El país necesita dejar atrás formas anacrónicas de pensar y ampliar el debate
Imaginar el futuro no es fácil. Para 2030, por poner una fecha, faltan once años. Parece poco, pero si miramos hacia atrás, once años nos dejan en 2008. Los cambios que el mundo experimentó desde entonces parecen impredecibles. En 2007 salieron al mercado por primera vez el iPhone y el Kindle . No existían ni el iPad, ni Uber , ni Airbnb, Android, Spotify, Instagram o WhatsApp. Crispr, la técnica más promisoria para realizar edición genética era ciencia ficción, y pensar en inteligencia artificial integrada en procesos de toma de decisión podía parecer propio de una película que seguramente no mirábamos por Netflix. Los cambios no se limitan a la tecnología: Estados Unidos no había tenido un presidente afroamericano, Donald Trump era la estrella de un reality show, y si alguien nos hablaba de fake news, no habríamos entendido demasiado.
Con la Argentina la situación no es muy distinta. El año 2008, con Cristina Fernández de Kirchner presidenta, se caracterizó por el conflicto entre gobierno y sector agropecuario. Tal vez fue en ese año cuando empezó a aparecer lo que hoy llamamos "grieta": aunque parezca extraño, antes de 2008 no había en la retórica kirchnerista una adopción tan directa de la relectura del populismo de Ernesto Laclau con una división tajante entre amigos y enemigos. Mauricio Macri , mientras tanto, transitaba su primer año como jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. En lo subterráneo, la crisis financiera internacional empezaba a cambiar el panorama en el que la Argentina tendría que transitar su próxima década. ¿Se podía imaginar 2019 desde 2008?
Tanto lo internacional como lo local nos señalan que debemos ser cautos a la hora de proyectar el futuro. Por eso, un paso antes que las proyecciones, tenemos que evaluar cómo miramos las cosas y cómo hablamos acerca de ellas. En el Tractatus Logico-Philosophicus, Wittgenstein afirmaba que "los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo". Si queremos estar a la altura del futuro, lo primero que tenemos que hacer es construir una discusión pública en la que el futuro esté presente.
En primer lugar, lo que necesitamos es ampliar lo que entendemos por "coyuntura" y por "coyuntural". Cuando, por ejemplo, un gobierno hace cloacas, pavimenta rutas o crea institucionalidad económica y política, nadie dudaría que ese trabajo está bien. Pero, en el fondo, está haciendo las cosas que otros países hicieron décadas atrás, en un catch up que sirve para converger en la agenda del siglo XX, pero no en la del siglo XXI. La "coyuntura ampliada" implica traer al día a día la agenda del siglo XXI, la agenda del siglo en el cual vivimos, sin la cual es imposible ponernos al día con el presente.
Pero, en segundo lugar, es imposible ampliar la coyuntura sin dejar atrás formas anacrónicas de pensar. Un ejemplo es la falsa dicotomía entre industria y agricultura, en la que a la primera se la asocia con la vanguardia y a la segunda, con el atraso. Ciertamente, la industria es importante y la Argentina posee una base industrial que muchos países de ingresos medios no tienen. Sin embargo, entender el desarrollo como la acumulación de fábricas deja de lado el auge de la innovación y los servicios como motores para la exportación y el empleo, y también, el hecho de que hoy la agricultura es un rubro de gran sofisticación. El campo del siglo XXI es uno donde, al mismo tiempo que se cosechan granos, se cosechan datos para almacenar, organizar y estudiar en busca de mejoras productivas. Es agricultura de precisión con mano de obra cada vez más calificada, donde la trazabilidad es fundamental y se utilizan drones y satélites para fumigar, fertilizar, predecir rendimientos.
En tercer lugar, debemos ampliar nuestra discusión pública a nuevas preguntas. En el mundo se discuten hoy cosas que nos parecen lejanas, pero que en realidad son de coyuntura, y ahí se juega, en gran medida, no seguir atrasados. "Se necesita una ciencia política nueva para un mundo que en sí también es nuevo", escribió maravillado Alexis de Tocqueville en La democracia en América. Tocqueville viajó, en 1831, desde la Francia de la restauración monárquica y la revolución fallida a conocer algo que no había existido por siglos: una democracia. Para él, esa entidad nueva, donde los protagonistas de la historia no eran ni los reyes ni los nobles, volvía inútiles los conceptos políticos heredados.
Hoy somos muchos los que creemos que estamos en el umbral de una transición igualmente profunda. La gran pregunta política del siglo XX, por ejemplo, pasó por definir cuánto de nuestra vida debía estar determinado por el Estado y cuánto, por el mercado y la sociedad civil. La gran pregunta política del siglo XXI es, en cambio, cuánto de nuestra vida social y de nuestra vida íntima debería ser dirigido y controlado por sistemas algorítmicos. Si creemos que nuestro país tiene un posible camino virtuoso con el desarrollo de la inteligencia artificial, en especial con el precedente de tener ya cinco de los diez unicornios de América Latina, debemos empezar a discutir qué marco ético y regulatorio darle. Si el camino está en la biotecnología, debemos estar listos para tener conversaciones sobre manipulación genética que están a la vanguardia mundial. Si aceptamos que nuestras empresas, vía teletrabajo, pueden emplear a personas de todo el mundo, y que nuestra población puede trabajar desde la Argentina para todo el mundo, tenemos que repensar nuestro futuro laboral. Estos interrogantes, ajenos a casi toda nuestra discusión política y pública, son coyunturales en los principales diarios del mundo.
Finalmente, en cuarto lugar, la conversación necesita dejar atrás el miedo a discutir nuestros temas difíciles o tabú. Con esa actitud, gana siempre el statu quo. En la Argentina, uno puede ser atacado por plantear que el capitalismo es el sistema económico que más personas ha sacado de la pobreza en la historia, que los paros docentes expulsan alumnos del sistema público al privado, que la gran mayoría de los jubilados de nuestro país no son pobres (mientras que lo son casi la mitad de los niños y niñas menores de 14 años), que tener empresas grandes es algo positivo que hay que fomentar o que importar genera oportunidades para el consumidor y la producción.
El futuro es incierto y hacer predicciones es difícil. Trazar un camino ideal al desarrollo puede parecer tentador, pero también es, en gran medida, irreal y arbitrario. En un nivel más fundamental, enfrentar estos desafíos puede ayudarnos a actuar de forma más productiva: ampliar la discusión de coyuntura, desterrar formas anacrónicas de pensar, incorporar nuevos temas y nuevas preguntas, y discutir los temas difíciles. En una democracia, y en especial, parafraseando a John Dewey, en una cultura democrática, el desafío es que eso tenemos que hacerlo juntos.
* Petrella es director del programa Argentina 2030 en la Jefatura de Gabinete de Ministros de la Nación y PhD. en Religión y Derecho de la Universidad de Harvard.
** Marzocca es coordinador del programa Argentina 2030 en la Jefatura de Gabinete de Ministros de la Nación y licenciado en Filosofía de la UBA
Iván Petrella y Pablo Marzocca