El periodista, espía al servicio del ciudadano
Más allá de los formatos, lo importante es mantener vivo al buen periodismo. Para informar con la verdad y para señalar los límites de los que mandan
Se transcribe aquí parte del discurso que el filósofo y escritor español dio en diciembre pasado durante la celebración del 50° aniversario de la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (ADEPA):
Llevo más de cincuenta años escribiendo en la prensa, desde que empecé con 16 años a dirigir la revista de la escuela. Mi colegio se llamaba El Pilar, en Madrid, y la revista se llamaba Soy Pilarista . Yo la dirigía y tenía los mismos problemas que cualquier director de publicaciones. Por ejemplo, quienes debían entregar las crónicas o los comentarios nunca lo hacían; entonces, cuando se acercaba la fecha de cierre de la revista, yo comenzaba a escribir con seudónimos absurdos todo tipo de crónicas y comentarios para rellenar el número. Llegué a hacer crónicas de deportes cuyos principios ignoro por completo, como el hockey sobre patines, que siempre ha sido un enigma para mí. Prácticamente toda la revista era una especie de trabajo artesanal mío y mis compañeros lo llamaban, en vez de Soy Pilarista , Soy Savater .
Toda mi vida ha estado transcurriendo en el mundo de la prensa, en el mundo de la información. Probablemente, yo le debo a Franco haberme hecho escritor, porque cuando a los 21 años me expulsaron de la universidad, yo tenía 21 años, estaba recién casado y tenía que ganarme la vida de alguna manera, así que empecé a colaborar en medios de prensa. Yo quería colaborar como cronista hípico, que es de lo único que he sabido en mi vida, pero todo el mundo se ha empeñado en que escriba cosas de las que no sé, como filosofía y política. Así que no logro desarrollar mis verdaderos talentos, que son los de cronista hípico.
A partir de ese momento, fui colaborando siempre con periódicos y revistas. Me fui convenciendo, aunque sea una obviedad, de la importancia de la libertad de expresión como expresión de la libertad.
Quizás hay gente que, por suerte, sólo ha conocido épocas de democracia. En ellas la prensa puede ser acertada o desacertada en sus comentarios, puede ser mejor o peor, pero, si está dentro del clima de la libertad, uno puede leerla fiándose de ella. En el momento en el que tanto la prensa escrita como la radio, como todo lo demás, están manipulados por una dictadura, se convierten en una voz contra la cual uno tiene que estar. La información dictatorial es aquélla contra la que uno está, mientras que la información democrática es ésa con la cual a veces se está y a veces no, con la cual uno discute, con la cual entra en polémica, pero acepta como interlocutor.
Antes, la diferencia entre las sociedades estaba dada por el desarrollo industrial, por sus recursos. Hoy, en cambio, pasa por los que tienen información y los que no. Ésa se ha convertido en la gran diferencia entre los países, mucho más que su producto bruto o lo que ustedes quieran.
Los que hemos nacido con el olor de la tinta todavía nos levantamos por la mañana buscando el periódico. Hegel, ya en el siglo XIX, tenía una expresión muy bonita, "el diario matutino". Decía que la oración con la que se despierta el hombre contemporáneo es la que encabeza su periódico. Efectivamente, los que hemos sentido esa pasión por el diario, difícilmente nos vamos a resignar a otras formas, a otros soportes que no sean el diario impreso.
Pero el problema de fondo no es si los diarios impresos como hoy los conocemos van a sobrevivir o si van a quedar relegados a labores más interpretativas por la información online . Lo importante es que sobreviva el periodismo como tal.
El periodismo no solamente es una técnica. También es una ética y una estética. Es ética, técnica y estética de la transmisión de la verdad, de la revelación de la verdad, y eso no se improvisa.
