El periodismo frente a Perón y la tradición peronista
La posibilidad de promover un cambio social sostenible depende de que nuestras fuerzas políticas principales coincidan en la valorización de las instituciones democráticas; un indicador clave es su relación con la prensa profesional
- 7 minutos de lectura'
Desde que se inventó, el peronismo se casó y divorció varias veces del periodismo profesional. Es una relación picante que pasa veloz del amor al odio. El peronismo nació en la vereda opuesta de los grandes diarios, que eran entonces el núcleo del periodismo profesional. Cuando Juan Domingo Perón inició su carrera política, era amable en público con esos diarios pero hostil en privado. Sabía que los tendría en contra, pero no atacó desde el primer día. Estaba acaparando fuerzas.
“No lea y recomiende a sus amigos que no lean los diarios traidores”, pedía la logia militar que encumbró a Perón desde junio de 1943. Esa misma práctica cautelosa tuvo el general después de ganar las elecciones de 1946 y 1973. En la campaña electoral de 1946 había acusado a los diarios de ser grandes enemigos, pero una vez que ganó repuso la sonrisa amable; hasta que empezaron a surgir las dificultades económicas en ambos mandatos, cuando volvió a orientar sus críticas públicas hacia los diarios.
En 1947, antes de cumplir un año de su primer gobierno, ya se refería a la prensa como su “cuarto enemigo”, después de “oligarcas”, “políticos” y “comunistas”. Y en 1974 –también antes de cumplir un año, de su tercer mandato– empezó a acusarlos de atentar contra el pacto social que promovía su gobierno. Quizá su muerte frenó lo que hubiera sido una nueva campaña crítica contra el periodismo profesional.
Dos semanas antes de morir, dijo irritado en una reunión con dirigentes de la CGT: “No hay día en que en un diario no aparezca una cosa catastrófica en primera plana. Hasta los chistes que se hacen en televisión son siempre intencionados, pero intencionados en contra, nunca intencionados a favor del gobierno. Es decir que aquí hay un proceso armado y, probablemente, proyectado para traerle perturbaciones al pacto social, especialmente”.
El general Perón fue gran esgrimista, boxeador y un profesor de historia de la guerra que, según su relato, participó desde 1922 en la elaboración de todos los planes de operaciones del estado mayor, por lo que iba y venía como un profesional del conflicto. Él se jactaba de eso: “Conozco muy bien los métodos de acción porque soy un hombre que desde los catorce años he sido educado en la lucha, de modo que no ignoro la lucha ni la temo. Observo y comprendo no solo las primeras intenciones, sino que también alcanzo las segundas y las terceras”.
En sus primeros dos mandatos con esos “métodos de acción” Perón casi liquida al periodismo profesional. Y no atacó solamente a “la prensa de la oligarquía”, sino a todo medio que no le fuera afín. Podemos decir que su valoración del periodismo profesional era nula. Como otros autoritarismos de la época, contraponía el periodista trabajador, dando beneficios evidentes con el Estatuto del Periodista, al periodista profesional, convirtiéndolo en lo que los italianos llaman un giornalista dimezzato (periodista por la mitad), al que el control político anula su autonomía. Se vacía su labor profesional, pero se le paga mejor.
Por supuesto, cuando Perón no estaba en el poder redescubría el valor democrático de las libertades periodísticas. En esa situación, como lo hacen hoy los grupos más extremistas, son todos liberales y tienen gran habilidad para generar escándalos para exigir garantías y libertades que los autoritarismos suprimen cuando gobiernan. En la doctrina de Perón los medios eran un poder para ser controlado. No había un respeto doctrinario a la autonomía de una institución clave del espacio cívico. De hecho, en el interior de la prensa propia la disciplina también debía respetarse. En una carta de 1958 Perón ordenó: “Los órganos de prensa del peronismo, por estar encuadrados en la disciplina del movimiento, al servicio de sus tácticas y de su estrategia, son identificados como voces dirigentes y, por lo tanto, se los considera vehículos de las directivas de los organismos superiores”.
