El país que no abraza el Presidente
La visita de Fernández a Jujuy revela una visión que solo expresa a minúsculos sectores del pseudoprogresismo porteño, completamente alejada de una perspectiva federal
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Para entender el tembladeral y la confusión en los que está sumergido el Gobierno, tal vez haya que hacer algún intento de descifrar su escala de valores, su sensibilidad y capacidad para leer la realidad, así como su lista de prioridades.
Si apuntamos a correr el velo sobre esa lógica del poder, deberíamos reparar en un episodio más revelador que la renuncia del ministro Guzmán; es el viaje del Presidente a Jujuy para visitar a Milagro Sala. Ese hecho es un mensaje que nos ofrece respuestas para entender el prematuro y rotundo fracaso de un liderazgo político.
Los gestos públicos de un jefe de Estado no son actitudes personales; son actos de gobierno. Son posturas que expresan modos de pensar el país y la política. Son hechos que pueden tender o romper puentes; estimular o desalentar esfuerzos colectivos; consolidar o debilitar los cimientos institucionales; afirmar o devaluar la autoridad presidencial. Son decisiones que revelan inteligencia o ligereza; estrategia o desorientación; amplitud o prejuicio; grandeza o nimiedad como hombre de Estado. Y que muestran, a través del peso de los símbolos, de qué lado se para el poder.
¿A qué se abraza el Presidente? ¿Qué país mira? En su viaje a Jujuy podría haber visitado a chicos de comunidades aborígenes que caminan varios kilómetros por día para ir a una escuela enclavada en el corazón de la Puna. Hubiera sido un estímulo a ese esfuerzo silencioso que hacen maestros rurales en la Quebrada de Humahuaca. Podría haber visitado a productores que han rescatado una práctica milenaria (el chacus) para la cría y esquila de la vicuña en silvestría. Hubiera sido un impulso para esa actividad que nuclea a varias cooperativas, con participación de biólogos y otros científicos, y que ha logrado exportar lana de vicuña (que se paga hasta 5000 dólares el kilo). Podría haber recorrido alguna de las chacras en las que se siembra quinoa o se crían llamas, o visitado a cañeros o tabacaleros independientes, y su visita hubiera atraído la atención sobre producciones regionales que –aun con dificultades– han puesto al norte argentino a la vanguardia de varios circuitos productivos. También podría haber visitado el parque de energía solar o la planta de litio que se han desarrollado en Jujuy, y con ese gesto les hubiera dado impulso a las energías renovables. O podría haber conocido el laboratorio que produce cannabis medicinal, y se habría conectado con un desarrollo que genera expectativas a miles y miles de familias. Pero el Presidente –en cambio– decidió que su viaje a esa provincia solo fuera para visitar a una activista política condenada por graves actos de corrupción. Es una elección reveladora, que tal vez explique –en el fondo– por qué fracasa la economía y por qué el Gobierno se hunde en su propia incapacidad para gestar una esperanza.
¿De qué lado se para el Gobierno? ¿Del lado de los que no pueden explicar qué hicieron con la plata del Estado? ¿O del lado de los que producen, los que innovan, los que se sacrifican todos los días para progresar honradamente? ¿Del lado de las víctimas o de los victimarios? Estos son algunos de los interrogantes que han quedado respondidos con la foto del abrazo de Alberto Fernández a Milagro Sala.
La visita atolondrada del Presidente también revela un pavoroso nivel de improvisación en las máximas instancias de la administración nacional. Es evidente –y ha sido admitido– que no hubo una evaluación sobre “pros y contras” de ese despliegue gestual. ¿El Presidente habló con el ministro del Interior antes de viajar a una provincia? ¿Se evaluó cómo podía impactar esa visita en la sociedad jujeña? ¿Alguien, en el cuerpo de asesores presidenciales, estudió el estado de las causas penales contra Sala antes de exponer al Jefe del Estado a opinar con liviandad sobre procesos en curso? ¿En qué se basó Fernández para calificar como “persecución” la intervención, en los juicios contra Milagro Sala, de más de 20 magistrados designados durante gobiernos opositores a la gestión actual? Son preguntas que exceden este episodio y que revelan, en rigor, la extrema precariedad de un sistema de decisiones. La ausencia de ese mínimo profesionalismo en la gestión de gobierno también explica, en buena medida, el fracaso estrepitoso de una administración. Con esa misma ligereza se definen alineamientos “a la bartola” en política internacional. Así se explican las idas y vueltas con Putin o Venezuela; la improvisación casi chabacana para expresar ante el primer ministro británico un reclamo tan sensible y estratégico como el de la soberanía sobre Malvinas; los papelones como el del avión iraní, o tantos otros acontecimientos que exhiben, antes que sesgos ideológicos, una simple combinación de desidia y chapucería. Es el mismo factor que explica la incapacidad para construir un gasoducto o para controlar la inflación.
