El peronismo del 15 de noviembre
El peronismo empezó a prepararse para un aterrizaje forzoso. Las luces rojas que se encendieron en el tablero de control en las elecciones primarias del 12 de septiembre nunca se apagaron. A juzgar por el ánimo y las palabras de quienes las hicieron, las drásticas maniobras de campaña para salir de la emergencia electoral no habrían dado el resultado esperado.
En esas condiciones el oficialismo llegará mañana a una votación que decidirá bastante más que la nueva composición del Congreso. La elección permitirá saber si el peronismo entró en una etapa de decadencia, cuyos síntomas se insinuaron en las PASO en forma rotunda y sin tapujos.
"Las fracciones del peronismo prefieren atender a su realidad interna, al reacomodamiento de poder que puede ocurrir luego de las elecciones"
La negación propia del oficialismo y la sobrevaluación que el país político siempre hizo sobre las fortalezas del peronismo impidieron registrar el fenómeno antes de la votación de septiembre.
Datos sobraban: la acumulación de errores, la torpeza para afrontar soluciones de fondo, los indicadores de poder adquisitivo e inflación y la brecha cambiaria hicieron combustión con el enojo social que caracteriza a los votantes de la pandemia en todos los países.
Las previsiones del peronismo para después del domingo no pasan por minucias tales como la descomunal crisis económica y la perentoria necesidad de afrontarla. Antes, las fracciones del peronismo prefieren atender a su realidad interna, al reacomodamiento de poder que puede ocurrir luego de las elecciones, al intercambio (para no decir revoleo) de acusaciones y culpas.
El martes pasado, en el despacho presidencial de la Casa Rosada, ocurrió un anticipo de lo que vendrá. La CGT y los movimientos sociales (antes llamados piqueteros) fueron hasta Alberto Fernández para anunciarle una manifestación para tres días después de conocido el resultado electoral.
"Nunca antes en la historia hubo manifestación posterior a las elecciones; siempre se hicieron para ganar votos, no para lamentar haberlos perdido"
Lo inédito denuncia lo grave. Nunca antes en la historia hubo manifestación posterior a las elecciones; siempre se hicieron para ganar votos, no para lamentar haberlos perdido. Jamás como ahora el peronismo asumió que tiene por delante una crisis desatada por una posible derrota.
Enemigos íntimos reunidos por la desgracia, los jefes sindicales y los dirigentes piqueteros avisaron que mostrarán su poder en las calles como reaseguro de que quieren sentarse a una nueva mesa de reparto de poder. La CGT representa al país de trabajadores registrados, a cuya costa se han construido gremios fuertes con dirigentes millonarios. Las organizaciones sociales reflejan la marginación y el reemplazo de empleos genuinos por planes del Estado; sus dirigentes intermedian entre el reparto miserable y la fortuna que pone todos los meses el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación.
El apoyo al Presidente, al que imaginan derrotado este domingo, expresa el deseo cegetista y piquetero de obtener a cambio un reconocimiento y una legitimación que Cristina Kirchner nunca les dio.
Es, por lo tanto, una primera señal de una parte importante del peronismo contra la líder de la coalición en crisis. Y, en particular, para La Cámpora, la organización con la que Máximo Kirchner marca diferencias con los veteranos de la CGT y frena el crecimiento en los barrios del Movimiento Evita.
Antes y después, se trata de disputar poder y del control de las cajas del Estado.
Fernández habilitó esa señal envenenada a su mentora, en un intento claro de que tratará de evitar el zamarreo epistolar al que lo sometió en la semana que siguió a las PASO.
No es la única señal del conflicto que viene si se corrobora un resultado adverso. Los gobernadores del peronismo, con excepción de Axel Kicillof y Alicia Kirchner, retomaron una intensa conversación que replica aquellas elucubraciones en las que se metieron cuando vieron tambalear el gobierno de Fernando de la Rúa, a fines de 2001. El cordobés Juan Schiaretti, separado de ese grupo, ha vuelto a ser convocado a esas conversaciones y su nombre fue mencionado por varios gobernadores como uno de los indicados para gobernar una transición amarga y sin premios.
A ese grupo le preocupa que la caída en desgracia del dúo Alberto-Cristina derive en un avance de Juntos por el Cambio que ponga en riesgo sus hegemonías. Buscan, con singular interés, achicar los costos políticos y, si fuera necesario, negar y renegar del sometimiento al que se entregaron cuando Cristina Kirchner en 2019 reunió los pedazos sueltos del peronismo para derrotar a Mauricio Macri.
Esos gobernadores, a los que hay que sumar una nada despreciable cantidad de intendentes de partidos significativos del conurbano, han recuperado en forma repentina el sentido peronista de la ubicuidad. Hablan de racionalidad, de poner los números en orden, de acordar con el Fondo Monetario y de encauzar una especie de transición de dos años. Con o sin Alberto Fernández.
Todas estas maniobras no incluyen la reacción de Cristina Kirchner, de cuyas improntas dependió el total del oficialismo desde que proclamó por las redes sociales a Alberto como su candidato a presidente. Si se proyectara su embestida contra el gabinete, por la vía de una carta precedida de la renuncia masiva de sus hombres en ese mismo gabinete, podría concluirse que Cristina querrá ahora desalojar a Alberto o reducirlo a la formalidad de un presidente virtual.
Pero nada garantiza esa maniobra y, mientras el resto del peronismo decide si se animará a enfrentarla, la vicepresidenta guarda el secreto de su próxima jugada. Una encrucijada inevitable esconde el futuro del último gobierno peronista. Y de toda la Argentina.