El país de la anomia zaffaroniana
¿Zaffaroni viene de zafar o será al revés? José Carlos Olaya González, el conductor que mató y huyó en los bosques de Palermo, tenía antecedentes por robo a mano armada y encubrimiento agravado, pero había logrado zafar. Parecía funcionar como un ser humano normal, hasta que el segundo día del Año Nuevo la vida volvió a enfrentarlo con su propia disfuncionalidad: mató a una mujer. Manejaba drogado. Después de una noche de descontrol, se había quedado dormido al volante. Con plena conciencia de su acto criminal intentó zafar nuevamente ensayando un escape. Tuvo cómplices. Dice la Real Academia Española sobre el verbo zafar: “desentenderse, liberarse de un compromiso o de una obligación”.
Nota al pie: Olaya González es hijo del histórico productor musical de Gilda, que falleció a mediados de los años 90 en un trágico accidente vial. El encadenamiento kármico de la vida.
A más de 1300 km de Palermo, en Chubut, la jueza penal Mariel Suárez fue filmada entre besos y selfies con un condenado por doble asesinato. Cristian “Mai” Bustos mató a su hijastro, de apenas 9 meses, quebrándole la columna vertebral y a un policía. Suárez ya había enfrentado un jury en 2013 por mal desempeño, pero logró zafar. Para enfrentar aquel enjuiciamiento denunció una “maniobra política”. Otra víctima de lawfare. Entonces, la acusaron de liberar presos por teléfono y de dejar ir a un imputado por abuso sexual a una menor. ¿Habrá pensado Suárez, siguiendo el manual zaffaroniano, que si el abuso se consuma con la luz apagada no hay delito?
La jueza de Chubut desplegó argumentos desopilantes para justificar su contacto estrecho con Bustos. Argumentó razones académicas y discriminación por su trato “huminanizante” (sic) con la población carcelaria. La línea argumental remite a la escuela de Eugenio Zaffaroni, que no es garantista –a no confundir–, sino abolicionista. El exjuez de la Corte, que encandila a Cristina y que es una auténtica estrella rockera para gran parte del mundo judicial, cuestiona la prisión como método. Sin embargo, tampoco propone, que se sepa, un sistema alternativo coherente. Así, el resultado práctico de este paradigma es que zafen de la cárcel, sin ningún tipo de rehabilitación, personas como Olaya González o filicidas como Bustos, para que terminen reincidiendo en crímenes doblemente aberrantes.
Segunda nota al pie: al momento de ser debatido su ingreso en la Corte, Zaffaroni era socio de Jacobo Isaac Grossman, un exconvicto que pasó 13 años en prisión por habérsele probado una larga lista de secuestros extorsivos. El dato generó controversia en el Senado, en 2003, a la hora de evaluar la candidatura de Zaffaroni como juez de la Corte. A su favor, Grossman había cumplido su condena.
Claro que si buceamos a mayor profundidad, nos topamos con verdades incómodas. Por ejemplo: ¿cómo se eligen los jueces en la Argentina? ¿Llega el mejor? En contados casos, sí, aunque la mayoría de las veces se accede a ese sillón por contactos con la política. Padrinos políticos que luego piden retribuciones por esos favores. Nadie aúpa a un juez gratis. Este punto nodal es lo que hace muy difícil el anhelo de una Justicia independiente en la Argentina. Pero hay más. ¿Dónde está reglado cómo debe ser un juez? ¿Existe algo así como un código de ética judicial nacional o federal? No. Algunas provincias lo tienen; otras, no. El equivalente global de este reglamento es el código de ética judicial de Bangalore, de Naciones Unidas, una guía de sentido común para el funcionamiento de la Justicia, al que la Argentina adhiere, pero que, en los hechos, no aplica.
El kirchnerismo está acusado de liderar, desde lo más alto del poder político, una organización criminal con el fin de recaudar dinero ilegal extraído del Estado. Cristina siempre lo supo y por eso esa obsesión por zafar. El gelatinoso argumento del lawfare es parte de esa estrategia.
Última nota al pie: antes de estudiar Derecho en La Plata, Cristina cursó un año la carrera de Psicología, pero abandonó. ¿El motivo? Se lo confesó a un compañero de la primaria, el arquitecto Ricardo Molinari, durante un viaje en colectivo en los 70. “¿Sabés qué pasa? Me di cuenta de que a las personas no se las puede arreglar por separado: ¡hay que arreglarlas a todas juntas!” Está claro que Cristina nunca pensó que, antes de arreglar a los demás, habría sido útil que se arreglara a sí misma.
A través de su obra mayor, Un país al margen de la ley, el jurista Carlos Nino mostró descarnadamente el costo de la anomia en la Argentina. La ausencia de ley se paga con pobreza, corrupción y, a menudo, con la vida misma.