
Tras la fugaz experiencia de la Renovación liderada por Cafiero y De la Sota, a partir de 1988 se sucedieron el menemismo, el duhaldismo, el kirchnerismo comandado por Néstor y el cristinismo. Sin duda, todos han tenido rasgos diferenciales; sin embargo, a menudo se ha exagerado los contrastes, y sobre todo se ha pasado por alto las continuidades. Ese defecto ha contribuido a perder de vista la singular capacidad del peronismo de reconstruirse en las sucesivas etapas de la historia reciente incorporando nuevas prácticas, pero apoyándose también en los legados de las fases anteriores. En ese sentido, conviene poner entre paréntesis la recurrente tendencia de los liderazgos emergentes del peronismo a pintar a sus predecesores como enemigos; así sucedió con Menem/Cafiero, Duhalde/Menem y Néstor y Cristina Kirchner postulándose como contracara de los Duhalde. Debe advertirse que, al final, los otrora vilipendiados terminan retornando al tronco del partido y sus presuntas desviaciones concluyen transformándose en virtudes.
Sabrina Ajmechet ha señalado oportunamente que Menem le “abrió la mente” al peronismo al introducir como eje de su gestión la apertura de la economía y la reforma del Estado como pasos necesarios para superar el agotamiento del modelo Estado-céntrico. Asimismo, si bien sobre el frágil pedestal de la convertibilidad, logró inducir un cambio fundamental en las expectativas inflacionarias de los argentinos y mantuvo una conducta irreprochable con respecto a la libertad de expresión. Sin embargo, la contracara fue que sus políticas económicas, adoptando acríticamente las propuestas ingenuas del Consenso de Washington, tuvieron un doble impacto negativo que paradojalmente fue aprovechado por sus herederos.
Por una parte, las políticas de Menem/Cavallo fueron malas políticas; sus resultados fueron la destrucción de empleo, el desmantelamiento de la red ferroviaria –con la consiguiente muerte de numerosos pueblos del interior– y de empresas públicas eficientes, no sólo las ineficientes como Entel, el aumento de la deuda externa y la expansión de conductas rentísticas y las redes de corrupción. La desestatización, por ende, no generó una economía de mercado dinámica y sostenible y contribuyó decisivamente al estallido del 2001.
Por otra parte, al fracasar las políticas neoliberales se generaron pretextos para refundar el hiperestatismo y expandir la posibilidad de colusión público-privada, que con Menem habían estado vinculadas al one shot de las privatizaciones, y fueron ampliadas por los Kirchner a través de las obras públicas. Asimismo, el socio de Menem, el vicepresidente y gobernador bonaerense Duhalde, refundó el peronismo en el Gran Buenos Aires al estar asociado a reformas y transformaciones que cambiaron el mapa social del conurbano.
Se produjo así una metamorfosis decisiva de la política nacional. Primero, junto a su esposa Chiche, quien se desempeñó como presidenta del Consejo de la Mujer y del de Familia y Desarrollo Humano, fue el principal gestor de la creación y articulación de planes sociales distribuidos clientelarmente, como el Plan Vida y el Trabajar, que implicaron multiplicar un nuevo tipo de asistido al que se le exigía lealtad en el voto y “buen comportamiento”. Muchos trabajadores públicos transitaron por una breve etapa de cuentapropistas para transformarse finalmente en desempleados que perdieron su fuente de ingresos y su dignidad.
Segundo, se aceleró el crecimiento demográfico de los distritos del GBA –La Matanza aumentó de poco más de un millón de habitantes en 1990 a dos millones y medio treinta años después–. Y en tercer lugar, se eliminó el colegio electoral para la elección presidencial lo que, en conjunción con el crecimiento demográfico ya señalado, llevó el peso electoral del GBA del 16% al 26% del total nacional.
El ascenso de Néstor Kirchner a la presidencia introdujo dos novedades trascendentales. Una, de carácter ideológico: la defensa de los derechos humanos de las víctimas de la dictadura militar –lo que constituyó una novedad para el peronismo– y el rescate de rasgos centrales del folklore setentista, como la crítica a “los poderes económicos concentrados” y la adhesión a una “patria grande” latinoamericana.
La segunda novedad, que fue la piedra basal del pensamiento de Néstor, se apoyó en una visión extrema de realismo político en la cual dinero y poder aparecían inextricablemente entrelazados. Kirchner imaginaba una trayectoria que practicó desde Río Gallegos hasta la Casa Rosada por la cual el acceso al gobierno por la vía electoral llevaba a la apropiación paulatina del Estado y, finalmente, permitía la creación de una nueva clase propietaria en la cual familia, amigos, empleados y empresarios cooptados figuraban prominentemente.
En realidad, esta vía no llevaba a la construcción del socialismo, término caro a Chávez que, en verdad, Néstor nunca utilizó. El resultado fue una fusión de lo público y lo privado cercana al modelo sultanístico conceptualizado por el español Juan Linz, si bien respetando las normas de la democracia electoral. Como es sabido, la muerte de Kirchner y la posterior iniciación de juicios en contra de su familia en 2014, abrió un paréntesis que todavía no se cerró. Este paréntesis, probablemente, ha causado el aborto del proyecto de gestación de una nueva burguesía, pero no significó en modo alguno el ocaso de la creatividad política en el peronismo.
En la década reciente Cristina se ha revelado como una política innovadora dotada de capacidad de aprendizaje y de un genio táctico demostrado en el armado de la fórmula de 2019 que permitió el triunfo peronista si bien generando un bi-presidencialismo que ha licuado la gestión del Ejecutivo. Su visión, sin embargo, se expande más allá del corto plazo en dos direcciones estrechamente conectadas: la revitalización de la Cámpora a partir de 2010 que procura funcionar como un comisariato de la pureza ideológica y ocupar posiciones claves en el gobierno nacional y, de paso, desplazar a los dueños del poder territorial en los espacios subnacionales, especialmente en el Gran Buenos Aires, y la fundación de la dinastía familiar reinante a la que se refirió Randazzo, otro de los rasgos centrales del sultanismo político. Los próximos tres años nos revelarán si este proyecto cuaja.