El país, enredado en la trampa siniestra del kirchnerismo
Sin inversión, la Argentina no tiene ninguna posibilidad de revertir el plano de decadencia en que se desliza; hemos conocido cepos e inflaciones, pero nunca combinados con este nivel de gasto público
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La Argentina está en una suerte de trampa siniestra en que la enredó el kirchnerismo. Esa trampa se asienta en un trípode constituido por la colosal estructura de gastos públicos (conformada por planes y sucedáneos, empleos y subsidios) que derivó en dos consecuencias lacerantes para la economía: la inflación y el cepo cambiario. Ambas consecuencias –más la brutal presión impositiva requerida para financiar ese nivel de gasto– tornan totalmente inviable la inversión y, en consecuencia, condenan al país al estancamiento, al atraso y a la pobreza creciente. Sin inversión, el país no tiene ninguna posibilidad de revertir el plano de decadencia en que se desliza. Aunque algunos podrán aducir que aun en estas condiciones se realizan inversiones, se trata de inversiones marginales y circunstanciales, que suelen amortizarse en seis meses o a lo sumo en un año. Las inversiones que apalancarán al país al futuro, con el extraordinario potencial que dispone, son aquellas que se amortizan en el mediano y largo plazo.
El señalamiento de la responsabilidad del kirchnerismo se sustenta en información oficial, suministrada por la propia administración durante el gobierno de esa fuerza. El gasto público que en 2004 –primer año del kirchnerismo– representaba el 24% del PBI, pasó al 34% en 2015, cuando finalizó su primer ciclo de gobierno. La inflación, erradicada por Menem con la convertibilidad del peso, se mantuvo controlada –o al menos en un dígito– en los gobiernos de De la Rúa, Duhalde y Néstor Kirchner (en los dos últimos casos, ya sin convertibilidad). Vuelve a resurgir con fuerza en 2014 al 24% y en 2015 al 28% (con el Indec intervenido y estimaciones privadas más altas) en la última gestión de Cristina Kirchner. El cepo cambiario fue implantado en 2015 por Axel Kicillof, ministro de Cristina Kirchner.
El país conoció cepos e inflaciones, pero nunca combinados con este nivel de gasto público. El efecto del cepo es devastador: si un inversor debe convertir a pesos un dólar que puede vender en los mercados alternativos legales a 320 para producir bienes por los que, si son para exportar, el Banco Central le liquida el cambio en el mejor de los casos a 170 –si ese bien no tributase retenciones–, ¿dónde está su negocio? Del mismo modo, si es para producir bienes de consumo interno, estos deberán competir con otros productos que se importan al dólar oficial de 170 pesos, que es el parámetro que rige el nivel de precios internos, pero sobre todo el de los salarios. El poder adquisitivo de los sueldos está adecuado a ese valor del dólar oficial. Similares consecuencias se pueden deducir de la inflación: ¿quién invertiría un dólar para elaborar un bien cuyo precio en esa moneda –que es el valor de cuenta en la sociedad– es totalmente impredecible al momento de vender el producto terminado? Mientras haya inflación y cepo cambiario el país se consolidará en el estancamiento y el atraso, porque esos dos factores son antídotos a la inversión. Y, junto a la estructura de gastos públicos, constituyen la base ideal para que sobre ese trípode se asiente un régimen populista hegemónico. Es el modelo político que mejor les cuadra a esas condiciones que hoy imperan en la Argentina. Por eso, urge desactivar esa “bomba” antes de que los principales actores acaben de adaptarse a esas condiciones y pugnen por sostener esa realidad. En ese contexto, si en 2023 llegara a producirse un cambio en la administración del país, quienes arriben al poder deberán enfocarse con inusitado ahínco en erradicar la inflación y el cepo cambiario, que son el caldo de cultivo del populismo hegemónico. La única forma de lograrlo es alcanzando equilibrio en las cuentas públicas. Ello implicaría un fenomenal ajuste fiscal. ¡Sí, “fenomenal ajuste” de los egresos públicos, o reducción del gasto, o como se lo quiera llamar! En tal circunstancia, quienes asuman deberán encarar esa tarea con consumado tino, ya que de la maraña de concesiones que repartió el kirchnerismo se beneficia de un modo u otro una parte sustancial de la sociedad –y no solo los sectores humildes–. Será muy difícil de implementar en una primera etapa una reducción en las prestaciones y dádivas públicas a los sectores carenciados, que se encuentran en el límite de su nivel de subsistencia, cuando todavía no serían palpables los beneficios de un modelo de estabilidad. Y lo mismo rige para la clase media, que viene perdiendo sostenidamente calidad de vida. La reducción de gastos estatales para apuntar al equilibrio fiscal es muy difícil que pueda llevarse a cabo sin afectar de algún modo a esos dos grandes sectores de la sociedad.
Si en un exceso de ambición la nueva administración pretendiera encarar las imprescindibles reformas estructurales que el país necesita para modernizarse y adaptarse al mundo competitivo de hoy (reforma laboral, reforma previsional, reforma tributaria) simultáneamente con la tarea de acotar o erradicar el despilfarro fiscal que alimenta la inflación y el cepo cambiario que son funcionales al populismo, corre el riesgo de “tirarse” al país entero en su contra. Por lo tanto, deberá evaluar con inusitada cautela un orden de prioridades, a sabiendas de que tendrá desde el inicio de gestión al kirchnerismo, al peronismo y muy probablemente al sindicalismo en su contra. ¿Por qué cree el lector que el kirchnerismo sigue incorporando a mansalva agentes al aparato estatal en sus tres instancias: nación, provincias y municipios? ¿Por mera desidia? ¡Es parte de su plan! Es totalmente consciente de que el monstruo que está creando se vuelve totalmente dependiente de ese movimiento y de sus políticas. Está fomentando un modelo tan enraizado y entrelazado que el propio sistema operará en contra de quienes pretendan desactivarlo. El modelo buscará preservarse a sí mismo. Hay ya muestras de ello, que se pueden deducir sutilmente en el Congreso, cuando se aprueban aumentos de gastos e impuestos. O en provincias y municipios, donde sectores “libertarios” votan a favor de incorporar personal al Estado y aumentar los gastos. ¿Se podrá salir de la encrucijada en que nos embretó el kirchnerismo, que constituye la antesala de un régimen hegemónico controlado por esa fuerza? Sí, en la medida en que la nueva administración se desenvuelva con lucidez, humildad y espíritu de grandeza.
El autor de esta nota visitó semanas atrás un emprendimiento en Neuquén, encarado en otro contexto del país, que produce 2000 toneladas de cerezas, el mayor de su tipo, donde la producción total de la Argentina ronda las 7000 toneladas anuales, en una operación rentable –a pesar del cepo–. Allí, se me informó de que las condiciones naturales del país (clima y suelos) en muchos aspectos son mejores aun que las de Chile, que produce nada menos que 445.000 toneladas al año. La casi totalidad de esa producción –al igual que la exigua argentina– se destina a la exportación hacia China, para dar satisfacción al exigente paladar de la clase media de ese país (¡sirva como contraste del nivel de consumo de nuestras respectivas clases medias!). Una ínfima muestra del potencial que el país desaprovecha por cerrarle las puertas a la inversión.