El pasado, con la intensidad de un sueño
Los efectos de una relectura son siempre distintos a los del primer encuentro con un libro. A veces las páginas pierden poder de persuasión, otras se potencian. Un párrafo que nos parecía luminoso hoy se vuelve pálido y un pasaje secundario, central. En ocasiones ocurre que los mismos libros, en un sentido material, varían. En el caso de Walter Benjamin (1892-1940), que a su muerte dejó una larga cadena de manuscritos dispersos, parece ser una constante porque muchas de sus obras son minuciosas reconstrucciones de sus editores, y cualquier hallazgo, por ínfimo que sea, obliga a las reevaluaciones.
La reciente aparición de una versión argentina de Infancia en Berlín hacia 1900 (editada por El cuenco de plata) deja a la luz esa cualidad mutante. El libro es el mismo y, a la vez, otro. La edición, ineludible, se basa en el llamado "manuscrito de última mano", el último (hay otros tres) que Benjamin dejó en la Biblioteca Nacional de Francia, antes de su abrupta partida de París en su frustrado intento de escapar a Estados Unidos. ¿En que varía? Algunos textos reemplazan a otros y el orden se altera levemente. El volumen, para fortuna del lector, suma además en un apéndice los textos faltantes. También incluye Crónica de Berlín (hasta ahora aparecía perdida entre los Escritos autobiográficos), núcleo evidente del cual surgió el proyecto de Infancia?
El resultado del conjunto (en el que hay que contemplar la precisión del cuerpo de notas) hace del libro ya conocido una experiencia novedosa. Infancia? está compuesto de textos en que Benjamin vuelve la mirada hacia sus primeros años. Son breves piezas fragmentarias y rapsódicas. Como sugiere Jorge Monteleone, a cargo de la edición, el recuerdo de Benjamin -a diferencia del de Proust- funciona a modo de breves relampagueos. "No es el tiempo suspendido en la ensoñación lo que lleva al pasado -anota en el prólogo-, sino el pasado que irrumpe actualizado en el despertar del presente y cifrado en la imagen del recuerdo". El escritor rememora el uso casero del teléfono en los albores del siglo pasado, su animal preferido del zoológico (la nutria) o una tarde invernal de una Berlín que ya no existe y con esas visiones crea, contra la cronología, sus alucinadas postales de coleccionista. Hay algo más, contra todo. Benjamin no sólo habla de su infancia. También le ofrenda al lector -un encanto lateral, íntimo de estos escritos- un método para salir en busca de su propia "imagen dialéctica", a "vivir el pasado con la intensidad de un sueño". Tal vez por eso, porque invita a la permanente revisión de uno mismo, la lectura de Infancia en Berlín hacia 1900 -ayer hoy o mañana- nunca puede resultar igual.