Hoy algunos dicen que a partir de Internet hay un flujo constante de noticias y una democratización de la información. Pero el hecho es que nos llegan un montón de noticias que no sabemos de dónde llegan, ni si son fiables, ni quién las respalda o quién las da. Francamente, no me parece que sea una democratización de la información. Si las medicinas, que son vendidas en farmacias por farmacéuticos que han estudiado una carrera y, por lo tanto, ofrecen una cierta garantía, fueran vendidas en las esquinas por curanderos, ¿lo consideraríamos una democratización de la medicina? ¿O sería, en cambio, un aumento de los peligros que tiene el consumidor?
Lo que ofrece Internet no es una democratización de la noticia, sino un aumento de los peligros para conocerla y el riesgo de conocer informaciones falsas, que nos alejan de las verdaderas.
Por eso es importante mantener vivo al periodismo. Debe sobrevivir el periodismo como una técnica, como una forma de jerarquizar, organizar, distribuir, interpretar y racionalizar las noticias.
El periodismo es el arte de transmitir la verdad. Pero a partir de Pilatos todos nos preguntamos qué es la verdad. Aristóteles, en los comienzos de la ética, establecía que no es lo mismo la verdad en matemática que en historia. La verdad es, fundamentalmente, los conocimientos y la objetividad relevante en un campo determinado. Relevante en el sentido de que es lo que un ciudadano tiene derecho a exigir y puede merecer, no lo que despierta curiosidad. Todos podemos sentir curiosidad por la correspondencia de la vecina, pero eso no nos corresponde, no es la verdad en el campo de la noticia. En este sentido, la verdad es lo que el ciudadano necesita para ejercer su función de ciudadano.
El periodista es un espía al servicio del ciudadano, y todos los ciudadanos son políticos. En las dictaduras la política está secuestrada por unos cuantos que la administran por encima de todos los demás, pero en las democracias, en cambio, todo el mundo es político. Para que todo ciudadano pueda ser político, en el sentido pleno del término, necesita información. El periodista es el bastón, el instrumento, en el que el ciudadano se apoya para poder ejercer su deber, su función y su derecho como político. Por eso el periodista debe ser leal a los hechos y a la crítica honrada. Eso es lo que hay que pedirle al periodista, que sea un crítico informado y objetivo.
Sólo hay un tipo de periodista reaccionario, sea de izquierda o de derecha: es aquel que conoce la verdad y dice otra cosa. Puede ser por oportunismo, por interés, por piedad o por creer que va a mejorar las cosas. Ése es el verdadero periodista reaccionario, el que no reconoce su obligación de decir la verdad.
Nuestra profesión tendría que reconocer esa frase que el viejo Immanuel Kant, el filósofo alemán, decía: "La mentira, llaga de la humanidad". Los periodistas tienen que luchar contra esa llaga. Esa función es imprescindible y, además, está en el origen de la democracia misma. Thomas Jefferson dijo: "Si me dieran a elegir entre un gobierno sin periódicos y periódicos sin gobierno, preferiría lo segundo". Puede que no haga falta una opción tan radical, pero lo que no puede ser es un gobierno sin periódicos, como algunos quieren resolver el dilema.
No se puede elegir entre gobierno o periódicos, porque el gobierno debe reconocer, aunque sea ácida y crítica, la imprescindible marcación de cordura que establecen los periódicos. Aun los más críticos, están para ayudar al que gobierna a no volverse loco. Ésa es la función que tiene que exigir y agradecer un gobernante a los medios que, quizás, son menos complacientes. Con su crítica, marcan los límites de la cordura gubernamental, y un gobierno democrático debe ser cuerdo porque las democracias son un estado de cordura colectiva.
Lo importante es que las sociedades reconozcan el valor que tiene el periodismo, y que no piensen que hay gobiernos contra los medios de comunicación o medios de comunicación contra los gobiernos. Los medios están para marcar los límites de los gobiernos y, aunque sea lamiéndose las heridas, el gobierno está para agradecer que alguien le sirva de espejo negativo para su propia función. Así es el juego democrático, y así debe seguir siendo.
© LA NACION
lanacionar