La visita del Presidente a Jujuy revela algo más: una visión que solo expresa a minúsculos sectores del pseudoprogresismo porteño, completamente alejada de una perspectiva federal. La figura de Milagro Sala es reivindicada por algunas agrupaciones izquierdistas de la UBA y por sectores como La Cámpora, que se autoperciben “progres” desde los despachos oficiales. En su provincia, ni siquiera el propio peronismo reivindica a Sala. Basta repasar los diarios locales para confirmar el altísimo rechazo que provocó en la sociedad jujeña la visita presidencial del miércoles pasado. Desde sindicatos hasta cámaras empresarias, todos repudiaron el gesto del Presidente; también la entidad que nuclea a los magistrados e incluso el Colegio de Abogados, cuya conducción se identifica con el peronismo.
Los sectores humildes son los que más sufrieron el látigo y la extorsión de Milagro Sala. El polémico abrazo a esa dirigente refleja, entonces, otro dato estructural: la desconexión del Presidente con el interior y con realidades que exceden la burbuja del autodenominado progresismo urbano. Es el peligro de mirar al país con anteojeras, con dogmas pseudoideológicos y con simplificaciones teñidas de prejuicio. Muchas decisiones del Gobierno se explican por esta limitación. La cuarentena indefinida –sin ir más lejos– se administró con esa mirada excesivamente endogámica y parcial, como si todos tuvieran una casa en la que quedarse sin poner en riesgo su supervivencia, y como si las escuelas pudieran cerrarse un año entero, creyendo que todos podían conectarse por Zoom. La misma ausencia de conocimiento y sensibilidad sobre las comunidades del interior se notó en el intento de estatizar Vicentin y en las recurrentes fricciones con el campo. Con idéntica lógica se maneja el conflicto patagónico con grupos violentos que se autodefinen mapuches. En la visita a Milagro Sala hay, entonces, un cúmulo de significados que desnudan a un gobierno con una visión muy limitada del país, que no escucha ni presta atención más allá de su burbuja de internismo, y que solo les habla a minorías ideologizadas.
No es casual que el mismo día de su viaje a Jujuy, Fernández haya dicho que “el problema de la Argentina es que estamos creciendo mucho”. La afirmación remite, una vez más, al mismo interrogante: ¿qué país está mirando el Presidente? Si visitara a productores, a pequeños empresarios, a emprendedores y chacareros, tal vez podría conectarse con una realidad más compleja, menos susceptible de descripciones simplonas y de espejismos ficticios. La visita a Milagro Sala exhibe al Presidente inmerso en una burbuja. Sus gestos no parecen dirigidos a la sociedad, sino a “los propios”. Los resultados están a la vista.
Que la cabeza del Poder Ejecutivo asuma, con un gesto improvisado, la defensa de una activista cuyas condenas y procesamientos han sido ratificados en distintas instancias judiciales es, además, una confesión de desapego por la división de poderes. El Presidente, al calificar de “persecutorios” fallos judiciales que fueron dictados en un marco de plena vigencia del Estado de Derecho, incurre en un burdo atropello a la Justicia y desconoce la letra misma de la Constitución nacional cuando dice: “En ningún caso el presidente de la Nación puede arrogarse el conocimiento de causas judiciales pendientes” (artículo 109). El gesto, por lo tanto, desnuda también una concepción autoritaria del poder, que excede los límites que la propia Constitución le impone al jefe de Estado.
En ese vuelo de 3000 kilómetros para “jugar a las visitas”, tal vez se escondan, entonces, las claves de un gobierno cada vez más encapsulado, enredado en su propia inoperancia, desconectado de las angustias ciudadanas y despreocupado por la higiene institucional. Para los historiadores, será inevitable analizar el álbum de fotos de este gobierno: encontrarán –entre otras– la del festejo del cumpleaños en Olivos (cuando ningún ciudadano podía despedir a sus muertos) y también la del abrazo a Milagro Sala. No retratan momentos; retratan el alma de un gobierno que ha extraviado su destino.