Reseña: Nada de nada, de Hanif Kureishi
El paso de los años, según el retrato de Hanif Kureishi
El territorio que ocupa en la literatura inglesa Hanif Kureishi (1954) demarca un buen panorama de los cambios afianzados en ese país durante los últimos treinta años. En principio, ¿hubiera sido imaginable una vejez privilegiada como la que se describe en Nada de nada para los mismos exasperados descendientes de paquistaníes que Kureishi retrató en Mi hermosa lavandería (1985) o El buda de los suburbios (1990), angustiados por integrarse a una sociedad liderada por Margaret Thatcher?
Tal vez la respuesta esté en Intimidad (1998) o Algo que contarte (2008), novelas en las que los dramas identitarios no eximen a nadie de los obstáculos (ni los provechos) de una vida abandonada a los rigores de la libertad. Que el actual alcalde de Londres se llame Sadiq Aman Khan y sea, al igual que Kureishi, descendiente de paquistaníes, vuelve más elocuente esta nueva realidad, donde los desenlaces no siempre son pesimistas. En otras palabras, quienes esperen historias de discriminación entre los inmigrantes que hoy pelean por su futuro en Londres podrán encontrarlas, de a ratos, en las páginas de Zadie Smith (cuya madre es jamaiquina), pero no en las de Nada de nada. Para Kureishi, como dejó a la vista su novela anterior, La última palabra, el sufrimiento ya no tiene que ver con las dificultades económicas de la pálida opresión poscolonial, sino con convertirse "en un viejo mono metido en una jaula que ni siquiera puede escupir a los invitados".
La premisa de Nada de nada es simple: puede que con la edad el deseo sexual decline, "pero la libido, como Elvis y los celos, nunca muere". Esta es la revelación que, además de asaltar al anciano Waldo mientras pasa sus días y sus noches rodeado de las reliquias de un pasado glorioso como cineasta y oye los jugueteos cada vez menos clandestinos de su esposa Zee con su amigo Eddie, lo coloca en una notable tradición de "machos en extinción". Enfermo, en silla de ruedas y sexualmente inútil, Waldo podría ser un pariente lejano del libidinoso octogenario David Kepesh en El animal moribundo, de Philip Roth, o del excitado minusválido J. C. en Diario de un mal año, de J. M. Coetzee. Frente al destino último de la virilidad, el horror es tan parecido que cualquiera podría haber dicho lo que dice Waldo: "El progreso es la derrota de los tabúes. Y sin embargo, por mucho empeño que uno ponga, es imposible desentrañar el sentido del sexo".
Nada de nada, sin embargo, se distancia del trágico pragmatismo sexual de Roth y Coetzee cuando sin esperanzas de revertir lo irreversible, Kureishi transforma la derrota física en una batalla psíquica en nombre del amor. "El logro de amar a una mujer significaba para mí más que cualquier otra cosa", recuerda Waldo mientras su esposa lo engaña a pocas paredes de distancia. Y ese es un logro que, al menos para evocar "lo cerca que podía llegar a estar de una mujer", aún cree que puede defender ante un rival como Eddie, "un traficante de futuros y esperanzas que, además, es un maestro del arte del cunnilingus".
Al otro lado de esta batalla emerge la voz de Zee, una elegante dama pakistaní que ama a Waldo por lo que fue mientras "era un terremoto", pero también porque la rescató de un matrimonio infeliz y se hizo cargo de sus hijas. Aun así, le cuenta Zee a su amante, "a los cincuenta me convertí en su cuidadora, sentada al lado de ese pene en silla de ruedas?".
Aunque en la prosa de Kureishi predominan el humor y la fuerza cruel de la observación ("me desagrada la gente fea cuando no me produce lástima", dice Waldo al filmar a Eddie), la manera en que cada parte de este triángulo asume su papel no se desentiende ni del suspenso de la venganza ni de las severidades de la violencia. "Cuanto más difícil es el amor, más es amor, ¿no es así?", piensa Waldo. Mientras tanto, cada cual quiere del otro algo distinto. Pero es Waldo, el furioso artista de la imaginación, quien al tanto de la frontera frágil que lo separa de la muerte parece dispuesto a arrastrarlos hasta las últimas consecuencias. Al menos, dice, "para no parecer un idiota".
Nada de nada
Por Hanif Kureishi
AnagramaTrad.: Mauricio Bach. 179 páginas /$ 365