El pacto fáustico de Pro, ¿coherencia o inmolación?
Milei representa una derecha identitaria y tribal; el kirchnerismo, un estatismo woke, caricatura del progresismo; los liberales institucionalistas que respetan las minorías y tienen sensibilidad social quedan a la deriva
- 7 minutos de lectura'
En 1883, el MET de Nueva York fue inaugurado con la ópera Fausto, una pieza cuya trama consiste, como es sabido, en que un hombre le vende su alma al diablo. Tuve ocasión de asistir a la apertura de esta temporada con Grounded, una obra contemporánea que aborda el mismo tema.
Su protagonista es una piloto de la Fuerza Aérea norteamericana que vuelve después de haber combatido en Irak. Queda embarazada y se dedica durante cinco años a la crianza de su hija. Cuando retoma tareas, le asignan un cometido extraño: ya no manejará su F-16, sino un dron lanzamisiles dentro de un tráiler, en las afueras de Las Vegas (lo que contribuye a la atmósfera de irrealidad), a miles de kilómetros de distancia de los objetivos. Lo que por fin la inclina a aceptar es el hecho de que cada día, luego de esos combates a control remoto, podrá volver a su casa con su familia. Cede ante la comodidad. Se sorprende de la edad de sus compañeros de trabajo: casi niños, criados en la cultura del joystick, nativos digitales, son la tropa ideal para manejar la tecnología de los monitores.
Comienza a obsesionarse con un objetivo militar que aparentemente se desplaza por el desierto dentro de un vehículo. Hasta que en un momento el objetivo baja del auto y queda en la mira, pero junto a una niña. Le ordenan que haga fuego. Siente una especie de cataclismo interior: como el sargento Cruz, se rebela. Cambia la dirección del dron y lo estrella. Termina presa. Había vendido su alma al diablo y su rebelión, demasiado tardía, recibe un memorable escarmiento.
No bien Juntos por el Cambio quedó fuera del balotaje, Patricia Bullrich llegó a la conclusión de que había que apoyar a Milei, que podría ser estilizado por Pro. Reunió a algunos dirigentes y los invitó a ir a ver a Macri a Acassuso. Me pareció razonable el argumento, a punto tal que en dos debates, uno con Martín Tetaz y otro con Santiago Kovadloff, impugné la idea del voto en blanco que postulaban mis amables contradictores.
Si bien Milei se valió del vasto plantel de fiscales que Pro le prestó para custodiar los votos, si bien usó luego recursos humanos para cubrir áreas específicas, su porosidad ha sido prácticamente nula. Más bien tiende a despreciar a Macri. Basta escuchar a algunos referentes libertarios que lo menosprecian con tenaz vulgaridad. Sin embargo, Pro sigue colaborando: votó primero la Ley Bases y luego convalidó los vetos que afectaron a los jubilados y a las universidades públicas. El argumento que esgrimen es la coherencia, pero cuando Macri gobernó no hubo un ensañamiento con la educación ni mucho menos con los jubilados, sino más bien lo contrario, como lo prueba la ley de reparación histórica. Más aún, en algunos aspectos son antitéticos. El macrismo sacó una norma contra el nepotismo y obligó a renunciar a parientes de funcionarios; los libertarios hacen lo contrario: de la hermana Karina a la mujer de un famoso tuitero, hay un espeso delta de ejemplos.
Milei representa una derecha identitaria y tribal; el kirchnerismo, un estatismo woke (que es la caricatura del progresismo). Por lo tanto, con la deserción de Pro, queda a la deriva un grupo enorme del electorado. Los liberales institucionalistas que respetan las minorías y que tienen sensibilidad frente al vulnerable están sin representación. Pro no fue ni una derecha reaccionaria ni un partido ideológicamente descarnado. Consciente o inconscientemente, el macrismo tenía anclaje en la tradición de Stuart Mill, Rawls, Dworkin, Bobbio y Giddens: un liberalismo democrático y republicano.
