El país de los ganadores destructivos
Pirro, rey de Epiro, al norte de Grecia, dominó Macedonia y conquistó otros reinos entre los años 300 y 250 a.c. Lo hizo con guerras extenuantes de las que siempre emergía vencedor. Pero sus batallas tenían una particularidad: la derrota de su enemigo la obtenía a costa de cuantiosas pérdidas de su propia tropa vencedora, de modo que el resultado final era funesto. Perdió finalmente sus reinos, por no dimensionar los daños infligidos a sus guerreros a causa de una estrategia desequilibrada y una ambición desmedida.
Desde las elecciones presidenciales de 2019, la Argentina ha encadenado una secuencia interminable de victorias pírricas, en las que quien triunfa compromete al mismo tiempo la subsistencia de su propia tropa. La victoria de Patricia Bullrich y Mauricio Macri sobre Horacio Rodriguez Larreta en las PASO ha debilitado al propio partido Juntos por el Cambio hasta hacerlo implosionar y arrimarlo al borde de su desaparición en el tiempo que le llevó al domingo de elecciones convertirse en lunes.
La victoria de Javier Milei en esas PASO sobre Massa y sobre JxC, construida sobre la base de violencia verbal, arrebatos de intolerancia, propuestas radicalizadas y contradicciones ideológicas, ha obstaculizado las posibilidades de construir una oposición fuerte, sólida y confiable. Ahora bien, enfocado en el balotaje del 19 de noviembre, sus esfuerzos colosales para mostrarse sereno, comprensivo y abrazado a dirigentes a los que había denostado con una agresividad lacerante, resintió a algunos de los propios seguidores, que hasta semanas atrás abrazaban sin fisuras sus ideas y modos autoritarios. Algunos de ellos han optado por liberarse de La Libertad Avanza.
Por su parte, Sergio Massa, vencedor en la primera vuelta electoral con casi 7 puntos de diferencia, ha logrado desangrar a todos los argentinos por igual, incluso a los acólitos del cristinismo alocados en el conurbano bonaerense que soportan estoicamente al candidato del gobierno, para lograr ese triunfo en las urnas. Y ha encolerizado con su despilfarro a países con voz y voto en las decisiones tan importantes para nuestro país en el Fondo Monetario Internacional.
Su gestión de más de un año como ministro de Economía, nos ha acercado al precipicio de la hiperinflación y del desabastecimiento. Los salarios de la economía formal han sido pulverizados durante su gestión junto con la escuálida clase media. Ha rifado recursos del Estado con medidas direccionadas a impeler su propia campaña electoral, recursos que tanta falta hacen para combatir la pobreza y la indigencia incrementadas durante su mandato. Lo hizo enceguecido por la ambición de poder desmesurada sin medir los daños infligidos a todos los argentinos. O sin darles relevancia.
En caso de ganar las elecciones por efecto de esas políticas insostenibles en el tiempo, el ministro Massa dejaría al Massa candidato electo para gobernar formalmente una inflación proyectada para 2024 del 300%. Su paso por el Ministerio de Economía ha sido virtualmente de tierra arrasada. En su convocatoria a la “unidad nacional” luego de ganar la primera vuelta, el candidato del oficialismo –de Alberto y Cristina, dos que han vivido promoviendo la grieta con sus actos– propuso armar un pastiche político que reuniría, según sus palabras, a peronistas, radicales, liberales, izquierdistas, y por qué no, a montoneros y militares, como si no hubiera límites o diferencias insuperables; como si una oposición fuerte no fuera necesaria para la salud republicana. Tal vez inconscientemente nos está dejando entrever lo que podría ser su reinado de partido y pensamiento único.
Los ganadores de cada una de las etapas electorales que vivimos desde agosto han sufrido derrotas en la instancia siguiente. Bullrich le ganó a Larreta y luego quedó fuera del ballotage. Milei ganó sorpresivamente en las PASO, pero perdió la primera vuelta e incluso obtuvo menos porcentaje de votos que en esas primarias. Massa ganó la primera vuelta de octubre…
El brutal desgaste realizado para obtener una victoria circunstancial a cualquier precio y las heridas a propios y ajenos causadas en ese camino “victorioso”, parecen erosionar la capacidad de los vencedores para consolidar su fuerza entre los propios y para sumar nuevos votantes. El domingo 19 sabremos el resultado de la última batalla en el país de los triunfadores destructivos y de resultados tan cambiantes en tan escaso tiempo.