El Papa, más influyente en la política que en la fe
Los tres años de Francisco en el Vaticano, que se cumplen hoy, muestran la ambigua relación de la sociedad argentina con la Iglesia
Hace tres años dos hechos inéditos removían las estructuras basales del Vaticano. Por un lado, había renunciado un Papa bajo la sombra de escándalos financieros y denuncias de abusos sexuales. Por el otro, elegían para sucederlo a un cardenal argentino. ¿Cómo influiría esto en un país con una tradición política que -a diferencia de las de otros países con culturas muy influidas por el catolicismo- ha estado íntimamente imbricada con la Iglesia? ¿Se acrecentaría el poder del catolicismo en cuestiones de Estado con la figura de Francisco? ¿Habría más fieles y vocaciones sacerdotales?
El contexto de las respuestas es el de un país que se relaciona con la Iglesia de manera ambigua. Por un lado, parte de la sociedad argentina reclama un Estado laico y que se deje de financiar a la Iglesia. Pero, al mismo tiempo, cada gesto o silencio del Papa se lee en clave política y genera enérgicos debates.
Tres años después, sociólogos especialistas en religión y estudiosos del catolicismo coinciden en identificar un doble fenómeno. La figura de Francisco se ha agigantado en lo que respecta al poder de la Iglesia en el espacio estatal y en el sistema político. No así, sin embargo, en el plano religioso ni en la vida cotidiana de los creyentes: no hay más católicos, ni más vocaciones religiosas. Y se le sigue exigiendo a Francisco desde distintos sectores sociales (por ejemplo, los movimientos de mujeres) que apoye iniciativas que impliquen ampliación de derechos.
Su elección robusteció la histórica impronta de la cultura política argentina, marcada por la pretensión de transferir legitimidades religiosas a la arena del Estado. "Prácticamente la totalidad de la dirigencia ha desatado una desenfrenada carrera por apropiarse de la áurea legitimadora del Papa. Se trata de una lógica procedimental muy arraigada en la idiosincrasia política nacional, que se visualiza cotidianamente en los vínculos estrechos entre intendentes, gobernadores y funcionarios con obispos y demás líderes religiosos, pero que asume otros ribetes e impacto mediático ante la trascendencia de un papa argentino", explica el sociólogo e investigador de Conicet Juan Cruz Esquivel. Pero también aclara que las predicaciones de Francisco no deben ser comprendidas en clave de un modelo teocrático de Estado. "Francisco distingue la autonomía del poder civil. Pero es proclive a un tipo de laicidad subsidiaria, a un formato estatal que convoca a las instituciones religiosas a la hora de diseñar e implementar sus políticas públicas."
En busca de la foto
Del sueño del obispo amigo se pasó a la aspiración del papa amigo. Y los políticos casi unánimemente buscaron su foto con Francisco. Parte de la opinión pública se pronunció sorprendida por el acercamiento del Papa a la ex presidenta Cristina Kirchner. "En un principio, cuando eligieron a Francisco había mucho entusiasmo de algunos políticos porque se lo pensaba como un líder opositor a Cristina. Pero luego esta idea se diluyó y hasta empezaron a verlo casi como un simpatizante. En los comentarios de los diarios podían verse expresiones descalificadoras hacia el Papa como ?peroncho' o populista en un sentido peyorativo de la palabra. Y esto es significativo considerando que seguramente provienen de gente que se asume como católica. Es interesante porque muestra cómo las identidades políticas se imponen a las religiosas. No importa si es el jefe de tu Iglesia, sino que el hecho de que respalda a un movimiento político con el cual no te identificás", explica Alejandro Frigerio, antropólogo, investigador del Conicet y especialista en temas religiosos.
"De pronto, por las afinidades compartidas entre el Papa y la ex mandataria, algunos afirmaron que ese Papa era peronista. Y ésa es una lectura pequeña. Porque no hay que olvidarse de que Bergoglio es Francisco. Quiero decir con esto que representa los intereses de la Iglesia católica, unos intereses que le son propios en cada momento histórico", dice el investigador Fortunato Mallimaci, autor entre otros de El mito de la Argentina laica (Capital Intelectual). Y agrega: "Se habló mucho sobre el recibimiento por demás formal que Francisco brindó al presidente Mauricio Macri. Y es interesante porque su gobierno no es menos católico que el anterior. Lo particular es que cada uno quiere tener su propia Iglesia a medida, y eso demuestra un gran desconocimiento sobre cómo funciona realmente esa institución".
Para analizar lo que sucede basta mirar a otros países fervorosamente católicos que no permiten intromisiones en cuestiones políticas. "El problema que tenemos es un funcionariado que considera que no es bueno oponerse a la Iglesia. Ahí está el punto sobre la ampliación de derechos, especialmente los de las mujeres. En países de mayoría católica como Italia, Portugal, Francia, o en la ciudad de México, ciertas iniciativas políticas -como la despenalización del aborto- lograron imponerse aun contra el fuerte poder de la Iglesia. El nuestro es un problema de los políticos, no del Papa", afirma la investigadora del Conicet Verónica Giménez Beliveau, también experta en cuestiones religiosas.
Esto refrenda la hipótesis respecto de lo sucedido con Francisco en estos tres años: mayor poder político, menor influencia en lo religioso. "Hay mucho más reconocimiento del poder de la Iglesia en el Estado que por parte de los ciudadanos que, aun siendo católicos, toman con autonomía sus decisiones, sobre todo en lo referente a su vida personal. Los deseos y subjetividades de las mujeres, por ejemplo, no pueden seguir siendo ignorados en una institución que sigue siendo patriarcal. Para Francisco es más fácil hablar de los pobres que de los derechos de las mujeres", agrega Mallimaci.
En la Argentina lo político en todas sus variantes, de derecha, izquierda o centro, ha estado siempre cercano a lo religioso. "La laicidad en el caso de nuestra historia ha tendido a cero. Y éste no es un problema de la institución católica, sino que va más allá. Está en la manera de construir política y en la idea que se tiene acerca de cómo debe participar la religión en la vida cotidiana. En el momento del conflicto del campo, quienes entonces eran oposición buscaron a Bergoglio para que interviniera. Le fueron a golpear las puertas de la Catedral metropolitana. Entonces no se lo acusó de hacer política. Pero esos mismos políticos son los que ahora le piden a Francisco que no se meta", explica Giménez Beliveau.
En cuanto a los fieles, la fuga de católicos en estos tres años continuó: no hay más creyentes y cada vez cuesta más que los jóvenes quieran ser sacerdotes o monjas. "Es un problema estructural del catolicismo. Si no hay grandes reformas que tienen que ver con la autoridad, con el rol de las mujeres en el seno de la Iglesia (ya que representan el 60 por ciento de los creyentes activos), es muy difícil que haya posibilidad de incrementar la participación. Hay mucho más reconocimiento político de la institución católica en el actor estatal que reconocimiento religioso de los propios ciudadanos y ciudadanas. Francisco es un líder a nivel mundial, sin embargo, en la vida cotidiana de la gente, ese catolicismo que sigue creyendo que debe tener un rol en lo privado, en la sexualidad, en las decisiones personales, no va más", finaliza Mallimaci.