Me pregunto hasta qué punto Pro en particular y los argentinos en general no habremos emprendido una peripecia similar a la de la protagonista de Grounded. Es verdad que el mileísmo es confuso. Parece acertar en la narrativa histórica cuando sostiene que la generación del 80 tenía un proyecto de país que luego, hacia mediados del siglo XX, entró en crisis, y en el remedio, cuando propone volver al equilibrio fiscal y a liberar las fuerzas del mercado. Si bien el discurso libertario incurre en ridículas exageraciones, no podríamos menos que participar de estas premisas. El mismo optimismo reina cuando uno ve políticas de desregulación.
Sin embargo, este gobierno repudia casi todos los valores republicanos. Odian los contrapesos del Congreso, razón por la cual el Presidente trata de “ratas” a los legisladores, veta sus leyes y luego entra en componendas de “casta” con esas mismas “ratas” (alquímicamente humanizadas) para homologar los vetos. Odian los límites que imponen los jueces y buscan reconfigurar la Corte con candidaturas escandalosas. Odian cualquier advertencia del periodismo, al que estigmatizan y trafican. Odian la diversidad y el pluralismo. Su dogma son ellos mismos.
Algunos alegan que, más allá de las formas, el rumbo es el correcto. Pero el tipo de sociedad que imaginan descree de la educación pública igualitaria, que hasta donde sabemos es el único sistema que morigera las desigualdades de inicio. Tampoco alientan las políticas culturales, ese matiz que hizo de las clases medias argentinas unas de las más ricas y tensas del mundo; peor aún: confunden cultura con espectáculo. Tampoco apoyan el desarrollo científico. Tampoco quieren una sociedad con lectores de diarios, sino que vuelcan su simpatía por la información amateur y pirotécnica de las redes. Hay quien sostiene que esta es una revuelta plebeya y que por eso quieren derrumbar los íconos de la cultura; me inclino a pensar, por el contrario, que buscan convertir deliberadamente a los ciudadanos en engranajes embrutecidos.
La clase media está siendo demolida en un sistema que, con ingresos congelados y gastos crecientes, la obliga a desmantelar todos sus ahorros en dólares a un valor mantenido artificialmente bajo por el cepo, el arbitrario blend para liquidar divisas, un blanqueo insólitamente generoso, el impuesto PAIS y la manipulación de la tasa de interés. El liberalismo más dirigista del planeta. No por nada aumenta la pobreza; lo ha dicho Margarita Barrientos: “Los que antes venían a donar comida ahora vienen a pedir comida”.
¿Cuál es entonces el modelo hacia el cual va este gobierno? ¿La sociedad abierta o un corporativismo de clóset? No hay un horizonte nítido, pero el RIGI da una pista bastante explícita: grandes inversores extractivistas a los que se les otorgan prebendas extraordinarias y una fuerza laboral en oferta. Crecimiento pero no progreso. La utopía no es Canadá, es Nigeria. Sobre ese escenario se recorta una sociedad sin educación pública de calidad, sin jubilaciones dignas y con un apagón cultural. Una sociedad opaca y policial.
Ese no fue el proyecto de la generación del 80, que era liberal y progresista. No por nada dictó la ley de educación pública, laica y gratuita, organizó el Estado moderno, abrió el país a la inmigración y promovió el nacimiento de las clases medias. Tampoco fue el proyecto original del macrismo. ¿Han vendido el alma al diablo a cambio de la mezquina expectativa de filtrarse en una boleta competitiva? La Argentina no puede quedar atrapada entre dos esperpentos populistas, el falso liberalismo de Milei y la impostura “progre” del kirchnerismo. Es necesario que florezca un espacio que dote de una segunda piel a esos dos conceptos tan manoseados: liberalismo y progresismo. Ensamblados: la “y” es crucial. Las reservas morales de la república deben despertar de su sueño narcótico: nunca es demasiado temprano para empezar a decir adiós.