Desde 1963, Perón expandió su popularidad como un outsider de la clase política local, con un perfil moderno, en contraposición, primero, al presidente Arturo Illia y, luego, al general Juan Carlos Onganía. Las cada vez más importantes revistas argentinas mandaban a sus principales periodistas, quienes tenían largos diálogos en Madrid. Sus competencias comunicativas siempre fueron excepcionales, por lo que el resultado solía ser que caían en el campo magnético de Perón y la entrevista diseminaba su capacidad de seducción.
Cuando, en abril de 1971, un enviado del presidente Alejandro Lanusse fue a negociar una salida política a Puerta de Hierro, le comentó a Perón que le habían consultado si convenía pasar una entrevista por televisión y radio que le habían hecho en 1965. Se pensaba como una señal de apertura. Pero el coronel Francisco Cornicelli le confesó, ante las risas de Isabel y López Rega, que observaban, que él recomendó no transmitirla “porque estuvo tan simpático en esa oportunidad que casi me convence”. “Si lo pasamos llena la Plaza de Mayo enseguida”, dijo Cornicelli.
Perón disparaba sin parar desde Madrid; como le dijo al periodista Miguel Pérez Gaudio, de la publicación cordobesa Aquí y Ahora: “Mire, Miguel, nunca lo olvide: el arma más segura es la escopeta”. En su relación con el periodismo, Perón aplicaba las categorías de la guerra. No era el mismo discurso cuando estaba en una ofensiva estratégica que en una defensa estratégica, en un ataque convergente o una ruptura estratégica. El discurso es en la política una de las acciones guerreras principales, por lo que el conductor la usaba de acuerdo con su plan de batalla. Pedirle coherencia en el discurso era exigirle que se atara a una táctica.
Además, lo hacía con flexibilidad: “Pega, pero escucha”, decía Perón citando a Licurgo, el legislador de Esparta, quien era un gobernante histórico muy citado por él. La ambigüedad y el engaño son mellizos, y tanto la historia militar como la política se nutren de ellos. En el Museo Histórico Nacional, en Parque Lezama, está la grabadora Grundig TK23 que usaba Perón para mandar mensajes desde Puerta de Hierro. Esas cintas circulaban en los laberintos partidarios en una partida de ajedrez que lo devolvería al poder en marzo de 1973.
La clave de su relación con el periodismo es que Perón nunca vio a la democracia liberal y su división de poderes como una fuerza transformadora; al contrario, pensaba que sus instituciones centrales –entre ellas, los medios– eran defensoras del statu quo más que promotoras del cambio social. Esa era una “democracia estática”, como dijo en su campaña de 1946. Esa visión no la inventó él, pero sí contribuyó a cristalizarla y ayudó a que esa idea tenga persistente y anacrónica actualidad.
Siempre hubo sectores del peronismo que valoraron el equilibrio de poderes y la prensa como parte necesaria del progreso social: desde aquellos peronistas originarios influenciados por el laborismo inglés y Harold Laski hasta la propia renovación peronista y el Frepaso, que se presentó en 1995 con José Octavio Bordón y Carlos “Chacho” Álvarez. Además, el modelo alemán de posguerra fue siempre inspirador para el peronismo, desde Perón en Madrid citando a Ludwig Erhard hasta las menciones de Cristina Kirchner, pero nunca rescataron la dimensión liberal de ese modelo. Hoy los peronistas que creen en el liberalismo político están en otras fuerzas políticas, o en el Frente de Todos con un perfil más bajo ante el actual liderazgo kirchnerista, que es más cercano a las prácticas antiliberales de Perón.
Ahora el peronismo es una tradición histórica transversal, como lo son el radicalismo, el socialismo, el liberalismo o el conservadurismo, y todas en su interior tienen corrientes más favorables y otras menos hacia el periodismo profesional. Son transversales porque la misma puede nutrir a varias fuerzas políticas. De hecho, hay radicales, conservadores, peronistas y socialistas de los dos lados de la grieta, y también por fuera de ella.
Por eso, a dos siglos de nuestra construcción democrática, la posibilidad de promover un cambio social sostenible depende de que nuestras fuerzas políticas principales coincidan al menos en la valorización de las instituciones democráticas, y uno de los indicadores claves es su relación con el periodismo profesional.
Profesor de Periodismo y Democracia de la Universidad Austral