El pasado del peronismo sigue estando presente
La “platita”, las heladeras y la comida preelectorales, en la tradición de las citas de Eva con el “pueblo”
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En la sede de la antigua Secretaría de Trabajo y Previsión, Eva Perón solía recibir interminables colas de pobres. Esas bulliciosas citas con el “pueblo” eran una mezcla de patetismo y grotesco, carnavalada y devoción popular. Entre el tumulto de la multitud ansiosa por llegar hasta ella, Eva recibía detrás de un imponente escritorio atiborrado de carpetas y aparatos telefónicos, alrededor del cual se afanaban bandadas de fotógrafos y operadores cinematográficos, secretarios y funcionarios a la espera de sus órdenes y decisiones. Cada ministerio, recordó complacido un colaborador, nombraba un delegado ante Eva, cada uno con su lista de empleos públicos. Para algunos se revelaba así el infinito amor de Eva a “los humildes”. Para otros era una cínica representación: Eva aprovechaba sus necesidades para comprar votos y ensalzar su gloria. “Pan y circo”, comentó un testigo. “Un inmenso valle de Josafat”, según otro. “Vi un hombre llegar desesperado hasta Eva y recibir de ella una vivienda y un empleo en la industria del cine”, contó asombrado un diplomático.
La historia peronista está llena de episodios similares, comenzando por la gestión de la Fundación Eva Perón, por su fastuoso despegue mientras la economía del país se hundía. Una cosa es cierta: Eva “resolvía” así una gran cantidad de casos. Pero lo hacía disponiendo a su placer de lo que no le pertenecía: la riqueza pública que, se supone, debería asignarse con criterios de imparcialidad, transparencia, universalidad, competencia.
Cuando invité a un célebre peronista a discutir mi biografía de Eva Perón que contiene este pasaje, me espetó: ¡bien escrito pero ficticio! Como si se tratara de una novela y no de la realidad desnuda, conocida por cualquiera que haya rebuscado en archivos históricos, hojeado viejos periódicos, recogido recuerdos y testimonios. Sin embargo, no, muchos peronistas creen que es verdadera la historia que inventaron e inventada la historia como fue: un caso típico de “invención de la tradición”, según la fórmula de un famoso historiador. Hagiógrafos y apologistas escribieron los evangelios peronistas transformando la impureza de la historia en relato providencialista. Ejércitos de apóstoles los predicaron en escuelas y universidades, barrios y sindicatos. Generaciones de militantes los adoptaron como su fe y la transmitieron.
¿De qué sorprenderse? Así nacen, crecen y se difunden todas las religiones. ¿Por qué no las religiones seculares como la peronista? Crecí en una familia comunista, sé de lo que estoy hablando. Así la oruga se convierte en mariposa, el clientelismo en “justicia social”, el paternalismo en “caridad cristiana”, el patrimonialismo en “estado de bienestar”, el asistencialismo en “proyecto nacional”, el pobrismo en “modernidad”. A veces me asombra lo desconocida que permanece la historia del peronismo. Especialmente para los peronistas.
Pero, ¿por qué recordar esta vieja historia? ¿Por qué remover el pasado? Por dos razones. La primera es que el pasado está presente. Mutatis mutandi, el espíritu y las técnicas del desesperado intento del Gobierno de enderezar el barco escorado por las PASO, no son diferentes de aquellos de Eva. ¿Qué más son la “platita” evocada por un dirigente, la “maquinita” para imprimir dinero, las heladeras y la comida preelectorales, los trucos contables y la finanza alegre? “Ustedes los europeos no pueden entender”, me dicen siempre. ¡Me muero de risa! Todavía recuerdo, en mi infancia, las elecciones en ciertas partes de mi país: un zapato antes de la votación, el otro después. Por otra parte, es obvio: si no se asume el pasado, ¿cómo corregir sus abusos? Si es perfecto, ¿por qué no repetirlo? Si es divino, ¿cómo no celebrarlo? Al menos Eva Perón pudo despilfarrar los frutos de una coyuntura afortunada y décadas de crecimiento vertiginoso, edificar el mito peronista dejando la factura a las generaciones futuras. ¿Pero hoy? Estamos en el ilusionismo, en fingir que se distribuye falsa riqueza. Cuando se invierte el lema: la historia que al principio fue farsa, se repite como tragedia.
Sin embargo, hay una segunda razón para revivir ese pasado turbulento. Y se trata de la propia naturaleza del peronismo. Cada vez que señalo la matriz cristiana e hispánica de la visión peronista del mundo, se levanta un coro de protestas: ¡qué va! ¡De qué pobrismo habla! ¡El peronismo fue clase obrera, movilidad social, modernidad! Mucho más moderno que el fascismo, me fulminó un día un gran experto, tal vez a oscuras acerca de que el fascismo nació en Milán, que Milán era el corazón industrial de Italia, centro neurálgico del Imperio habsburgo durante siglos. Pero todo esto es cierto a medias, es confundir la parte, los trabajadores, con el todo, el peronismo; la base social, los obreros, con la cultura, impregnada de cristianismo católico; lo transitorio, la fase de industrialización, con lo permanente, el sistema de valores y creencias. Debe ser por esto que el peronismo les resulta más descifrable a los teólogos que a los sociólogos, a los sacerdotes que a los politólogos.
En primer lugar, aunque sea un deporte popular, identificar al peronismo con los obreros es parcial, por lo tanto engañoso. Este fue el caso en las áreas industriales, pero ¿qué pasa con el resto del país? ¿Con los feudos provinciales? ¿El triunfo peronista podría tener otro origen? Las obras de Samuel Amaral son esclarecedoras al respecto. En segundo lugar, la clase trabajadora no es un sujeto igual en todas partes, depende del contexto histórico y cultural en el que se forma. El laborismo inglés, por ejemplo, se desarrolló dentro del liberalismo y nunca se opuso al capitalismo; el argentino se unió a un movimiento que los combatió a ambos y se inspiró en la doctrina de la Iglesia: ¡vaya diferencia! No sociológica, ciertamente cultural.
Esto aconseja mayor cautela cuando se afirma que siendo obrero, el peronismo no nació pobrista. Una cosa no quita la otra. Siempre que aclaremos qué es el pauperismo. El cual no es, trivialmente, el sueño de la pobreza universal. Más bien, es un horizonte ético que eleva al pobre a arquetipo de virtud, y por tanto lo cuida como a un menor para ser “dignificado”; es una mentalidad anti-empresarial que en la prosperidad ve el pecado, en el comercio el egoísmo, en el dinero la corrupción moral. Sé bien que el peronismo no se reduce a eso, que la expansión de su base “plebeya” ha acentuado estos rasgos. Pero el recuerdo de Eva y su accionar demuestra que el pobrismo lo impregna desde el principio, es un rasgo genético de su matriz cristiana, un elemento clave de su “cultura”. Tanto es así que su base obrera ya no está, o ya no es la que era, pero en las barriadas todavía se reza Santa Evita, en las provincias todavía se bendicen a los líderes feudales, en la Casa Rosada todavía se pide la ayuda de Dios.