El papel de la tecnología en el aula
En las últimas dos décadas, los gobiernos de América Latina y el Caribe han dedicado una parte importante de sus presupuestos educativos a equipar sus escuelas con computadoras y laptops. Inicialmente se argumentó que estas tecnologías iban a cerrar la "brecha digital" entre individuos de bajos y altos recursos; a "disruptir" el proceso de aprendizaje, otorgándole mayor autonomía al estudiante y convirtiendo al docente en un facilitador, y a mejorar el aprendizaje estudiantil, no solo en habilidades tecnológicas, sino también en materias como matemática y lectura. Estas políticas fueron altamente populares, alentadas por múltiples imágenes en los medios masivos de niños de contextos vulnerables recibiendo computadoras, acompañados por políticos en campaña.
Sin embargo, varias evaluaciones de impacto rigurosas -aquellas diseñadas para medir fidedignamente el efecto causal de estos programas- han demostrado en repetidas ocasiones que la provisión de este equipamiento a las escuelas no ha logrado sus ambiciosos objetivos. En muchos casos, las limitaciones del hardware provisto, así como sus problemas de manutención y la falta de conectividad a internet, llevaron a que las computadoras no se usaran. En otros casos, la ausencia de estrategias significativas de capacitación docente llevó a que las computadoras reprodujeran la misma pedagogía tradicional que pretendían revolucionar. Y en más de una ocasión, los estudiantes utilizaron las computadoras para jugar, dedicándole menos tiempo al estudio y desempeñándose peor en matemática y lectura. Ni siquiera hay indicios de que esta masiva inversión haya mejorado las habilidades de computación de los estudiantes.
Es importante que asimilemos estas lecciones, no para culpar retroactivamente a los gobiernos de la región, sino para reflexionar acerca de cómo se podría aprovechar la infraestructura tecnológica que ya existe en las escuelas para mejorar las oportunidades de sus estudiantes. En este camino, las evaluaciones de impacto también pueden jugar un rol clave. Por ejemplo, estudios recientes han identificado programas de software educativo que logran altas mejoras en el aprendizaje aprovechando las ventajas comparativas de la tecnología, como la posibilidad de ajustar la dificultad del material al nivel de preparación de cada estudiante, proveer retroalimentación diferenciada de acuerdo con los errores de cada estudiante y actualizar constantemente las estrategias de enseñanza en función del desempeño observado de los estudiantes. Estos sugieren que sería factible aprovechar las inversiones en hardware ya realizadas para complementar la enseñanza que brindan los docentes con tiempo para que los estudiantes interactúen con estos programas de software. De hecho, algunos de estos programas producen reportes de desempeño individualizado que les podrían permitir a los docentes entender mejor qué estudiantes necesitan más ayuda y en qué dominios.
Fue precisamente con este objetivo -el de utilizar las evaluaciones de impacto como una herramienta para guiar el aprovechamiento significativo de las tecnologías en educación- que el Centro de Acción contra la Pobreza (J-PAL) y Proyecto Educar 2050 organizaron una conferencia titulada "Tecnologías en educación. ¿Cómo pueden mejorar el aprendizaje? Lecciones para América Latina y el Caribe" el 28 y 29 de junio en la Universidad Siglo 21. El evento convocó a actores de múltiples sectores (investigadores, proveedores de hardware y software y oficiales de gobierno) para presentar el estado del arte de la investigación sobre las tecnologías en educación, reflexionar acerca de los desafíos de su implementación y generar oportunidades de pilotaje y evaluación en la región.
La temática de tecnologías en educación es tan solo uno de múltiples ejemplos en los que nos beneficiaríamos de comenzar a tener debates de política educativa basados en evidencia. Todavía priman demasiado las prioridades de agenda política, los intereses de ciertos sectores y la opinión de individuos que se autoproclaman expertos. Si aprendemos una sola lección de la triste historia de las tecnologías en educación en la región, que sea que ignorar la evidencia nos puede costar muy caro.
Profesor de Psicología y Economía Aplicada en la Universidad de Nueva York
Alejandro J. Ganimian