El periodismo, una voz entre la multitud de algoritmos
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Nací el 30 de octubre de 1983. Literalmente fui noticia ese día en los medios por ser el primer bebé de la democracia. Llamalo como quieras, pero este hecho marcó mi destino. Cuando tenía 10 años, ocurrió el atentado a la AMIA y me conmovió a tal punto que escribí mi primer artículo. Ese fue el instante donde descubrí la importancia del “pensamiento crítico”, y entonces supe que iba a ser periodista. Les confieso: yo soñaba con que mi vida iba a ser como la de Lois Lane -la novia de Superman-, una superheroína que con sus superpoderes podía combatir el mal, la corrupción y las injusticias del mundo.
A mis 18 años, ya ejercía como periodista y me di un lindo baño de realidad. Intenté conservar a esa periodista que soñaba ser y librar la batalla del pensamiento racional y por sobre todo crítico, una y mil veces. Descubrí muchas cosas, entre ellas que la objetividad no existe, y sufrí bastante al enterarme de que la regla de las 5 W (qué, cuándo, dónde, cuándo, y porqué) sobre la cual se funda el razonamiento del periodismo, era parte del ser de naturaleza idílica que tiene esta mágica vocación.
En un mundo de hiperinflación de la comunicación gobernado por las redes sociales, en el que cada vez resulta más difícil discernir qué es verdad, y qué es fake news, también resulta cada vez más difícil que la voz del periodista se escuche entre la multitud. Más difícil, pero a su vez más necesario que nunca para el sostenimiento de la democracia y el pensamiento crítico.
Hay que admitirlo: el poder de las redes sociales absorbe y a su vez pone en jaque de alguna manera al periodismo. Los temas más populares se juegan en su cancha, y los periodistas somos una especie de tribuna minoritaria cuyo grito suena bajito. Les confieso: por momentos me invade un miedo, y no suelo tener miedo. Me preocupa que la voz del periodista se pierda, baje tanto de volumen al punto de tornarse casi imperceptible.
En la actualidad, el ámbito con mayor impulso dentro de la filosofía moral es sin duda el de la neuroética. Allí me encontré con el filósofo Jonathan Haidt y su propuesta del Intuicionismo social, que desarrolló en el artículo The Emotional Dog and its Rational Tail. Haidt postula que vivimos en una realidad sesgada por nuestra educación, por nuestras creencias, por nuestras ideas previas sobre algo. Según él, el juicio moral se basa principalmente en procesos automáticos (intuiciones morales) más que en razonamiento consciente.
Las personas no buscamos la verdad, sino reafirmar nuestras propias opiniones y por eso los grandes temas del mundo como la política, el feminismo, el deporte o la religión dividen hasta a la gente más racional.
Si a los periodistas -que no somos más que seres humanos- y a los seres humanos en general, nos cuesta muchísimo cambiar de opinión y atendemos mucho más a las ideas que ya confirman nuestras ideas previas que a todo aquello que confronte nuestras creencias, entonces: ¿No es más relevante que nunca que predomine nuestro pensamiento crítico, en un mundo donde el liderazgo lo tienen las redes sociales y el poder de los algoritmos; un lugar donde la verdad es de todos y a su vez de nadie?
Vivimos en un mundo en el que el presidente de la mayor potencia mundial puede poner en jaque la asunción de su sucesor (electo por votación democrática) con apenas un tuit. Estamos obligadamente dentro de las redes sociales, pero no somos lo mismo. Nuestra voz no vale lo mismo. Hagamos valer nuestro rol para dar lugar a la reflexión, la visibilización y la búsqueda de información veraz.
No digo nada nuevo: las redes sociales hoy son la cancha donde se juega el “rechazo a las ideas diferentes”. Creo que la democracia requiere diferentes instituciones con sus propias reglas, prácticas y obligaciones morales. Lo que hicieron las redes sociales es borrar las fronteras que distinguen la práctica del periodismo de lo que no lo es. Si todos son periodistas, entonces nadie lo es. De manera tal que todo el mundo está expuesto al juego dominante de la política. Las redes sociales envuelven al periodismo en un juego sin reglas.
Cuando los periodistas somos recompensados por clicks, terminamos apuntando al escándalo y la emoción. Los “me gusta y la cantidad de seguidores” son la vara de la aceptación social, inclusive de nuestro trabajo. Cuando en verdad la función del periodismo es ejercer una función social, es ser un organismo independiente encargado de sostener la democracia. No competimos por likes, por gustar, en todo caso competimos por descubrir la verdad. Ahora somos cuestionados como parte del todo, estamos dentro del juego sin reglas. Hay que salir de ahí, para no acabar desapareciendo entre la multitud.
Lo que sucede con la tecnología no es casualidad. Todo es un algoritmo y todo en internet es gratis para los usuarios pero ¿cuál es el precio que pagamos? Cuando el producto que todos venden es tu atención, todos compiten por lo mismo: por nuestra atención.
Basta con mirar alrededor para volver a decirnos que el mundo nos necesita. Basta con observar la crudeza de las imágenes del estallido social en Colombia en las últimas semanas. La militarización de las calles. La democracia puesta en jaque, una vez más, en Latinoamérica. Vivimos en un mundo que sigue de cerca las noticias sobre la producción y adquisición de las vacunas que pueden salvar millones de vidas de las garras del Covid-19. No perdamos el foco de la información que esas millones de vidas necesitan para seguir simplemente viviendo. Este mundo extremo nos necesita más que nunca.
Si todos son relevantes, entonces nadie lo es. La batalla de volver a poner al periodismo por fuera de la cancha ruidosa que son las redes sociales, y recuperar su independencia y protagonismo es difícil de ganar. Pero eso no significa que no sea una batalla que merezca la pena luchar, ya que es la única manera en la que seremos libres.
Periodista, Fundadora y CEO de NINCH Communication Company y titular de Cátedra de Licenciatura en Publicidad de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora