El periodismo, sostén de la democracia
En momentos en que los sistemas democráticos enfrentan múltiples desafíos, la prensa responsable se afianza como condición indispensable para la salud de la república y el pluralismo
El siguiente texto es una versión abreviada del discurso que el autor ofreció el 7 de junio pasado, Día del Periodista, durante la ceremonia en que la Academia Nacional de Periodismo lo distinguió con el premio Pluma de Honor 2016 en reconocimiento a su trayectoria académica y a su defensa de los valores republicanos
Debo decir que no entiendo la libertad de prensa sin el complemento de un periodismo responsable. Y un periodismo responsable es aquel que es independiente de todos los poderes, sean éstos políticos, económicos, religiosos o sindicales. Un periodismo responsable, también, se impone a sí mismo una regulación ética. Un periodismo responsable no acepta confundirse con una expresión reducida exclusivamente al espectáculo, a la manipulación de imágenes que, más que razones y argumentos, reproducen instintos y pasiones. Un periodismo responsable adhiere al ideal ilustrado de la educación: la educación que compete a los medios de comunicación de carácter privado –hablar bien, escribir bien, más allá de las modas y de la obsesión por el rating– y la educación que irrenunciablemente compete a los medios públicos, que deben guiarse por criterios de respeto recíproco a las voces múltiples de nuestra cultura. Un periodismo responsable es aquel que adhiere al ideal del gobierno de la ley: si contamos con buenas constituciones, una estricta separación de poderes y un Poder Judicial eficaz y efectivo, entonces tendremos mejor periodismo y, por ende, mejor comunicación.
Pero el contexto en el cual se desarrolla el arte de la comunicación se ha degradado en los últimos años. Distintos datos confirman que se están modificando las relaciones humanas en nuestro planeta. Uno de ellos tiene que ver con el ascenso de una nueva civilización basada en la mutación tecnológica.
Estos cambios están afectando la vida de las democracias maduras en Europa y en los Estados Unidos, y la vida de las democracias en transición de América latina. Estamos, en rigor, caminando entre dos tipos de sociedades. Hace medio siglo se había consolidado la sociedad industrial, creadora de empleo y trabajo, dotada de capacidad fiscal, con fuertes partidos políticos que representaban a la ciudadanía. Hoy está emergiendo un tipo de sociedad globalizada cuyas transformaciones tecnológicas expulsan por ahora mano de obra, interpelan a los regímenes de trabajo establecidos, debilitan la fiscalidad, provocan crisis financieras, fragmentan los partidos y exigen ajustes en la estructura del Estado.
Uno de los resultados de estos cimbronazos es la corrosiva difusión del resentimiento. Un resentimiento al principio sordo y ahora decididamente manifiesto que se expresa a través de nuevos movimientos políticos que impugnan a los partidos tradicionales, los derrotan o los ponen a la defensiva.
Así, si por un lado las redes sociales potencian la libertad y convierten al tradicional consumidor de noticias y opiniones en productor y creador de su propio universo comunicacional, por otro lado este ascenso de la libertad, lejos de aplacar el ánimo autoritario del poder, lo ha reforzado en distintos puntos del planeta.
Convengamos de entrada en que, mientras en la primera década del siglo XXI las economías maduras se estancaron y sufrieron en carne propia la crisis de 2008, en otra parte del mundo, en las llamadas economías emergentes, la última década fue, en efecto, la del crecimiento y la del viento de cola que soplaba fuerte desde el mundo asiático. Pero mientras este fenómeno generó en el corto plazo un escenario de abundancia, consumo e inclusión de sectores sociales anteriormente postergados, las nuevas experiencias políticas acogieron el renacimiento de tradiciones proclives al control de la prensa y de las libertades.
Este acople de las novedades positivas de la globalización con unas utopías regresivas ancladas en tradiciones hegemónicas abrió en América latina un recio contrapunto. La riqueza recientemente adquirida se confundió en el plano político con tradiciones que conservaban vivos el apetito hegemónico del poder, la corrupción patrimonialista que concibe al Estado como una entidad al servicio de intereses particulares y una concepción acerca del pueblo soberano reducida a su permanente adscripción a liderazgos personalistas. Uno de los sectores que más sufrieron esta fórmula, que mezclaba la abundancia del presente con las hegemonías del pasado, fue el de los medios de comunicación independientes.
Las consecuencias de esta historia de diez años están a la vista: lo que antes fue derroche hoy es estancamiento y recesión; los que antes emergían como liderazgos renovadores, atentos a las demandas populares, son ahora ejemplo de los excesos a que puede conducir el afán de enriquecerse apropiándose de los recursos del Estado. En todo caso, mientras las economías se estremecen y procuran reformarse, y la política transita sin cesar por los pasillos de los tribunales, está creciendo entre nosotros la sombra de la ilegitimidad de las instituciones.
Podríamos sugerir que a nuestros países los recorre un sentimiento compartido de desconfianza hacia las instituciones –sean éstas políticas o económicas– y una sensación, también compartida, de que se ha perdido el rumbo ético sin el cual una democracia republicana puede derrumbarse corroída desde adentro. ¿Qué han hecho los medios de comunicación independientes en este trance? Han hecho lo que en primer lugar les correspondía; es decir, rasgar el velo de lo oculto, desenmascarar, mostrar, en definitiva, lo que ocurre. No tuvieron más alternativa estos medios que soportar y resistir sin claudicar.
En una declaración hecha pública hace pocos días, esta academia hizo "una apuesta por el pluralismo, una cualidad sin la cual el periodismo de calidad no es posible". Tal cual lo entiendo, el texto es una invitación al reencuentro en un período turbulento, aquí y en América latina, en el que parecería que las democracias republicanas sobreviven en el borde de la legitimidad.
Nuestra sociedad siempre ha sido plural al influjo de la inmigración y de los grandes ciclos de participación e inclusión democrática. Pero esa pluralidad de voces, estilos y maneras de ser ha generado en el plano político un pluralismo negativo más que un pluralismo positivo. El pluralismo negativo traduce nuestra aptitud ciudadana para decir que no, para fijar límites y desplazar pacíficamente a los gobernantes y sustituirlos por otros. El pluralismo constructivo es, en cambio, una tarea colectiva aún pendiente. Reconociendo las diferencias, el pluralismo constructivo propondría dar un paso adelante sobre los temperamentos agresivos, intolerantes y divisionistas. ¿Es esto posible en un territorio cruzado por la dura, inclemente experiencia de las desigualdades, las corrupciones y una economía maltrecha?
El desafío hoy consiste en acumular legitimidad en las instituciones para tener mejor política, mejor justicia, mejor legislación, mejor economía y, como resultado de ello, una sociedad más igualitaria e inclusiva. No es tarea de un día y en este empeño los medios de comunicación tienen mucho que decir. Como sugerimos al comienzo de estas palabras, los medios de comunicación no pueden ser servidores del príncipe de turno y tampoco confidentes excluyentes de sus intereses. Ni obsecuencia ante el poder ni interés propio como único norte de conducta.
El periodismo responsable está plantado en esta encrucijada de la historia en la cual –insisto– el camino más digno para desembarazarnos de estos desajustes e incertidumbres es la renovación de las conductas que tengan en mira combinar la democracia con la república y el pluralismo. De este modo, con las piezas dispares de nuestras pasiones e intereses deberíamos levantar áreas de convivencia razonable mediante el uso de la razón y, por tanto, de argumentos razonables.
Sé que podría sonar utópico, pero ésta es una lección que extraje hace ya más de medio siglo de la lectura de un texto de Raymond Aron. Recomendaba Aron no exagerar: denunciar cuando había que denunciar; criticar cuando había que criticar. Para él, espectador comprometido del siglo XX, estaba "prohibido reflexionar acerca de lo deseable independientemente de lo posible". Hoy podríamos decir, en el mismo sentido, que está prohibida la pereza para adaptarse a la civilización que asoma tras las transformaciones tecnológicas en curso.
Pero esta adaptación, necesaria en sí misma, poco valdría si no rescatara antiguas lecciones éticas y comprendiera la ambigüedad del progreso técnico: un progreso que nos puede conducir, como tantas veces aconteció en la historia, a la libertad o a la servidumbre. Volvemos pues a lo mismo. Dependerá de nosotros mantener el rumbo de la libertad y reconstruir, una y mil veces si fuese necesario, la trama de nuestra cultura cívica.